El Dibujo de tu Corazón

Capítulo 4: Gregory

La medicatura del pueblo estaba a cargo de mi hermana Ava junto a Marina y Andrew, quiénes ejercían como recepcionista/contadora y el enfermero practicante con licencia para atender pacientes y hacer recetas. Estaba en una gran cabaña moderna con el consultorio, sala de examinación, una emergencia con seis camas para pacientes no complicados, dos baños y la cocina, además de dos cuartos para que duerman si algún paciente debía pasar la noche.

La fachada se mantenía rústica como la mayoría de las casas en el pueblo, pero por dentro era muy moderna en colores tierra como el beige, marrón y verde. En la recepción se encontraba Marina tecleando la computadora en su escritorio de madera y mi hija corrió veloz hacia el interior en busca de su tía, resoplé y los ojos marrones de la mujer frente a mí me recorrieron de los pies a la cabeza.

—¿Por qué Kay está enojada? Ella siempre saluda, ¿qué le hiciste? —acusó al señalarme con la bola blanca peluda en la punta de su bolígrafo, por alguna razón, le gustaban esas cosas peludas en todas partes.

—¿Por qué crees que le hice algo? —bufé y movió su cabellera rubia hacia su hombro derecho, enroscando un mechón en su dedo.

—No es ciencia de cohetes, cariño, los hombres son tontos con las mujeres. —Miró sus uñas y se removió en el asiento.

Marina era hermosa, siempre llevaba faldas y blusas elegantes, le gustaba vestir bien, con cuarenta años los hombres babeaban por ella y era muy, pero muy lesbiana. Casada y con dos hijos que nacieron en la ciudad antes de traerlos aquí.

—Digamos que discutimos un poco, ella quiere que la nueva le enseñe a dibujar y yo le dije que no, no pienso exponer a mi hija a mujeres como ella. —Alzó sus cejas y se puso de pie.

—Como dije… —Me dio otra mirada de los pies a la cabeza—. Tonto… —Giró en sus tacones kilométricos y se perdió por el pasillo.

Resoplé y tiré con fuerza de mi cabello porque odiaba discutir con mi hija, sus ojos tristes, silencio e indiferencia se sentían como ácido en mi corazón, una sensación de desasosiego y rabia de no poder ser mejor para ella. Maldije antes de avanzar y buscarlas, las tres estaban en la cocina y me quedé a una distancia prudente para no incordiar.

Mi hija sentada en las piernas de su tía, Ava tenía el cabello castaño como yo, pero con los ojos miel, su rostro fino y casi angelical le hacían parecer de veinte cuando tenía en realidad treinta y tres y con una hija de quince años, mi preciosa Ruby. No estaba muy feliz cuando se quedó embarazada de un inútil, sin embargo, la apoyamos junto a mi hermana Amara y salimos todos adelante.

—¿Papi te dijo por qué no quería que ella te enseñara a dibujar? —cuestionó mi hermana al alisarle el vestido a mi hija.

—Dice que ella va a irse como mamá y va a lastimarme, ¡no entiendo! —Se cruzó de brazos—. No todas las personas son malas ni se van a ir como mamá que no nos quería, tía. —Hizo un puchero—. Tienes que conocer a Iris, ¡es tan linda! Y dijo que mis dibujos son bonitos.

—Iris Ashworth es famosa en Canadá. —Marina se giró y colocó dos vasos de limonada en la mesa, mi hija empezó a beberlo de inmediato—. Es diseñadora e ilustradora de libros, yo tengo varios de esos en mi estante, ¡dibuja increíble! —Se inclinó para acariciar el cabello de Kay que le sonrió.

—¿De verdad hace eso? —La ilusión en la voz de mi hija me hizo maldecir una vez más.

Lo había jodido. En grande.

—Oh, sí, ilustraciones, portadas, diseños bellísimos, incluso, si le llegas al precio, puede hacerte dibujos personalizados. —Le dio un guiño a mi hija, se sirvió un vaso de limonada y tomó asiento frente a ellas.

—¿Esos dibujos? —preguntó Ava a Marina.

—¡No, eso no! —Sacudió la cabeza con diversión en su mirada. Marina era retorcida, ecléctica y un poco rara, pero buena persona a su manera.

—Tía, dile a mi papi que no sea gruñón y que no trate mal a Iris, dijo cosas feas que la lastimaron, estaba a punto de llorar, yo lo vi —señaló y me sentí avergonzado sin saber bien por qué.

—Su prometido la engañó, supongo que un corazón roto y que alguien que no te conoce te trate mal, es suficiente para hacer llorar a cualquiera. —Mi hija soltó un jadeo.

—¿Su prometido es malo como mi mami? —cuestionó.

—Sí, lo es —secundó Marina y Ava la miró en advertencia—. ¿Qué? No estoy diciendo mentiras, está en los blogs sociales porque su familia tiene buena posición en Vancouver. No es de extrañarse que viniera aquí buscando alejarse del escrutinio, aunque no somos mucho mejores, ¿cierto?

—¡Pobrecita! —Mi hija sacudió su cabeza—. ¿Podemos comprarle chocolates? Eso me ayuda cuando estoy triste, tía, ¿la ayudaría a ella? —Ava sonrió.

—Podría ser, pequeña, pero no puedes decirle nada de esto a Iris, no queremos ponerla más triste, ¿cierto?

—¡Cierto! —Alzó ambas manitos—. Yo no diré nada, lo prometo. —Miró a Marina—. ¿Por qué ese hombre le hizo eso?

—Otra mujer. —Kay negó en desaprobación.

—¡Qué feo! —Bebió un sorbo de su limonada—. La gente mentirosa es fea y mala, eso no se hace, ¿por qué lo hacen?

—Hay personas que mienten por cobardía —explicó Ava—. Por miedo, no se justifica, pero a veces pasa, por eso hay que aprender a decir las verdades con tacto, Kay, no de golpe, nunca sabemos cómo va a reaccionar la otra persona.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.