El Destino es Impredecible.

El Destino es Impredecible.

Me encontraba en un país de Rusia con un nombre realmente impronunciable. La visita duraría un mes. La razón por la cual estaba allí no era importante, lo que realmente importaba es que me hallaba paseando por una zona del mercado con puestos al aire libre observando muchos objetos exóticos con la idea de comprar algunos de ellos. Mientras caminaba me detuve a observar un adorno muy hermoso con la intensión de adquirirlo pero un hombre que se ubicaba junto a mí estaba pensando lo mismo y miraba detalladamente el objeto.

Al ver que no se adelantaba en realizar la compra decidí iniciar la conversación expresando en voz alta "que lindo adorno, no?" a lo que él contestó "Sí, es precioso". Y así comenzó una charla sobre el objeto (el cual terminó comprando él). Al ver que teníamos gustos parecidos lo invité que me  acompañara a recorrer el mercado, el cual él aceptó.

Fue entonces que dimos un paseo, conversando cada uno sobre nuestros países de origen, el de Rusia y yo de Argentina, y ambos nos llevamos tan bien que acordamos un siguiente encuentro.

Pasaron los días y nuestros paseos se hicieron muy seguidos. Hasta que un día él me propuso ir a su casa para conocer a su familia y conocer las costumbres. A mí me pareció genial.

Al llegar yo esperaba una casa pero no, lo que estaba frente mis ojos era un castillo. En mi vida nunca había visto uno personalmente y no es algo que se pueda apreciar en cualquier momento y lugar. Mi asombro fue colosal. Al parecer el hombre era alguien de la nobleza que se vestía de plebeyo para infiltrarse en el mercado y no ser descubierto.

Sin embargo lo peor fue conocer a su familia pues más específicamente a su madre quien tenía un carácter que llevaba dominado a su hijo a pesar de ser un hombre de bastante edad. Era el hijo mayor de dos hijos, él tenía una hermana menor pero al ser el primogénito y además varón era a quién le correspondía la corona. Por lo tanto era un príncipe.

Transcurridos varios días ya estaba hospedada en el castillo de su alteza como una invitada de él. Por otra parte su madre no me aceptaba y no desaprovechaba la oportunidad de insultarme por mi procedencia según ella inferior, una plebeya.

Cada palabra grosera hacia mí de parte de su madre me hacía sentir muy mal y el hecho de estar en un país extranjero no ayudaba en nada, es más me provocaba extrañar más mi país. No obstante, siempre recordaba el único motivo por el cual continuaba en dicho castillo y era: ese hombre.

Noté que cuando él estaba en el castillo pude ver otra forma de ser muy diferente de como lo había conocido. En el mercado era tranquilo, alegre, bromeaba, se veía más relajado pero en castillo él se podía ver estresado, nervioso, malhumorado y muy tenso. Si no supiera que se trataba de la misma persona juraría que se trababa de unos hermanos gemelos por el  cambio drástico en su personalidad.

Pasó el tiempo, como dos semanas aproximadamente, y ya no pude soportar ver en su rostro la tristeza. Era como ver a través de una ventana sucia desde el interior de la casa. Podía entrar la luz pero era opaca. Fue muy triste. Al verlo fue como verme reflejada en un espejo. Tenía la misma mirada que yo tuve hace unos años. Y yo la conocía muy bien. Esa mirada expresaba tristeza, incomprensión y cierta soledad. Aunque acompañada con una sonrisa o con algún gesto de enojo mostrando una apariencia de respeto se camuflaba bastante. Pero solo alguien que ya tuvo esa mirada antes puede notarlo en otra persona por más que esta quiera disimularlo.

Por lo que hacer sonreír en forma sincera a esa persona se volvió mi meta, mi motivación para quedarme a pesar de lo mal que me trataban. En realidad no espera conseguir nada a cambio. Solo quería ayudarlo porque en su momento cuando yo me sentía igual que él nadie me ayudo por ello no dejaría que a él le pase lo mismo. Él me tenía a mí.

Hubo un día en que se encontraba de muy mal genio. Gritaba a todos. Estaba alterado. Me grito que me fuera. La verdad es que no me entristecí porque sabía que eso era un efecto que causaba tanta presión por ser el próximo heredero al trono. Me fui de allí. Caminé por el enorme patio para pasar el tiempo y admirar el paisaje, además dejaría que se calmase y luego regresaría.

Contemplando tan hermoso lugar ya había pasado una hora. Por dicha razón me dispuse a volver al castillo. Al ingresar lo primero que pasó por mi mente fue ir al cuarto de él para corroborar que estuviera bien.

Cuando abrí la puerta pude observarlo acostado sobre la cama, mirando al techo y muy perdido en sus pensamientos como analizando algo como mucho cuidado. Me aproximé a su cama. El no volteó a mirarme. Eso me preocupó.

Me acosté a un lado de su cama junto a él también mirando al techo. Al no ver reacción en él le pregunté "te sientes bien?". El seguía sin contestar.

Ya no lo toleré más, necesitaba que me respondiera. Me levante un poco y apoyando un brazo flexionado sobre el colchando con mi cabeza sobre mi mano del mismo brazo y mirando hacía su dirección y extendí mi brazo para acariciar su cabello esperando que eso lo calmara y me hablara.

Estuve esperando por unos segundos sin resultados. Hasta que lo escuche decir: "vas a irte?". Lo observé sentarse mirando hacia abajo. Me quedé helada con sus palabras. Eso me causó más tristeza que antes. Me senté con mis ojos fijos en él y volví a acariciar su cabello para tranquilizarlo. Cuando de pronto lo oí decir con una voz muy triste y apagada "por favor no me abandones", nunca pensé que unas simples palabras como esas harían que me enamorara más de él. Así que con una sonrisa y un abrazo por detrás de su espalda le respondí "tranquilo, siempre estaré a tu lado". Lo escuché reír de forma suave y acarició mi brazo. Lo había logrado. Mi meta se cumplió. Fue en ese instante que decidí que me quedaría. Luego de eso les avisé a mis padres que estaría un aquel sitio un mes más.



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En el texto hay: destino, encuentro, romance

Editado: 10.12.2020

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