Los años pasaban. Y con ellos, yo cambiaba… aunque no todos lo veían con buenos ojos.
A mis padres les parecía extraño que me gustara tanto el anime. Lo veían como "cosas raras de niñas" o simplemente como una pérdida de tiempo. Y aunque no me lo prohibían abiertamente, había miradas. Incomodidad. Silencios.
Yo ya estaba acostumbrada a no encajar. Pero, aun así, dolía que hasta en casa me sintiera fuera de lugar.
Fue en ese espacio —entre la soledad y el juicio— donde llegaron los videojuegos. Mi papá era estricto, pero también justo. Y si me portaba bien, si sacaba buenas notas… me premiaba. A veces con libros, otras con cosas pequeñas. Y un día, con algo que cambiaría mi vida: una consola.
Ahí todo cambió.
Los videojuegos eran más que diversión. Eran mundos completos. Historias que no solo leía o miraba: ahora podía vivirlas.
Pero lo más importante: podía ser quien yo quisiera.
Mi personaje podía llorar. Podía tener el cabello largo. Podía usar ropa brillante, mágica, poderosa. Podía expresarse sin miedo. Sin que lo juzgaran. Sin que nadie le dijera que estaba mal.
En esos mundos digitales nadie me limitaba. Nadie decía: "eso no es de hombres". Nadie me miraba raro. Porque ahí, yo decidía cómo se veía mi alma.
Y aunque para los demás solo era "una partida más" … Para mí era un acto de resistencia. Un ensayo de quién quería ser.
Los videojuegos no me aislaron de la realidad. Me salvaron de ella. Y me prepararon, poco a poco, para enfrentarla.
Ahí empezó Rem. En una historia que no era real… pero donde por primera vez, me sentí viva.
Firmado: —Rem
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Editado: 18.09.2025