El desastre de Thea

Extra 1. Mellizos

Elevó su mirada, soltando un pesado suspiro mientras sus dos manos descansaban sobre su panza, donde los insolentes mellizos se movían como si intentaran romperle la piel desde adentro. Su respiración era suave, tomando las bocanadas que su cuerpo y órganos le pedían. Sin duda, la maternidad no era nada sencilla, y traer vida al mundo debería considerarse mucho más que un acto cualquiera. Debería verse como un acto sagrado y, por lo mismo, todas las mujeres que pasaran por ello deberían ser tratadas con amor, respeto y muchos mimos, como los que ella recibía.

Cuando al fin logró ponerse de pie, sonrió para sí misma mientras se buscaba en el espejo. Su pantalón de abuelita, colorido y lleno de flores, había quedado por debajo de su enorme panza, que le había robado la visión de muchas cosas, incluyendo sus pies y su intimidad. Aunque esta última seguía siendo buscada cada noche por un hombre que la dejaba noqueada después de elevarla alto y seguro en las más deliciosas entregas.

Si bien la casi nueva madre había leído mucho para prepararse mejor ante la llegada de los bebés, muchos de los relatos que encontró incluían historias de mujeres frustradas, que no se sentían apreciadas, queridas o incluso rechazadas por sus parejas. En algún momento, esas quejas la abrumaron, y decidió no volver a visitar esos foros. Al menos en su realidad, Darcy Jenkins no dejaba de mirarla como un lobo hambriento que no tenía suficiente de ella.

Sabía que había subido de peso y que todo su cuerpo había cambiado. Aunque, ya a una semana de su fecha programada, evitaba mirarse demasiado en el espejo para no arruinarse con una imagen que sabía que había cambiado por las vidas que estaba creando. Darcy, sin embargo, reafirmaba constantemente su amor y deseo por ella, con un apretón, un beso o una mirada que le recordaban que era profundamente deseada.

Intentó abrocharse la camisa grande de vibrante color rosado, pero el botón sobre su panza no dio para más. Así que la dejó como estaba.

—Hoy andaremos enseñando panza a todo el mundo, y si a alguien no le gusta, que se tape los ojos —dijo juguetona mientras se alistaba.

Se dirigió a los zapatos bajos, que se puso sin ayuda de nadie. Luego buscó el cepillo para alisarse un poco el cabello, que hace unos días le había arreglado un equipo de estilistas, cortesía de su prometido. Ese día de spa, que ella sin duda necesitaba, le había venido de maravilla, pues su mal humor, que había durado un par de días, desapareció de inmediato.

Los niños ya se habían ido al colegio, y ella planeaba visitar la tienda recién inaugurada, almorzar con su madre y verificar qué necesitaba surtirse. Con energías apenas suficientes para aplicarse un poco de brillo labial, suspiró pesadamente mientras se tocaba el vientre, que ese día sentía mucho más grande y pesado que de costumbre.

—Por favor, no aprieten mucho la vejiga de mamá —pidió con voz suave, tocando diferentes zonas de su vientre—. Vamos a ir con la abuela, y le pediré que nos prepare un sándwich rico, con esa salchicha alemana que nos gustó tanto la vez pasada.

Tomó el bolso de su mesita, el celular y las llaves mientras buscaba la salida. Claro que no estaba sola en la casa. Darcy, tras arreglarse, estaba a cargo de Aurora, mientras Melani preparaba el espacio donde la pequeña quedaría bajo su cuidado. Cuando Dorothea llegó a las escaleras, cerró los ojos brevemente, negando ante una sensación de mareo y sofocación.

—¿Qué sucede, mis amores? ¿Qué pasa? Mamá está bien, les prometo que todo está bien —se dijo a sí misma—. Vamos a ver a la abuela, pero primero debemos despedirnos de su hermanita Aurora. ¿Quieren un besito de papá? Muy bien, vamos a buscarlo.

Soltó nuevamente el aire que sentía acumulado, aunque no era suficiente para hacerla sentir cómoda. Descendió agarrándose bien del barandal, y su sonrisa se amplió a media escalera cuando escuchó la risa infantil de Aurora, quien corría de un lado a otro mientras Darcy, con una servilleta en la mano, la perseguía como un monstruo que intentaba atraparla.

Animada por esa algarabía, bajó un poco más rápido. Sin embargo, frunció el ceño al sentir unas gotas de líquido que humedecían su entrepierna.

—¡Mami! —gritó Aurora al verla y, sin dudarlo, corrió hacia ella.

Thea dio un pequeño brinco cuando la niña se acomodó en sus piernas, llenando su pancita con grandes besos sonoros. Darcy se acercó, le dio un beso en los labios y, al notar su ceño fruncido, imitó el gesto.

—Bebés míos, bebés emochosos, bebés de mami —dijo Aurora mientras acariciaba la pancita—. Hola, bebés… Mami, di hola, bebés.

Thea le sonrió, le acarició la mejilla, pero su mente seguía procesando lo que acababa de sentir. Ella le sonrió a la niña, le acarició la mejilla, pero Darcy, al verla un poco conflictuada, tomó a Aurora en sus brazos. La niña le dio un beso en la mejilla.

—Melani —llamó Darcy a la niñera, pero pronto se acercó a Thea, quien tenía una mano en su vientre y con la otra se aferró a él—. Mi amor, ¿qué pasa? ¿Un gas?

Ella tragó saliva. Al dar un paso, nuevas gotas se liberaron, y entonces su cuerpo le dio una respuesta clara.

—Thea…

—Ya vienen —anunció con un delicado hilo de voz, buscando la mirada de él—. Ya vienen, Darcy, ya vienen.

Los grandes ojos de Darcy apenas pudieron contener la emoción. Pegó un grito de celebración y dio un par de vueltas con Aurora en brazos, quien también celebraba, aunque no sabía bien por qué. Pronto, todos los empleados salieron de sus áreas asignadas para ayudar a la pareja. Melani tomó a la pequeña Aurora en brazos, quien, aunque se quejó, fue contenida con rapidez por la niñera.




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