La despedida de Infinity9 no fue un funeral. Fue un mapa desplegándose, líneas que se abrían hacia caminos distintos, pero todos nacidos del mismo punto.
Kaiyon y Akira sorprendieron con “Back to 2003”, una balada acústica que parecía arrancada de un diario: amigos que se volvieron fantasmas… y luego cómplices de vida.
Sindo apareció en Viral MX, vestido con un traje de mariachi bordado en los colores de Infinity9, cantando “¿Te acuerdas de mí?” mientras el público coreaba como si siempre hubiera sido suyo.
Anya, Indira y Demba se lanzaron como “Triple Moon”, bajo una discográfica indie. Su lema era simple y desafiante: “Sin cláusulas, solo música.”
Mina, en su primera gira solista, cerraba los conciertos con “Shizukana Yoru”, dedicándola a “las que demostraron que el amor no necesita traducción.”
Y nosotras… seguíamos grabando canciones entre el silbido de la cafetera y los ronroneos perezosos de nuestro gato.
La reunión llegó más de un año después, en el mismo restaurante barato donde celebramos el debut. El mismo olor a fritura barata, las mismas mesas pegajosas, las mismas luces fluorescentes parpadeando. Esta vez, sin cámaras, sin nervios. Solo nosotros.
Saiyon lloró antes de que llegara el primer plato, como aquella vez en que brindamos con vasos de agua. Las risas estallaron. Hablamos de todo:
Los vómitos nerviosos en el baño antes de la primera presentación.
La vez que Sindo se perdió en Tokio y acabó en un karaoke de abuelitas que lo aplaudieron como estrella.
Las cartas de amor anónimas que el manager interceptaba y que ahora, con una sonrisa culpable, confesó: “Las guardé todas. Están en el depósito.”
El postre fue un pastel quemado, horneado por Mina con más cariño que técnica. Yo tomé la cuchara, golpeé el vaso y me levanté. El ruido apagó todas las voces.
Nura me miró como en el hospital, esa vez que pensé que la perdería: con miedo, pero viva.
—“No es un discurso.”
Metí la mano en la funda de mi guitarra y saqué un anillo de plata escondido desde hacía meses.
—“Es una pregunta. Nura… ¿me acompañas a quemar tostadas por el resto de nuestras vidas?”
El silencio duró menos que un compás de 4/4.
Ella dejó caer el tenedor, me agarró de la camisa y me besó. El sabor fue mezcla de pastel de chocolate malo y lágrimas dulces.
Demba se levantó gritando:
—“¡PAGUÉ POR ESTO!” —había apostado que lo haría esa noche.
Mina ya tenía el teléfono en alto, subiendo la foto del anillo en la mano de Nura con la descripción: “Sí. Obvio. #Free9Forever.”
El manager, medio borracho, nos mandó una botella de vino. Dentro de la caja, estaba nuestro contrato de debut con un post-it pegado:
“Quémenlo si quieren. Ya tienen algo mejor.”
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Editado: 21.09.2025