El Diario De Rem

Entrada 32 – "Café caliente, corazones abiertos"

Al día siguiente… algo en mí cambió.

No fue un milagro. No fue magia. Fue una decisión.

Salí temprano. El aire de la mañana olía a pan recién hecho y café tostado. Caminé unas calles más hasta una pequeña cafetería con ventanales empañados por el vapor. El aroma me envolvió antes de entrar. Pedí café… y té… para todos.

Uno por uno. Pensando en lo que podría gustarle a cada uno.

Cuando llegué al estudio, el frío de la calle se quedó afuera. Abrí la puerta con una sonrisa tímida pero firme.

—Buenos días —dije, con la voz algo nerviosa, pero por primera vez… sin miedo.

El silencio se quebró con el suave sonido de las tazas al posarse sobre la mesa. Repartí las bebidas. Cada uno la tomó sorprendido, pero todos… sonrieron. Esa clase de sonrisa que no se finge.

Ese gesto abrió una puerta que había estado cerrada.

Y poco a poco… comencé a formar parte del grupo. No por talento. No por obligación. Sino por conexión.

El primero en acercarse fue Sindo, el chico mexicano.

Su acento, su energía… todo en él era fuego tranquilo. Me habló de su hermano gemelo. De cómo lo perdió en un accidente. De cómo canta para recordarlo, como si cada nota fuera un homenaje silencioso.

—Canto para que no lo olviden… y para no olvidarme de mí mismo —dijo, mirando el suelo con una tristeza cálida, como quien guarda un tesoro frágil.

Después se acercó Demba, el chico francés.

Tranquilo. Casi místico.

Me habló con esa paz que solo tienen los que han visto el infierno y aún sonríen. Me contó cómo llegó a Francia siendo apenas un bebé, cómo creció en los barrios bajos, cómo perdió amigos por malas decisiones que él logró esquivar bailando… bailando para sobrevivir.

—Rapear me dio voz. Bailar me dio alas —susurró, como si hablara consigo mismo, con los ojos fijos en un horizonte que yo no podía ver.

Luego vinieron Kaiyon y Akira. Los inseparables.

Me contaron que se conocieron en secundaria. Que ambos eran “los raros”. Uno por su piel, el otro por su rostro y apellido.

Ambos sobrevivieron al bullying. Ambos encontraron en la música… un refugio.

—Nos dijeron que no encajábamos —dijo Kaiyon.

—Así que decidimos construir nuestro propio espacio —agregó Akira, dándome una sonrisa cómplice que me hizo sentir parte de algo.

Y fue entonces cuando me di cuenta.

Yo no era la rara.

Todos… éramos piezas rotas de diferentes rompecabezas.

Pero en ese grupo, por primera vez… esas piezas encajaban.

Todos habíamos sufrido. Todos cargábamos cicatrices. Y eso… era lo que nos unía.

Quizás el grupo no nació perfecto. Quizás nunca lo será.

Pero ahora sé que, si alguna vez brillo… es porque no lo hago sola.




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