El Diario De Rem

Entrada 61 – Un secreto con Anillo

Empezamos a salir a escondidas, como si estuviéramos jugando un juego peligroso en el que un solo descuido podía arruinarlo todo. No era solo por los fans; era también por los demás miembros, por los medios, por cualquier mirada curiosa que pudiera empezar a atar cabos. Vivir así era como caminar en una cuerda floja… pero al mismo tiempo, esa tensión hacía que cada momento fuera más intenso.

Había días en los que buscábamos lugares apartados, casi invisibles: un café pequeño en una calle poco transitada, una librería donde siempre estaba vacío el segundo piso, o simples paseos nocturnos por calles tranquilas donde el sonido más fuerte era el de nuestros pasos y nuestras risas contenidas.

Pero nuestro refugio favorito estaba más arriba, lejos del ruido: el balcón en el último piso de su edificio. Nunca había nadie allí, y eso lo convertía en un pequeño paraíso secreto. Desde ahí, la ciudad se extendía frente a nuestros ojos como un mar de luces titilantes, y el viento nocturno acariciaba nuestras mejillas. Comprábamos algo sencillo —una hamburguesa para compartir, papas fritas que se enfriaban mientras hablábamos—, pero la comida era lo de menos. Lo valioso era la libertad de mirarnos sin escondernos, de tomarnos de la mano sin miedo a ser descubiertas.

Una noche, mientras el cielo se cubría de nubes y el aire olía a lluvia lejana, me preguntó:
—Si no estuviéramos en este medio… ¿crees que seríamos más felices?

Me quedé pensando, mirando las luces de la ciudad como si ahí estuviera la respuesta.
—Tal vez —le dije—. Pero también pienso que, si no fuera por el grupo, quizá nunca nos habríamos conocido. Y eso… no lo cambiaría por nada.

Entonces saqué el anillo que siempre llevaba conmigo, un regalo que mi madre me había dado y que, hasta ese momento, nunca me había quitado. Lo tomé con cuidado, lo deslicé en su dedo y sentí cómo sus manos temblaban ligeramente.
—Cuando no pueda estar a tu lado, míralo —le susurré—. Sabrás que estoy contigo, que te amo… y que no pienso dejarte.

Ella sonrió, y en esa sonrisa había un brillo que ni todas las luces de la ciudad podían igualar.




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