El Diario De Rem

Entrada 75: Nuestras Condiciones

La noche anterior a la reunión con el manager, la sala de nuestro departamento parecía un campo de batalla.
Nura estaba en el sofá, con el pelo recogido de cualquier forma y un cigarro apagado entre los dedos, mordiéndolo más por ansiedad que por costumbre. Yo caminaba en círculos, con las manos frías, como si buscara las palabras correctas en las grietas del piso.

—“¿Y si volvemos… y todo es igual?” —preguntó Nura, rompiendo el silencio. Su voz era ronca, cargada de miedo y deseo al mismo tiempo.
Me dejé caer a su lado. —“¿Igual cómo?”
—“Igual de cruel. Igual de pesado. Con fans midiendo cada respiro, con cámaras buscando cada lágrima. Igual que cuando el accidente… cuando todo se quebró.”

El aire se volvió denso. El recuerdo de Nura en la camilla, los flashes disfrazados de preocupación, las etiquetas hirientes que se volvieron trending topic… todo regresó como un puñal.

—“No quiero que te pase nada otra vez” —le dije.
Nura me miró fijo, sin pestañear, como si buscara en mis ojos una salida. —“Entonces que las reglas cambien, Rem. Si vamos a volver, tiene que ser distinto. O no volvemos.”

Nos quedamos en silencio, escuchando el ruido de los autos afuera y el zumbido del refrigerador. A pesar de todo, lo sabíamos: extrañábamos el escenario. Extrañábamos la adrenalina, el rugido de un público que coreaba nuestros nombres. Y también sabíamos que, si no lo decíamos en voz alta, el vacío iba a terminar devorándonos.

La oficina del manager olía a café cargado y ambición. Las paredes, cubiertas de posters de Infinity9, nos devolvían miradas jóvenes, sonrientes y obedientes. Un póster en particular tenía nuestros rostros doblados en las esquinas: como si el tiempo mismo se hubiera cansado de sostenerlos.

El manager sonrió como si los últimos meses no existieran.
—“Imagínense el titular: ‘El regreso más esperado del K-pop’. Firmamos hoy y—”

Nura aplastó su taza contra la mesa. El golpe hizo eco. El silencio fue tan cortante que hasta el aire acondicionado pareció apagarse.
—“No.”
Su voz no tembló. Y por primera vez, el manager parpadeó primero.

Yo completé, señalando el póster:
—“No somos esas chicas de antes. Ellas tenían miedo. Nosotras ahora solo tenemos… condiciones.”

La lista fue breve, pero cada palabra pesaba como un contrato entero:

Un último disco donde cada canción llevara el nombre de quien la escribió.

Una gira de despedida llamada “Free9”: sin outfits que nos asfixiaran, sin ocultar los anillos, sin mentiras a los fans.

Ninguna cláusula de silencio: al terminar, podríamos hablar de todo.

El manager se rió. No era burla, era alivio.
—“Joder… creí que pedirían algo imposible, como… no sé, quemar la compañía.”

Sacó un contrato ya impreso.
—“Esto dice ‘proyecto especial’. No renueven, solo firmen por esta vez. Los chicos… ya lo saben.”

La trampa estaba en la letra pequeña. Cláusula 7: “El repertorio incluirá 2 canciones del catálogo antiguo.”

Nura lo leyó y sonrió como un lobo.
—“Cambio la cláusula 7: nosotras elegimos cuáles.”

El manager suspiró, tomó su pluma y escribió a mano: Aceptado.

Firmamos con la misma pluma del contrato de debut. Pero esta vez, las lágrimas que cayeron sobre el papel no eran de miedo. Eran de victoria.




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