Víspera de Navidad
Ya estoy completamente congelada, y Asadov no acaba de llegar. María, yo y otros dos gerentes del hotel vinimos a Viena para la Feria de Navidad. Nos envió aquí la Fundación benéfica "Ciudadelas", de la compañía de Giorgos Otonos, mejor dicho, enviaron a María. Y María me trajo con ella.
"Ciudadelas" tiene su propio quiosco en la Feria. Aquí hay muchos puntos de venta de diferentes fundaciones benéficas. Como regla general, los ingresos del comercio de Navidad se destinan a ayudar a los necesitados. Caminando por la Feria me encontré con un quiosco elegante con una pancarta brillante "Fundación Benéfica de Artem Asadov".
Mi primer pensamiento fue dar la vuelta y correr, pero, en primer lugar, mi vientre me impide correr, y en segundo lugar, mis piernas se negaron a moverse. Parece que echaron raíces en el suelo. Especialmente cuando escuché que el fundador debe venir de un momento a otro.
Los minutos se convierten en horas, pero ya he tomado una decisión y estoy esperando, dándole vueltas en mi cabeza a la mejor manera de comenzar la conversación. Solo pido que esté solo, sin el anillo de seguridad, de lo contrario no podré llegar a él.
No tomé fotos de la última ecografía conmigo, pero las tengo en mi correo. Se la puedo enseñar a Artem.
Si le interesa...
He estado esperando tanto tiempo y de todas formas llega de repente. Tan alto y tan guapo como un bombero australiano salido del calendario. Pero, vestido...
El corazón, que yo creía congelado, resuena suavemente en mi pecho. Por dentro se siente un fuerte empujón, mis niñas se están alborotando. ¿Reconocieron a su padre o se les transmitieron mis emociones?
Y estas se están poniendo incandescentes.
Asadov gira la cabeza y yo doy un paso adelante.
— Hola, Artem, yo...
— ¡Artem, mira lo que encontré!, — me interrumpe una voz sonora. Asadov se vuelve, y me asombro de cómo cambia su expresión facial.
Ya no aprieta sus labios bellamente curvados, sus ojos se iluminan, la arruga de su frente se suaviza. Ahora se parece tanto a aquel chico con un mono de trabajo azul que me tapo la boca con las manos.
Y presiono más fuerte, porque hacia Asadov corre una chica increíblemente hermosa con un abrigo corto. Ella es delgada y esbelta, no como yo con mi cintura desbordada y mi nariz enrojecida por el frío. En su mano sostiene una caja decorada con copos de nieve.
— ¿No tienes frío?, — Asadov agarra a la chica por los codos, la atrae hacia sí y mi corazón se contrae de dolor.
¿Por qué, si yo me di la palabra de olvidarlo y dejar de amarlo? ¿Por qué todavía me duele?
— Mira, muérdago, — la chica indica hacia arriba y Artem levanta la cabeza, — ¿sabes lo que significa? ¡Que tienes que besarme!
— ¿Sólo besarte?, — pregunta Asadov con voz ronca y baja, y mis ojos se nublan.
Pensaba que ya todo había pasado. Que lo había podido, que lo logré. Pero cuando toma su cara en sus manos y la besa, es como si me clavaran un cuchillo en el corazón. Lo clavan y le dan vueltas.
Artem dijo que no necesitaba relaciones. Resulta que no necesitaba relaciones solo conmigo. Y solo a mí me iba a ofrecer el papel de amante temporal.
¿Cómo puedo acercarme a él ahora? ¿Y para qué? Me imagino que se volverán juntos en mi dirección y Artem me preguntará quién soy. Y qué quiero...
Lentamente empiezo a retroceder, y no quito los ojos de la pareja que se besa. Me seco las lágrimas de las mejillas congeladas, pero ellas no dejan de fluir.
¿Para qué vine aquí? ¿Para qué volví a verlo?
Sigo caminando hacia atrás hasta que tropiezo con un hombre que va pasando. Incluso accidentalmente le piso el pie.
— Lo siento, —murmuro sollozando, y no creo a mis oídos cuando escucho una voz conocida:
— ¡Qué encuentro! Tierna dama, ¿usted me está siguiendo?
Y por muy amargada que me sienta, no puedo evitar sonreír en respuesta a la mirada de los ojos entrecerrados del señor Rich.
— Es usted quien me persigue, — le contesto gruñona, aunque en realidad estoy muy contenta de verlo.
— ¿Por qué llora?, — me mira desconfiado a la cara y tira de mí mano hacia un pabellón cubierto. — Vamos, llevo aquí casi dos horas y no he bebido ni una gota de glintwein.
— No puedo beber glintwein, — me opongo.
— Pero es que, a usted, tierna dama, nadie se lo ha propuesto. Para usted té y dulces, y no para usted, sino para las niñas.
En pocos minutos nos encontramos sentados a una mesa, y mientras llamo a María para que no se preocupe, traen cestas de pasteles, pan de jengibre y mazapanes.
— ¿De dónde salió usted aquí?, — le pregunto al señor Rich, mordiendo un trozo de pan de jengibre y bebiendo té hirviente.
— Vine a visitar a mi hijo, tiene una oficina en Viena. Decidí pasear por la feria, comprar regalos a los nietos. Y aquí usted por poco me derriba, — y pregunta en un tono muy diferente: — ¿usted se encontró con Asadov?