La espera había terminado, y el momento anhelado finalmente llegó. Ernesto, con un elegante saco que resaltaba su figura y el pelo aún húmedo por la lluvia, se presentó en la puerta de su amada Luz. Una sonrisa iluminó su rostro al verla, y su corazón palpitaba con intensidad.
—¡Hola, mi amor! -dijo él, mientras le ofrecía la sombrilla.
Luz, con su mirada radiante y su vestido que se movía con una elegancia fluida, lo recibió con los brazos abiertos. - ¡Hola, mi amor! -dijo ella, ofreciéndole un abrazo.
Sin perder un instante, salieron juntos, entrelazando sus manos bajo una sombrilla roja que contrastaba con el cielo gris. La lluvia había cesado, y el aire fresco de la noche les daba la bienvenida. Caminando por las calles empedradas, cada paso resonaba como una melodía, marcando el inicio de una velada especial.
Ernesto no podía dejar de robar miradas a Luz, quien sonreía con alegría. - ¿Sabes? Siempre he creído que la lluvia trae buena suerte -dijo, estrechando su mano con una fuerza suave y protectora.
Ella se giró para mirarlo a los ojos, sintiendo que esa noche todo era posible. – La lluvia es nuestra confidente, ella narra nuestra historia -susurró, una respuesta llena de dulzura y afecto.
Finalmente, llegaron a un restaurante sofisticado, donde la atmósfera era íntima y acogedora. Al entrar, el murmullo de las conversaciones y el suave tintinear de los cubiertos creaban un ambiente perfecto para su cita. Un mesero les condujo a una mesa con una vista encantadora, y los dos se sentaron, emocionados por lo que la noche les depararía.
El mesero, con una sonrisa profesional, les presentó la carta. Luz y Ernesto intercambiaron miradas cómplices mientras exploraban las opciones. La variedad de platos era impresionante, pero lo que realmente importaba era la compañía.
Mientras hojeaban la carta, el mesero se acercó nuevamente.
—¿Qué bebida van a acompañar la comida? —preguntó amablemente.
Ernesto sonrió. —Por favor, tráeme la mejor bebida para brindar por esta noche mágica con mi novia —respondió.
El mesero asintió y regresó con la mejor bebida del restaurante. —Para la mejor pareja de la noche, la casa se encarga de la bebida. ¡Brindamos por ustedes! —dijo con una voz llena de emoción.
Cuando los platos llegaron a la mesa, el aroma de la comida los envolvió. Disfrutaron de cada bocado, mientras el aire fresco de la noche se colaba por las ventanas, creando una atmósfera mágica. Las luces tenues del restaurante reflejaban el brillo en sus ojos, y el murmullo de los demás comensales se convertía en una suave melodía de fondo.
La cena empezó con un brindis; sus copas chocaron suavemente, simbolizando el inicio de una velada que prometía ser mágica.
Ernesto levantó la copa. —Por nosotros, por este momento y por lo que está por venir —expresó con afecto.
Luz sonrió y, levantando la copa, dijo: —Brindo por nosotros, mi amor —con una mirada que brillaba de amor.
Entre risas y miradas cómplices, la cena se convirtió en un festín de sabores y emociones. Cada plato era una celebración de su amor, y la conexión entre ellos se hacía más fuerte con cada sorbo delicado de vino. En ese momento, el mundo exterior se desvanecía, y solo existían ellos dos, rodeados de una burbuja de felicidad.
Mientras el postre llegaba a la mesa, Ernesto tomó la mano de Luz con suavidad. —Esta noche es perfecta —le susurró, sintiendo que cada palabra estaba impregnada de sinceridad. Luz sonrió, y sus corazones latían al unísono, llenos de amor y complicidad.
Esa noche, entre risas y caricias, Luz y Ernesto sellaron su amor con una promesa silenciosa: que siempre encontrarían la manera de crear momentos especiales juntos, sin importar las circunstancias. Y así, con el corazón lleno de amor y un futuro brillante por delante, se adentraron en la noche, listos para escribir su propia historia.
La magia de la noche envolvía a Ernesto y Luz, creando un espacio donde sólo existían ellos. Entre risas y miradas cómplices, las palabras fluyeron como un río, compartiendo historias que tejían el tapiz de sus vidas. Hablaban de sueños, de esperanzas y de anhelos, descubriendo afinidades que los unía más allá de lo esperado, mientras el murmullo del restaurante se convertía en un eco lejano.
Ernesto y Luz levantaron una vez más sus copas, los ojos brillando con emoción.
—Por nosotros —dijo Ernesto, su voz llena de sinceridad.
Luz, con una sonrisa radiante, sintió cómo su corazón se llenaba de amor. Al chocar las copas, el sonido resonó como una melodía de celebración.
En ese instante, el tiempo pareció detenerse. Se sumergieron en una mirada intensa, donde las palabras no eran necesarias. El mundo exterior se desvaneció, y solo importaban ellos dos. Con un gesto suave, Ernesto se acercó, y sus labios se encontraron en un beso que prometía un futuro lleno de posibilidades.
Luz sonrió radiante y susurró:
—Mi corazón está a punto de estallar de felicidad.
Ernesto, sonrojado, respondió:
—Estoy tan feliz que siento que mi corazón podría explotar en cualquier momento —expresó con una voz poco audible.
Luz, sintiendo la calidez de ese momento, iluminó su rostro con una sonrisa que revelaba la profundidad de su amor. En ese beso, sellaron promesas de aventuras y sueños compartidos, uniendo sus vidas en un camino que apenas comenzaba. Así, en esa velada inolvidable, se dieron cuenta de que habían encontrado algo verdaderamente especial: un amor que iba más allá de las palabras.
Al final de la noche, Ernesto y Luz se acercaron al personal del restaurante para agradecerles personalmente por la atención y el servicio que les habían brindado, destacando la calidad de la bebida y la comida.
Ernesto, extendiendo su mano: —¡Buenas noches! Queremos agradecerles personalmente por la atención y el servicio que nos han brindado esta noche.
Luz, sonriendo: —Sí, ha sido una noche inolvidable. La comida y la bebida han sido excepcionales —añadió.
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Editado: 21.02.2025