Ese día no sabía qué hacer. Subí a mi habitación, tomé una maleta, y empecé a meter lo poco que tenía: ropa, algunas cosas importantes, y los pedazos rotos de mi corazón.
Antes de dormir, le escribí a mi madre. Le conté todo lo que había pasado.
Horas después, recibí su respuesta:
—"Hijo… no estás solo. Te pagaré por haberlos abandonado."
Me quedé mirando la pantalla en silencio, sin entender.
Me dormí llorando, como tantas noches. Abrazando la maleta, sin rumbo, sin certeza… pero con una chispa encendida: ya no estaba completamente solo.
Al día siguiente, desperté aún con los ojos hinchados, y revisé mi celular.
Había una transferencia. Una cantidad que no podía creer. Mi madre me había depositado.
Y junto a eso, otro correo, uno que jamás olvidaré:
—"Hijo, no te preocupes. Yo te ayudaré a ser feliz. Has sufrido demasiado y no lo sabía hasta que me lo contaste. Y quiero pagarte por todo ese sufrimiento. Sé que el dinero es solo material… pero por ahora es la forma que tengo para demostrarte que te amo, y que siempre estaré contigo."
Lloré. Con el alma. Con el cuerpo entero. Como si todo el dolor contenido quisiera salir de una vez por todas.
Ese mismo día, renté un pequeño departamento. Nada lujoso. Nada amueblado. Solo un espacio vacío…
pero mío.
Esa noche, me acosté en el suelo, con la maleta como almohada, y aunque no había cama, ni muebles, ni compañía…
por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo en mí estaba empezando a sanar.
#1110 en Novela contemporánea
#1758 en Otros
#374 en Relatos cortos
romance, kpop baile y canto, historia cruda sobre crecer distinto
Editado: 21.09.2025