El Dibujo de tu Corazón

Capítulo 7: Iris

Daría mi primera clase de dibujo hoy y nerviosa no alcanzaba a describir cómo me sentía. Las notificaciones en mi laptop seguían ahí, burlándose de mí, pero me negaba a abrirlas. Tal vez era más cobarde de lo que creía. Ya tenía dos semanas de haber llegado y tampoco había sacado mi teléfono del modo avión.

La verdad, esperaba sufrir algún tipo de abstinencia digital, pero ese no era el caso, estaba disfrutando en grande mi desconexión y si podía extenderla un tiempo más, lo haría. Necesitaba fortalecerme un poco el espíritu antes de enfrentarme al torbellino que seguro estaba desatado en Vancouver.

Me miré al espejo una vez más y sonreí a mi reflejo, ¡me veía bien! El jean bota ancha con muchos bolsillos y una blusa de tirantes roja, los artistas no teníamos un ‘look especial’ y tampoco todos parecíamos hippies o vagabundos, cómo solía decir mi madre. Nunca estuvo de acuerdo con la carrera que elegí, sin embargo, mi abuela me pagó la universidad y yo hacía trabajos online también.

Toqué el dibujo que había hecho de mi abuela pegado al espejo con cinta adhesiva y le pedí que me ayudara a hacer que todo saliera bien esta tarde. Digo, serían pocas personas, al final se inscribieron ocho, pero sabía que ese grupo sería más que suficiente para que el resto del pueblo se formara una opinión de mí.

Sorprendentemente, la hermana del Gorila Uno, Amara, me ayudó a conseguir la mesa amplia de madera con las sillas para colocarla afuera y poder dictar la clase, me construyó un caballete en tiempo récord y debo admitir que además de algunas características físicas, no se parecía en nada más a su hermano.

Salí para supervisar que todo estuviera en orden, la mesa con los utensilios, blogs de dibujo y lápices para empezar. Compré panes dulces, preparé café y jugo para ofrecerle a los asistentes y eso lo puse en la mesa pequeña a un costado. Había dado clases antes, me gustaba, pero cada primera vez representaba muchos nervios para mí.

—¿Llegué muy temprano? —Sonreí al ver a Ryle aparecer, era un tipo muy apuesto, eso no podía negarse, parecía sacado de alguno de los libros que leí, con ese andar seguro, vaqueros desgastados, camisa arremangada hasta los codos en color gris claro, su cabellera negra y preciosos ojos azules.

Si no estuviera curada de espantos, podría tener una aventura.

Pero nunca había sido mujer de tener acostones, eso de conocer a alguien, acostarse con él a las horas y luego hacer como si nada nunca fue mi estilo, admiraba a las mujeres capaces de hacer eso, pero yo necesitaba un poco más de contexto antes de irme a la cama con alguien. Ahí estaba la razón por la cual mi lista de conquistas era bastante corta. Aunque muy variada.

—No, llegaste justo a tiempo para darme tu opinión de cómo se ve todo. —Señalé alrededor y sus ojos se pasearon por el lugar con una expresión complacida.

—Todo se ve muy bien, aunque no sé mucho de clases de dibujo, tú eres la experta —me concedió—. Te traje algo. —Sacó una bolsa que llevaba tras la espalda y me acerqué para recibirla.

—¿Qué es?

—El sándwich de cangrejo que te gustó el otro día, para antes o después. —Me alcé en puntillas para dejar un beso en su mejilla.

—Eso es muy considerado de tu parte, gracias, Ryle.

—¿Interrumpimos? —La voz de Cromwell me hizo dar un respingo, Ryle me guiñó un ojo y se movió para despejar mi campo de visión.

Cromwell se veía completamente diferente sin el uniforme, llevaba vaqueros oscuros y una camisa blanca con rayas azules, ¡vaya! No estaba nada mal.

En realidad, estaba muy bien, pero no admitiría eso en voz alta.

—¡Iris! —Kaylee se acercó para abrazarme las piernas.

—Hola, Kaylee, tiempo sin verte, ¿creciste un poco más? —Dio un paso atrás para girar en su eje, mostrándome la amplia falda de su vestido rosa de flores blancas—. ¡Qué bella estás!

—Gracias, mi papi me regaló este vestido y ¡mira, mis zapatos brillan! —Extendió su pierna derecha para mostrar unas zapatillas plateadas muy brillantes.

—¡Me encantan esos zapatos!

—Señorita Ashworth.

—Oficial Cromwell. —Incliné un poco mi cabeza hacia él.

—¡Mi papi se llama Gregory! —exclamó Kaylee—. Todos le dicen Greg, dile Greg, no está trabajando.

—Supongo que, por hoy, podría decirle a tu papi… Gregory… —Los ojos del hombre frente a mí parecieron oscurecerse en cuestión de un segundo, para dejar apenas un fino halo verde alrededor de una pupila oscura completamente dilatada.

—Iris. —Soltó como en una especie de gruñido salvaje que me hizo apretar la bolsa entre mis manos y aclararme la garganta.

—Por favor, tomen asiento dónde gusten, llevaré esto a la nevera y le daré un mordisco en privado. —Volví corriendo a la casa para darle una probadita al exquisito sándwich de cangrejo con una salsa increíble, lo metí en la nevera y al atravesar la puerta para volver, Gregory estaba ahí—. ¿Sucede algo?

—Tienes salsa. —Señaló hacia mi rostro y me pasé la mano.

—¿Ya?

—No, aquí. —Su pulgar me rozó el mentón, provocando un sutil cosquilleo en la zona, le sostuve la mirada y sus ojos oscuros me parecían un rasgo que podría servirme para dibujar.




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