El Destino de dos Almas

El Destino en sus Miradas

El destino, misterioso y silencioso, parecía haber estado preparando aquel encuentro durante largo tiempo. Alicia y Ernesto no eran simples almas casuales que coincidían en un pasillo de hospital; eran dos caminos que, desde hacía mucho, marchaban uno hacia el otro con paso inevitable.

La vida había querido que el destino la llevara hasta él, que la necesidad abriera las puertas de una posibilidad que nadie —ni siquiera ellos— había visto venir.

Esa mañana, el cielo estaba claro, aunque un aire leve de nostalgia flotaba sobre las calles tranquilas que Alicia recorría camino al hospital. Sentía en el pecho un temblor distinto al de otras veces. La espera, el deseo callado, la emoción del reencuentro… todo eso se mezclaba en su respiración apresurada. Había algo sobrenatural en aquella cita médica. Algo le decía al oído que ese día cambiaría el curso de su historia.

Si el destino quiere algo, no hay poder humano capaz de detenerlo, pensó mientras sostenía en sus manos la carpeta con los resultados de sus análisis.

Cuando Alicia entró en la sala de espera, la luz del mediodía caía inclinada sobre las paredes blancas del hospital. Buscó con la mirada el rostro que tantas veces había imaginado y, al encontrarlo, su corazón dio un vuelco silencioso.

Ernesto levantó la vista de su escritorio y al verla exclamó sorprendido, con una alegría sincera:

—¡Alicia! ¡Qué sorpresa verte!

La calidez de su tono bastó para borrar la tensión del lugar. Alicia sonrió, casi sin poder disimular el alivio que le producía escucharlo nuevamente.

—Hola, doctor —dijo—. He venido a mostrarle los resultados de mis estudios.

Ernesto hizo un gesto amable, indicándole que tomara asiento. Cuando Alicia se sentó en la silla frente a su escritorio, la habitación pareció reducirse, dejando solo espacio para ellos dos.

—Veamos qué dicen los análisis —murmuró Ernesto, extendiendo la mano hacia la carpeta.

Su voz era serena, con una cadencia que inspiraba confianza. Mientras revisaba los papeles, la luz del sol entraba por la ventana e iluminaba su perfil. Para Alicia, hubo un instante en que el tiempo se detuvo. Observó cómo el brillo del día tocaba sus manos firmes, el gesto concentrado de su ceño, la serenidad con la que examinaba los resultados. Se sintió embriagada por la calma que transmitía.

Por su parte, Ernesto percibió que algo distinto sucedía. Mientras la mirada de Alicia se posaba en él, sintió un calor inesperado, una energía que no podía explicar. Esa sensación le resultaba nueva, pero familiar al mismo tiempo, como si la conociera desde antes de conocerla. El destino, pensó, tiene maneras misteriosas de recordarnos lo que ya está escrito.

Finalmente levantó la vista, y con una sonrisa genuina comentó:

—Alicia, tus resultados son maravillosos. Tu salud ha mejorado de forma impresionante. Estás avanzando más rápido de lo que esperábamos.

Alicia sonrió, dejando escapar un suspiro de alivio.

—Eso son muy buenas noticias, doctor. Me siento mucho mejor —respondió emocionada.

Ernesto dejó los papeles sobre la mesa, aún con una sonrisa.

—Me alegra escuchar eso. Pero también me alegra verte de nuevo —confesó, suavizando el tono.

La declaración, simple y directa, encendió algo en el pecho de Alicia. No sabía cómo responder sin revelar demasiado, así que solo dijo, con timidez en la voz:

—Yo también me alegro de verlo… Ernesto.

Ese pequeño cambio, esa manera en que su nombre flotó entre ellos sin que el doctor estuviera presente, hizo vibrar el aire; un instante suspendido en el que cada palabra parecía acercarlos un poco más, como si el mundo se hubiera reducido a ese delicado sonido.

Con un gesto suave, Ernesto se inclinó ligeramente hacia adelante, con una expresión que mezclaba profesionalismo con una calidez difícil de disimular.

—Has sido fuerte, Alicia. Lo que has conseguido no es poca cosa. Estoy orgulloso de ti.

Ella lo miró, conmovida. Había pasado por momentos difíciles, por noches de fiebre y agotamiento profundo. Pero en ese instante, nada de eso importaba. Lo único que importaba era la manera en que él la miraba, con una ternura transparente, como si viera más allá de su cuerpo y reconociera su espíritu.

En ese momento, Laura, la secretaria del consultorio, asomó la cabeza por la puerta con su tono habitual de eficiencia.

—Doctor, cuando termine con Alicia, voy a buscar unos formularios que faltan en recepción —anunció.

Ernesto asintió sin apartar la vista de Alicia.

—Gracias, Laura. Eres de gran ayuda, como siempre.

Ella cerró la puerta con una sonrisa que no pasó desapercibida para ninguno de los dos. Era evidente que había notado el brillo que flotaba entre ellos.

Afuera, en la sala de espera, el murmullo de las conversaciones y los pasos del personal médico continuaban su rutina. Pero dentro del consultorio reinaba un silencio apacible, como si el mundo entero se hubiera detenido para concederles un instante de eternidad.

Cuando Ernesto terminó de revisar el informe, lo dejó a un lado y soltó una respiración profunda.

—Alicia —dijo, con voz más grave de lo normal—, a veces el destino nos pone a prueba para comprobar cuánta fe tenemos en nosotros mismos… y en las personas que se cruzan en nuestro camino.

Alicia lo miró con atención, sabiendo que algo importante estaba a punto de salir de su boca.

—Desde la primera vez que viniste aquí —continuó— sentí algo difícil de describir. No solo admiración por tu fortaleza, sino… algo que me ha hecho pensar mucho últimamente.

Sus palabras se quebraron levemente en la última sílaba. Ella sintió cómo su respiración se aceleraba.

—Ernesto… —dijo, temerosa de romper el momento.

Él sonrió, nervioso pero decidido, y agregó:

—Sé que no debería decirte esto tan pronto. Pero te tengo un cariño enorme, Alicia. Una cercanía que no logro explicar.




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