El Destino de dos Almas

"Hilos del Destino"

Alicia, acompañada por su hija Blanca y su mascota Polly, se encontró con Ernesto, quien estaba acompañado por su mujer y su hijo un lunes por la tarde. El destino, con su mano invisible, los volvió a unir en un momento de pura casualidad. A pesar de que sus caminos se cruzaron, seguían siendo divergentes. Sus miradas se encontraron y, en ellas, había una mezcla de tristeza y nostalgia que reflejaba la realidad de la situación.

Ella quería soportarlo todo sola, pero el universo tenía otros planes. Aquella tarde, en la misma acera, volvieron a cruzarse.

Alicia se detuvo en seco en la acera, se dio la vuelta y miró hacia atrás, esperando ver a Ernesto, pero él siguió su camino sin ni siquiera mirar atrás. Un golpe de recuerdos la asaltó, evocando momentos felices y dolorosos que parecían entrelazarse en su memoria. Dudó un momento, sintiendo el impulso de acercarse, de romper el silencio que los separaba.

Sin embargo, en lugar de acercarse, se dio la vuelta y miró hacia adelante, esperando ver a Ernesto detenerse, encontrar en su mirada un reflejo de lo que habían compartido. Pero él siguió su camino, sin siquiera mirar atrás, como si el peso de la vida lo hubiera llevado tan lejos que ya no había espacio para el pasado.
—¿Mamá? —preguntó su hija, notando su hesitación—. ¿Qué pasa?

Alicia respiró hondo, intentando mantener la compostura. —Nada, cariño. Solo… solo estoy recordando.

—¿Recuerdos bonitos? —inquirió la niña con curiosidad.

Alicia asintió con un leve suspiro. —Sí, pero también un poco tristes.

El destino seguía tejiendo sus hilos, como si hubiera unido a Ernesto y a Alicia con un hilo invisible que no podían romper. No importaba cuántas veces intentaran escapar o huir el uno del otro; siempre había algo que los llevaba de regreso al mismo punto.

Alicia se preguntaba en su interior qué podría hacer para liberarse de esta sensación abrumadora.

El aire se llenó de una extraña mezcla de emociones. Alicia sintió que el tiempo se detenía. Las miradas que se cruzaron, en ese instante, se compartieron mil palabras no dichas; una mezcla de tristeza y nostalgia que reflejaba la realidad de la situación.

—Vamos, mamá, —dijo su hija, tomando su mano con dulzura—. No te quedes ahí.

Alicia miró a su pequeña, sus ojos llenos de amor. —Tienes razón. Sigamos adelante, mi amor. No podemos vivir en el pasado.

Con ese pensamiento, se giró y continuó caminando, permitiendo que cada paso la alejara del dolor y la acercara a un futuro desconocido pero lleno de esperanzas.

Esa imagen la golpeó como una ola fría. La sensación de pérdida se intensificó, y Alicia sintió que el hilo invisible que los unía se tensaba, casi a punto de romperse. En su corazón, una mezcla de tristeza y aceptación comenzaba a florecer. Era evidente que sus caminos seguían siendo divergentes, cada uno cargando con su propia serie de decisiones y responsabilidades.

Mientras su hija y su mascota miraban juguetes en las vidrieras, Alicia se sintió atrapada entre dos mundos. Por un lado, estaba el amor profundo por su hija, la vida que había construido, las risas y los momentos cotidianos que la llenaban de alegría. Pero, por otro lado, había un eco persistente de lo que había sido su relación con Ernesto; un amor que, a pesar de las complicaciones que trajeron las circunstancias, había dejado una huella profunda en su ser.

Alicia sintió una punzada en el pecho al recordar momentos de felicidad compartida. Sin poder evitarlo, murmuró para sí misma: —¿Qué pasó con nosotros, Ernesto? ¿Dónde quedaron esos días?

En ese instante, Alicia comprendió que, aunque sus caminos ahora eran diferentes, la conexión que compartieron siempre tendría un lugar especial en su corazón. No podía cambiar el pasado ni las decisiones que los llevaron a esa encrucijada, pero sí podía decidir cómo avanzar.

Mientras observaba a su hija jugar, una sonrisa se dibujó en su rostro. —Aceptar lo inevitable no significa resignarse —pensó—, sino más bien encontrar la paz en mi situación actual.

Con un nuevo propósito, se acercó a su hija, abrazándola con cariño. —Vamos a seguir disfrutando de este día, cariño —dijo Alicia, sintiéndose un poco más ligera, como si un peso hubiera comenzado a levantarse. Era hora de mirar hacia adelante y encontrar la belleza en lo que todavía podía ser.

Con un suspiro profundo, Alicia se giró, dejando atrás la imagen de Ernesto y su nueva vida. Se acercó a su hija, sonriendo mientras la veía jugar con su mascota. Esa sonrisa, aunque un poco triste, era también un símbolo de su firme voluntad de seguir adelante.

—Mamá, ¡mira a Polly! —exclamó su hija, señalando a su perrita, que ansiosamente intentaba entrar en una heladería.

—Es increíble, cariño. Polly siempre sabe cómo hacerte sonreír, ¿verdad? —dijo Alicia con una sonrisa, observando a su hija reír mientras acariciaba a su mascota.

—Sí, ¡es la mejor! —respondió la niña, riendo mientras acariciaba a la perrita. Luego, miró a su madre con curiosidad—. ¿Por qué estás un poco triste, mamá?

Alicia sintió una punzada en el corazón al escuchar la pregunta, pero se esforzó por mantener la calma.

—A veces, las cosas cambian, y no siempre es fácil adaptarse a esos cambios. Pero eso está bien. Lo importante es que tenemos a Polly y a cada una de nuestras aventuras juntas.

Su hija frunció el ceño, pensativa.

—¿Aventuras como ir al parque o hacer pasteles?

—Exactamente —dijo Alicia, sonriendo más genuinamente al recordar esos momentos compartidos—. Cada día es una nueva aventura. Y siempre podemos crear más recuerdos juntas.

—¿Prometes que haremos un pastel este fin de semana? —preguntó la niña, sus ojos brillando con emoción.

—¡Prometido! —afirmó Alicia, sintiendo que esa pequeña promesa le llenaba de energía y esperanza. —Y tal vez hagamos una fiesta para celebrar nuestras aventuras.

—¡Sí! ¡Con globos y todo! —gritó su hija, saltando de alegría ante la idea.




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