El día después de la rueda de prensa, Infinity9 siguió ensayando… pero nada sonaba igual.
Las coreografías se veían incompletas, como si las sombras de nuestras figuras siguieran ahí, esperando ocupar su lugar. Las partes de nuestras canciones fueron repartidas entre los demás, y escucharlas en voces distintas me producía una mezcla extraña de orgullo y vacío. Algunos bailes se adaptaron, otros se rehicieron desde cero; era como si el grupo intentara recomponerse con las piezas que quedaban, pero siempre faltara algo.
Ellos nunca nos reclamaron. Al contrario, nos trataban como si aún estuviéramos ahí. Saiyon llegaba cada mañana con café demasiado dulce para “levantar el ánimo”, y Demba buscaba cualquier excusa para hacernos reír, como si con cada broma intentara borrar el hueco que habíamos dejado.
Pero la realidad pesaba.
El médico fue claro: “Necesitas descanso absoluto”. La falta de sueño, el estrés y una alimentación descuidada habían llevado a Nura al límite. La vi salir de la consulta con un semblante pálido, envuelta en una manta, y por primera vez me pareció frágil. Incluso hubo días en los que tuvo que usar silla de ruedas.
No lo dudé: me mudé con ella a un pequeño departamento lejos del centro.
La primera noche, dejamos nuestros anillos colgando junto a la puerta, como un pacto silencioso: ya no teníamos que escondernos.
Al principio, la normalidad era extraña. Las mañanas empezaban con olor a pan tostado… o más bien a pan quemado, porque Nura nunca aprendió a usar la tostadora. Las tardes eran de dramas coreanos y discusiones sobre quién actuaba peor. Las noches… las noches eran para tararear canciones a media voz, bailando lento en la cocina mientras el gato nos miraba con desdén.
Poco a poco, su salud volvió. La vi pasar de caminar con pasos cansados a corretear por el pasillo detrás de un cachorro que adoptamos “solo para cuidarlo” (y que terminó siendo parte de la familia). Cocinábamos juntas, aunque más de la mitad de las veces terminábamos pidiendo comida porque algo salía mal.
Aun así, en medio de esas risas, había un eco constante: extrañábamos algo. No solo a los chicos, sino esa energía que solo existía en los ensayos, en los conciertos, en el latido sincronizado de un público gritando tu nombre. Y aunque habíamos escapado del ruido… el silencio, a veces, también dolía.
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Editado: 18.09.2025