El enigma

Capítulo 3: La Cena

Se dirigieron a la mesa, una mesa de caoba, con unas patas talladas al más fiel estilo barroco, lujoso pero sobrio, deslumbrante, pero sin estridencias ni alardes, el ebanista se ganó bien el sueldo sobre todo por intentar que pasara desapercibida una maravilla como esa. En la mesa manteles individuales, cubertería, bajilla y cristalería dispuesta al más y mejor estilo del protocolo diplomático de más alto nivel, bajoplatos de plata cincelada, encima un plato llano y uno de, mal llamado, postre, a la derecha una cuchara con la curvatura hacia arriba, tres tipos de cuchillos le seguían como marcándole el camino hacia el plato, uno para entremeses, un trinchero y una pala de pescado, a su izquierda, tres tenedores, uno de cinco puntas y dos más de cuatro, el que estaba más cerca del plato, la intersección entre la segunda y tercera púa era más profunda, sin lugar a dudas habría pescado, delante del plato una cuchara de postre con la curvatura hacia arriba y el rabo hacia la derecha, en la esquina izquierda un plato y un cuchillo para untar dispuesto de forma oblicua, a la derecha tres copas, de agua, de vino tinto y de vino blanco, dispuestas de forma diagonal a los platos.

  • ¿Papá de verdad que era necesario este protocolo?
  • Todo a su debido tiempo, hija mía. Cuando está es necesario.

La comida empezó a llegar y de entrante sirvieron Gazpacho de espárragos verdes de Jean-François Rouquette, del restaurante Pur. “¿Abuelo de verdad que tenemos que comer esto?” se quejó la más pequeña, su hermana le dijo “aprende a comer de todo, todo es necesario”, y como si fuera palabra de Dios empezó a comer y no dejo nada.

De primero un filet mignon del chef Mingoo Kangel del Restaurante Mingles, y de segundo una dorada al horno con plancton de Ángel León del restaurante a poniente, y de postre un tiramisú de L’ottava nota.

Los vinos eran de excelente calidad, vega Sicilia único de 1998, para las carnes, para los pescados un espumoso de Perrier Jouët.

Después de la animada cena, en la sobremesa, dijo el anciano, “venid aquí los más jóvenes o contare una historia”.

“¿Qué nos vas a contar, tito?” dijo el sobrino con los ojos como platos. Siempre había sido de historias, mitos, fabulas y demás, pero especialmente le gustaban las batallitas que siempre contaba su tío cuando se reunían.

“Hoy no os voy a contar ninguna batallita de las mías, hoy os contare una fábula donde el final lo escogéis ustedes”, dijo con cara seria, misteriosa o sencillamente expectante de ver la reacción de los más jóvenes.

Al oír estas palabras la hermana del anciano palideció, sabiendo ya lo que le iba a contar y cuál era el final, cono todo en esta vida, tiene su parte buena y su parte mala.

“Abuelo, espero que esta historia sea mejor que la última, que ya no somos tan niños”, dijo la mayor de las nietas, a lo que contesto el anciano, “no preocuparse esta fábula os interesara, es como la vida misma, al final siempre uno puede elegir, lo importante es elegir bien”.

Todos se quedaron con cara meditabunda. La más pequeña pregunto lo que todos pensaban y nadie se atrevía a decir, “¿abuelo y como sabremos si hemos elegido bien?”. El anciano, se la quedo mirando y le dijo con cara dulce y tono tierno, “mi niña, hoy no lo sabrás, esas cosas solo se saben con el tiempo, cuando echas la vista atrás y no te arrepientes de lo que hiciste, si solo por un segundo te arrepientes, no fue la decisión correcta”.

Los jovenzuelos se quedaron pensativos, algunos pensaron, ¿porque nos va a contar una fábula que tenemos que elegir el final y no sabremos si el final es el bueno hasta dentro de unos años?, bueno las cosas de este hombre siempre tan enigmático y precavido hasta para hablar.

El anciano se acomodó en el sillón, puso los pies en su otomana marrón y dijo “Venid todos que empiezo, acomodaros, que lo mismo es un buen rato, pero recordar una cosa siempre una fábula como esta, llegado el día tendréis que contadle a vuestros nietos y sobrinos, pero antes como buen anfitrión, acogedlos en vuestra casa y dadles de comer, reír, cantar y bailar si hiciera falta, pero no olvidéis que esta fábula comienza en la sobremesa”.

“Anda abuelo tu como siempre, creando misterio alrededor de tus palabras, como eres” dijo la nieta mayor. El abuelo le dedico una mirada severa, pero llena de cariño y amor, “Cuando llegue el día lo sabréis, y como yo hoy os acordareis de quien os la conto”.




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