Ya no tenía nada. Estaba completamente sola. Pero… también ya no tenía nada que esconder.
Nadie podía decirme qué hacer, qué vestir, cómo debía ser. Por fin, podía respirar.
Con el apoyo de mi madre, busqué un trabajo de medio tiempo. No era fácil, pero tenía claro que quería empezar de nuevo. Quería vivir, quería ser feliz.
Empecé a usar ropa de mujer en mi vida diaria. Era complicado. Vivía sola, pero el mundo afuera aún no estaba listo para verme. Me miraban en la calle, me juzgaban con los ojos, con sus gestos, con sus susurros…
Pero sabes qué. ya estaba acostumbrada. Eso no era nuevo. Lo había vivido toda mi vida.
Poco a poco, fui amueblando el departamento a mi gusto. Con cosas que me hacían sentir viva. Cosas que me hacían sentir yo.
Me compré ropa que siempre había soñado, dejé crecer mi cabello, me puse unos aretes, me pinté las uñas. Compré maquillaje.
Y un día, frente al espejo… ahí estaba.
Una chica de cabello largo, con una blusa sencilla, una falda que giraba si bailaba, botas que me hacían sentir poderosa, y una sonrisa…
una sonrisa que no tenía que fingir.
Me quedé parada durante horas, viéndome. Probándome ropa. Descubriéndome.
Por fin, comenzaba a gustarme. A gustarme de verdad. Sin filtros. Sin máscaras.
Le tomé una foto a mi reflejo. Con nervios, se la mandé a mi madre.
Y su respuesta fue sencilla. Ni muy larga. Ni muy corta.
Solo lo que necesitaba leer:
—"Te ves hermosa."
Y ahí… por primera vez en años, no lloré por tristeza. No lloré por sentirme perdida. No lloré por estar rota.
Lloré por felicidad.
#1225 en Novela contemporánea
#2248 en Otros
#558 en Relatos cortos
romance, kpop baile y canto, historia cruda sobre crecer distinto
Editado: 28.08.2025