“El padre cogió la carta, la apretó fuertemente en sus manos y le prometió a su hijo que se la haría llegar. Sin tiempo que perder el padre llamo a su mejor jinete y el más rápido también. Raudo el jinete se presentó ante su señor y con rodilla derecha en el suelo se puso a su disposición. El padre le explicó al jinete que tenía que llevar la carta de su hijo a una chiquilla que iba a diario al monasterio que el mozalbete había estado. Intentaba darle la carta, pero como si algo lo retuviera no podía soltarla, era un querer y no poder. Al fin le dio la carta al jinete y este con paso diligente se apresuró a salir de la sala. Antes de que pudiera pasar el marco de la puerta, su señor lo detuvo, “Alto, dame la carta de nuevo, no es porque no confíe en ti, pero esto es algo que tengo que hacer yo”, le dijo el jinete. El muchacho rápido corrió hacia su señor devolviéndole la carta. “Avisa a mi guardia que se preparen que salimos en breves”, el jinete asintió con la cabeza y diligentemente Salió de la sala a grandes zancadas, como si lo estuvieran empujando por detrás.
Al cabo de un rato el jefe de la guardia, irrumpió en la sala que estaba el padre, “Señor todo listo para partir”, el padre se volvió, lo miro y como si fuera un vendaval corrió a por su montura más rápida. No tardaron mucho en poner rumbo al monasterio donde estuvo su hijo.
Tardaron un día en llegar, rápidamente el padre solicitó ver al abad, y fue pasado a su presencia. Era una estancia pequeña, oscura, olía a humedad, no parecía que fuera un sitio para poder habitar, al fondo de la pequeña sala, un hombre mayor, de pelo blanco, cabeza rapada solo por arriba en un círculo casi perfecto, de ojos pequeños y punzantes. Entre susurros dijo: “Señor cuanto tiempo que no venía, ¿qué favor quiere de su servidor, otra vez?” “No cambiaras en la vida, siempre con un verbo hiriente y poco hospitalario, aun no sé qué vio su ilustrísima para haceros abad de este monasterio” le contesto el padre.
El padre tomo asiento en una banqueta llena de polvo y raída su tela, pareciera que se rompería si el fornido noble se sentara, pero aguanto el peso que le cayó encima. Amigo mío, quiero saber dónde encontrar la señora y su hija que os traen víveres y agua a diario, tengo que hablar con ellas. A penas terminó de hablar el abad dijo: “Tu hijo, el templario, se comportó dignamente en este convento, no tienes que preocuparte”. El noble le dijo que lo sabía y que no temía por su mal comportamiento, sino por su bondad. Quería ver con sus propios ojos esa chiquilla que hizo que su hijo entregara su anillo en prenda. El abad le dijo que era una familia muy pobre, pero muy piadosa, ayudaban mucho al monasterio y lo poco que tenían lo repartía con los monjes. Que su hija seguía los pasos y educación de su familia y que era una chiquilla muy lista, pero reservaba, algo tímida y de pocas palabras. Cuando más se le vio hablar era con el joven novicio y no era fácil que esto ocurriera.
El padre con estas referencias del abad, quedo más tranquilo, diciéndole que, si eran unas personas religiosas y piadosas, su hijo había tenido bueno ojo, lo que al abad no pareció gustarle, ya que torció el gesto.
Su hijo, señor, se ha enamorado de la chiquilla o de la madre, le pregunto, aclarando el noble que era de la chiquilla y que quería verla.
El abad acompañó al noble a casa de la chiquilla, que vivía a unas pocas leguas del monasterio.
Antes de partir el noble compro dos pollinos al monasterio por falta de uno que fue el que se llevó su hijo. También ordeno que lo alimentaran durante un año sin coste alguno para el monasterio.
Tras un corto paseo, llegaron a la puerta de la casa de la chiquilla, llamo el abad, y cuando salió la madre a responder no pudo más que sorprenderse y asustarse, estaba el abad allí y venia el señor de las tierras y su guardia personal, no podía imaginar peor pesadilla algo, pensó, hizo mal su hija o vendría a pedirle el anillo que tenía como prenda. Las peores posibilidades se estaban dando.
El noble poniéndole la mano en el hombro al abad, dijo: “No te preocupes buena mujer, no temas que ningún daño ni perjuicio se te hará”. La madre aún más confundió. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué venia el señor de todo lo que veía a su casa?
Con voz calma, le dijo “¿podemos pasar?”, la mujer, nerviosa, dijo que, si como si fuera un susurro, no llegaba a salirle la voz. El noble le pidió que llamara a su hija. La casa de la mujer solo tenía dos habitaciones, una para comer y preparar la poca comida que tenían y otra para dormir todos juntos. El dormitorio constaba de 3 camas, una para los padres, otra para la hija mayor y la segunda niña, y otra para los dos varones.
La chica entro en el comedor y quedó pálida, el noble con voz cálida y amable le dijo que no se preocupara que a partir de ese día nadie le haría nada, ya que su hijo la eligió como esposa y eso los emparentaba, le rogo a la madre diera su permiso para poderla llevar al castillo y educarla de forma acorde a la nueva posición que tendría, también le dijo que no pasarían más hambre y que todo lo que necesitaran se lo pidieran, que el cuidaría de ellos desde ese momento.
La madre asintió con la cabeza, montaron a la chica en un corcel blanco y se dirigieron al castillo.
La madre no podía creerse lo que había pasado.
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Editado: 13.07.2022