El Destino de dos Almas

Renacer Bajo la Luz de la Primavera

La primavera había regresado a la ciudad con su promesa de vida nueva. Las flores se abrían entre los muros que el invierno había dejado desnudos, y Alicia sentía que algo dentro de ella también comenzaba a despertar. Cada día traía consigo la posibilidad de un comienzo diferente, un pequeño paso más hacia la sanación, la calma y, sobre todo, el amor propio.

Había pasado un año desde aquel giro inesperado que transformó por completo su existencia. Aún recordaba los días grises en los que se levantaba con dificultad, buscando una razón para seguir. Y, con el regreso del sol, empezó a sentir que la vida le susurraba que todavía había luz en su camino.

Cada mañana, al abrir los ojos, se decía a sí misma: Estoy en un viaje hacia volver a amarme. Era su mantra, sencillo pero poderoso.

Una tarde cualquiera, mientras revolvía una sopa humeante en la cocina, la risa de su hija irrumpió en el ambiente, clara y luminosa como una melodía infantil.

—¡Mamá, mira lo que dibujé! —gritó Blanca, corriendo hacia ella con un dibujo entre las manos.

Alicia se volvió, sonriendo al verla tan entusiasmada. —¿Qué traes, hija? —preguntó, dejando la cuchara a un lado.

La niña levantó el papel orgullosa, mostrando una escena colorida: una casa con flores, el sol brillante y tres figuras sonrientes tomadas de la mano. Eran ellas dos y su perrita Polly.

—¡Somos nosotros! —exclamó Blanca con ojos brillantes.

Alicia sintió un nudo dulce en la garganta. —Es hermoso, mi amor. Me encanta cómo dibujaste a Polly, está igualita —dijo, acariciando el lomo de la perrita, que ladró alegremente al sentirse mencionada.

—¡Sabía que te gustaría! —exclamó la niña, riendo con satisfacción.

Durante la cena, mientras Blanca contaba entre risas los detalles de su día, Alicia la escuchaba con una ternura que le llenaba el pecho. Pensó en lo rápido que había pasado el tiempo. Un año. Y aunque había habido lágrimas, también había una profunda sensación de crecimiento.

Había cambiado. Había aprendido a sostenerse sola. Y cada día, poco a poco, el peso del pasado dolía menos.

—Mamá, ¿podemos hacer un pastel este fin de semana? —preguntó Blanca, interrumpiendo sus pensamientos, con la emoción reflejada en sus ojos.

Alicia sonrió. —Claro que sí, mi amor. ¿De qué sabor quieres?

—¡De chocolate! —gritó la niña, levantando los brazos como si acabara de ganar una medalla.

Alicia rió. —Entonces haremos el mejor pastel de chocolate del mundo —dijo, tocándole la nariz con cariño.

Esa noche, después de acostar a su hija, Alicia se quedó despierta pensando en nuevas formas de reconectar con lo que realmente le apasionaba. Había pasado tanto tiempo cuidando de los demás que había olvidado cuidarse a sí misma. Era hora de reencontrarse.

Unos días después, mientras hojeaba un boletín del centro comunitario, leyó un anuncio que capturó su atención: “Taller de escritura creativa: Encuentra tu voz a través de las palabras.”
El corazón le dio un vuelco. Siempre había amado escribir, pero hacía años que no lo hacía en serio. Sin pensarlo mucho, se inscribió.

La tarde del primer encuentro, el ambiente en el centro era acogedor. Había un aroma suave a café recién hecho, y una mezcla de voces emocionadas llenaba el salón. Alicia entró con pasos vacilantes, aunque con el corazón abierto a lo nuevo.

Una mujer de cabello rizado y sonrisa cálida se le acercó enseguida.
—Hola, soy Valeria. ¿Vienes por primera vez? —preguntó, tendiéndole la mano.
Alicia asintió. —Sí, soy Alicia. Estoy emocionada… y un poco nerviosa —confesó, riendo con timidez.
Valeria le dio una palmada amistosa. —Tranquila, aquí todos venimos a desahogarnos más que a lucirnos —dijo con simpatía.

El taller comenzó. Mientras escribían en silencio, las palabras fluyeron de Alicia como si hubieran estado esperando ese momento. Escribió sobre amor, pérdida y resiliencia. Cada frase parecía extraer un peso de su interior.

Cuando el coordinador pidió voluntarios para leer, el pulso de Alicia se aceleró, pero algo dentro de ella la impulsó a levantar la mano.
—Escribí sobre el amor y la pérdida —dijo con voz suave.

Todos guardaron silencio y ella comenzó a leer:
A veces el amor deja cicatrices invisibles. He aprendido que el dolor no desaparece del todo, pero con el tiempo se transforma. Cada herida guarda una lección, y cada despedida abre el espacio para empezar de nuevo.

Cuando terminó, el aula permaneció en silencio unos segundos, hasta que los demás comenzaron a aplaudir. Valeria la miró con los ojos vidriosos.
—Eso fue hermoso, Alicia —susurró—. Tienes un don especial para escribir desde el corazón.

Alicia sonrió, conmovida. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que sus palabras tenían un propósito.

A partir de ese día, el taller se convirtió en su rincón seguro. Cada encuentro con Valeria y los demás le dejaba una sensación de pertenencia. Hablaban, compartían, reían… y en ese proceso, Alicia iba descubriendo partes de sí misma que había olvidado.

En uno de esos días, al salir del centro, Valeria le propuso con entusiasmo:
—¿Qué te parece si escribimos juntas? Podríamos inspirarnos mutuamente.
—Me encantaría —dijo Alicia, sonriendo. Sabía que compartir aquel proceso sería parte de su evolución.

Una tarde, tranquila en casa, revisaba su correo electrónico cuando un nombre familiar apareció en la pantalla.
Ernesto.

Alicia quedó paralizada por unos segundos. Dudó si abrir el mensaje, pero la curiosidad fue más fuerte que el miedo.

”Hola, Alicia. Espero que estés bien. He pensado mucho en ti y en lo que compartimos. Me gustaría saber cómo estás. ¿Podemos hablar?”

El corazón le palpitó con fuerza. Sentía que una vida entera había quedado entre aquel encuentro y ese instante, y aunque había luchado por sanar, esa sola lectura despertó emociones que creía enterradas. Caminó unos minutos por la habitación, con la mente ardiendo de recuerdos, hasta que se detuvo frente a la ventana.




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