El Destino de dos Almas

Bajo la Lluvia que Recuerda

La lluvia descendía como un suspiro del cielo, envolviendo la pequeña provincia en un manto gris azulado. Los cerros parecían abrazar el horizonte, cubiertos de una niebla tenue que olía a tierra y a promesas olvidadas. Era una de esas tardes en que el tiempo se disfraza de nostalgia y los pensamientos fluyen con la suavidad del agua deslizándose por los cristales. En medio del murmullo de gotas y relámpagos a lo lejos, el destino tejía un hilo invisible entre dos almas que, sin saberlo, comenzaban a reconocerse.

En un consultorio médico, iluminado por una luz cálida y tenue y el sonido constante de la lluvia golpeando las ventanas, Ernesto revisaba sus papeles. Su rostro reflejaba serenidad, el tipo de calma aprendida después de muchas tormentas internas. Su bata blanca, impecablemente doblada, ocultaba cicatrices del alma que aún supuraban en silencio. A pesar de su aparente serenidad, había en su mirada un matiz de desaliento, esa sombra que solo deja el amor herido.

Afuera, la sala de espera se mantenía en un silencio casi respetuoso. Fue cuando pronunció el nombre que, sin saberlo, cambiaría el ritmo de su vida.

-Alicia -llamó, y su voz rompió el murmullo suave de la lluvia.

Ella, una mujer de mirada verde como el bosque tras la tormenta, alzó la vista con un gesto de sorpresa y curiosidad. Dejó sobre la mesa la revista que no leía y se puso de pie lentamente. Todos los presentes la miraron por un instante, como si el viento mismo se hubiese detenido para seguir sus pasos. Caminó hacia la consulta con el corazón latiendo más rápido de lo esperado.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, algo invisible cambió en el aire. Ernesto le sonrió, y en aquel intercambio de miradas hubo un reconocimiento inexplicable, como si ambos hubieran estado esperando ese momento desde hacía años.

El médico la invitó a sentarse frente a su escritorio.

-¿Cómo se siente hoy? -preguntó Ernesto, con una voz suave que invitaba a confiar.

Ella se acomodó en la silla, y sonrió tímidamente.

-Me siento mejor -respondió con voz suave-, pero todavía tengo dudas sobre el tratamiento.

-No se preocupe -dijo él inclinándose ligeramente hacia adelante-. Pregunte todo lo que desee. Estoy aquí para ayudarla.

Alicia respiró con alivio. Aquel simple ofrecimiento tenía la cadencia de la confianza. La conversación transcurrió entre temas médicos y silencios elocuentes. Hablaban de su salud, de los síntomas, pero también -sin proponérselo- compartían fragmentos de sus almas.

Las palabras fluyeron con naturalidad, acompañadas por el ritmo de la lluvia que golpeaba los ventanales, formando una melodía distante. Ernesto percibió en Alicia una serenidad quebrada, una fuerza frágil que se escondía detrás de gestos tranquilos. En cuanto a ella, observaba sus movimientos con un entrevero de admiración y curiosidad. La voz de Ernesto, firme y templada, le parecía contener una dulzura que la invitaba a abrirse, a confiar.

Después de un rato, él se levantó de su silla y se acercó con un estetoscopio en la mano.

-Alicia, ¿podría recostarse en la camilla? Quiero hacerle un examen de rutina.

Ella obedeció sin dudar. Ernesto la observó sin intención de invadir, más bien con respeto. Tenía una belleza tranquila, no deslumbrante, pero tan real que estremecía al mirarla. Su cabello caía como seda húmeda, y sus ojos verdes parecían contener reflejos de toda la lluvia del mundo. Intentó concentrarse en lo profesional, aunque cada latido de Alicia le recordaba que, por debajo de aquella rutina médica, latía otra historia... aquella que el destino ya estaba escribiendo por ellos.

-¿Siente alguna molestia aquí? -preguntó con suavidad mientras palpaba una zona de su abdomen.

Ella negó con la cabeza, pero su respiración se aceleró imperceptiblemente.

-No... -respondió-, me siento bien.

Había un leve temblor en su voz. Ernesto apartó la mirada para mantener la compostura. Sentía, sin quererlo, una atracción súbita, profunda, más ligada al alma que al cuerpo.

Cuando el examen terminó, ambos parecían un poco distintos. Había entre ellos una tensión dulce, invisible, como un hilo que vibraba entre la formalidad del deber y el descubrimiento de algo más grande que ellos mismos.

Ernesto regresó a su escritorio y empezó a escribir la receta. Alicia lo miró, intrigada por la concentración con que movía la pluma. Sus manos transmitían seguridad, pero en el fondo de su expresión había algo que pedía comprensión.

La lluvia afuera aumentó, y justo en ese instante, el teléfono sonó. Ernesto miró la pantalla, y el gesto se le tensó.

-Disculpe un momento -murmuró antes de contestar-. ¿Qué pasa, Karen?

Alicia se enderezó en su asiento. El tono del doctor cambió apenas unos grados, suficiente para intuir que no se trataba de una llamada cualquiera.

-¿Qué pasa? -la voz de una mujer irrumpió al otro lado de la línea, tensa, vibrante de enojo-. ¡No has venido a ver a nuestro hijo, Ernesto! -gritó entre un sollozo quebrado, donde el dolor y la furia se confundían.

Ernesto cerró los ojos un instante, resoplando con frustración.

-Estoy trabajando, Karen -respondió con cansancio-. No he terminado mis consultas, después iré a verlo.

La mujer estalló al otro lado.

-Siempre lo mismo... siempre el trabajo. Ni siquiera lo ves crecer.

El tono se suavizó de repente.

-Yo también te extraño -dijo Karen, dejando entrever una emoción que todavía pesaba sobre ambos.

El silencio heló el aire. Ernesto habló con calma, aunque la tensión se le notaba en la voz:

-Karen... ya no. Eso quedó atrás. No volvamos a lo mismo.

Colgó. Permaneció quieto unos segundos, mirando la nada. Alicia lo observaba con compasión. Sus ojos hablaban antes que sus labios.

-¿Está todo bien, doctor?

-Sí -respondió él, forzando una sonrisa-. Solo un asunto personal.

Pero Alicia había leído más allá. En su mirada reconoció la soledad que ella misma había vivido años atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.