Pasaba el tiempo… y mi vida se volvía cada vez más difícil.
No solo por la escuela, no solo por el Bull ying, sino por algo mucho más duro: ni en mi propia casa podía ser quien realmente era.
La soledad ya era parte de mí. Dormía con ella. Caminaba con ella. Y hasta me hablaba a veces, como si fuera mi única amiga.
Pero en medio de esa oscuridad… llegó algo que cambió mi vida:
Un videojuego.
Un simple simulador de vida.
No uno donde solo eliges misiones. No. Era uno de verdad, un mundo donde yo podía elegir TODO. Desde quién era, cómo hablaba, qué ropa usaba… hasta cómo quería vivir.
Por primera vez, yo tenía el control.
Nadie me decía qué debía hacer. Nadie me obligaba a ser "fuerte" o "masculino". En ese mundo… yo era libre.
Vivía una fachada. Un disfraz.
En casa fingía ser el "hombre" que esperaban de mí: duro, frío, sin emociones. Como decía mi padre: "Los hombres no lloran. Los hombres aguantan."
Pero en el juego… ahí yo sí podía llorar. Podía reír. Podía usar vestidos. Podía tener cuerpo de mujer. Podía tener amigos. Podía ser amado.
Podía ser yo.
Ese mundo virtual se volvió mi único refugio. Mi único espacio seguro.
Y aunque era solo un juego… para mí era más real que la vida misma.
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Editado: 18.09.2025