Me dejaron plantada en el altar y me convertí en un cliché ambulante.
La mejor escena al estilo Sex and the City en la boda de Carrie con Mr. Big, solo que, en mi caso, no fue miedo, fue que mi casi esposo dijo ‘haberse enamorado’ de mi tía Kathleen.
Sí, mi tía.
Pero no un vejestorio, solo que mi abuelo paterno se casó con una jovencita luego de divorciarse de mi abuela y tuvieron una hija que es un año menor que yo, es decir, podía ser su nieta como yo, pero es su hija.
Hasta me caía bien la muy descarada.
¡Bebimos juntas y metimos billetes en las tangas de los bailarines en mi despedida de soltera!
Supongo que fui muy tonta al no darme cuenta o ver las señales, no lo sé, nadie me lo advirtió tampoco, todos lucían y estaban impactados, a excepción de mi mamá que me dijo y cito: sabía que esa arpía dañaría todo, siempre nos ha envidiado.
Tal vez no estaba equivocada y trazó un plan malévolo para arruinar mi boda y la vida social de mi madre, quién sabe. Solo ella y bueno… él.
Tal vez sea una venganza porque mi abuelo no cambió su testamento y mi madre y mi tío se quedaron con casi todo cuando el abuelo murió, ¿serían capaces Kathleen y su madre de orquestar algo tan retorcido? No lo sé, nunca he sido buena mirando la maldad en otros, quizá por eso me engañaron, por ser ‘demasiado inocente’. Al menos así me lo suele repetir mi madre.
Pero no más, no más de ellos, no más dramas familiares, solo quiero borrar ese bochorno de mi vida y desaparecer. Motivo por el cual me encontraba conduciendo hacia Skywood, donde nació mi abuela y dejó la que fue nuestra casa de verano cuando éramos niños. ¡Dios, amaba esa casa! Pero luego crecí y dejé de ir, la última vez que estuve ahí fue hace dos años para su funeral; al enfermarse, la llevamos a la ciudad y solo volvimos porque ella quería ser enterrada en dónde nació y tuvo tantas amistades. Me dejó la propiedad en su última voluntad y voy a hacer uso de lo que es mío.
Además, no es que muchos me conozcan en ese pueblo perdido a casi ocho horas de la ciudad, seguro ni recuerdan a la niña desgarbada con lentes y que amaba las botas de lluvia de colores, así que era el lugar perfecto para empezar de nuevo.
No me despedí de nadie, salí de la iglesia, tomé el bolso preparado para la luna de miel junto a mi laptop, tableta de trabajo y mis documentos, encendí mi adorado Jeep naranja tostado y emprendí el camino hacia el pueblo, solo me detuve en la gasolinera a comprar algunas provisiones y nada más.
El trayecto al anochecer estaba iluminado por las pequeñas luces pegadas en la carretera, porque en los últimos kilómetros antes de llegar a Skywood solo existían zonas boscosas sin habitantes, podías perderte en esos caminos si te desviabas por los senderos de tierra. El pueblo más cercano lo había dejado atrás unas cinco horas antes.
Bajé la ventanilla y el aroma de los pinos impregnó todo el auto, sonreí a sabiendas que me encontraba cerca de mi destino, por alguna extraña razón, nunca sentía miedo al venir aquí, siempre era emoción y ganas de correr al lago para zambullirme. Obvio no lo haría a esta hora, pero lo primero en mi lista al amanecer, sería eso.
Era un lugar pequeño que parecía aferrarse a las orillas de un lago cristalino, aunque a esta hora se veía como un pozo oscuro vagamente iluminado por la pequeña luna en el firmamento, alrededor de seiscientas almas vivían aquí. Las casas eran mayormente cabañas de madera envejecida y oscurecida por la humedad, y casas modestas que se confundían con el paisaje boscoso. Daba la impresión de que el tiempo se había detenido.
El centro era una plaza pequeña, donde una fuente de piedra goteaba con un sonido que resonaba en el silencio y había una vieja iglesia. A un lado, un parque infantil solitario parecía guardar historias de juegos de antaño. Las únicas calles del pueblo, quizás un poco estrechas, albergaban una tienda de comestibles con estantes llenos de productos básicos, la panadería/pastelería y otros comercios bastante diversos para un lugar así de pequeño. Una de las cabañas funcionaba como dispensario y la estación de policías no contaba con más de cinco oficiales hasta dónde recordaba.
También una escuela que iba desde primaria hasta secundaria y la vieja mansión que ahora era un hostal y dónde se celebraban todo tipo de fiestas desde que tengo memoria. Una gasolinera pequeña con aspecto abandonado, pero funcional, era el último vestigio de conexión con el mundo exterior. La taberna-restaurante emanaba un olor a leña y guisos siempre, un lugar dónde ir si querías saber los chismes del pueblo.
Y estaba la casa de mi abuela, una cabaña muy cerca del lago y aún se conservaban los caminos de rosales de la entrada, supongo algún vecino las mantenía, aunque las otras cabañas quedaban algo lejos, pero yo me haría cargo desde ahora. Tenía los ahorros suficientes y si conseguía una buena conexión a internet, podría hacer mi trabajo sin problemas.
Apagué el motor y dejé que el aroma de las rosas me calara profundo, tomé el bolso y me bajé de un brinco, sintiendo las rocas crujir bajo mis botas. Observé la oscuridad en la casa y tuve que encender la linterna de mi teléfono para buscar las llaves y poder entrar.
La puerta hizo un fuerte crujido y la pateé un poco para que abriera, cuando finalmente lo hizo, una nube de polvo me recibió. Busqué el interruptor y encendí la luz porque mi abuela dejó algo de ahorros para seguir pagando los servicios de la casa. El piso, los muebles y todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, pero no me dejaría amilanar por esto.
Editado: 04.09.2025