Después del ejercicio realizado con los asaltantes árabes, parecía que se cogía la cama de otra manera. La noche se pasó tranquila, apacible. Se levantaron al alba, el rezo de la mañana y un buen desayuno, las sobras de la noche e inmediatamente pusieron rumbo al Templo, pero no sin antes asegurarse que nadie les seguía, y sobre todo extremando la precaución en el camino. Llegaron al complejo donde se alojaba el templo de salomón, entraron por una de las puertas que tenía la muralla. Pasaron por la ciudad de David e ingresaron en el templo propiamente dicho. Se imaginaron allí la edificación y al joven templario se le escapó un suspiro pensando la maravilla que no se podría admirar por la necedad de los hombres, no le cabía en la cabeza que destruyeran cosas así.
El gran Maestre lo sacó de sus pensamientos, con un codazo, se oían ruidos por todos lados. Llegan al patio exterior de las ruinas del templo, y de pronto empiezan a salir hombres como los que le atacaron la noche anterior por todos los lados, no eran menos de treinta, ballestas, escudos y cimitarras, otros llevaban alfanjes, iban bien pertrechados, el gran maestre solo pudo decir en voz alta que el día de los tres había llegado allí a su fin, en ese momento, cada uno saca sus armas, el gran maestre su pesado mandoble, el maestre su espada de cruzado y el escudo templario, el joven esas dos espadas cortas de unos 65 o 70 centímetros, finas como estiletes, afiladas como navajas de afeitar. Se pusieron espalda contra espalda y se dispusieron a luchar. “Non nobis, domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”. El lema templario, y más que eso una arenga de una frase, resonó en la esplanada. El lema no era inventado por ellos, sino que es un fragmento del salmo 113.9. “No a nosotros, señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”. También era un rezo, y la proclamación del motivo de su lucha.
Los asaltantes, envalentonados por su superioridad numérica se abalanzaron contra ellos al grito de matadlos.
A esto el sonido de unas saetas volando por el aire, resonó en la explanada, sus enemigos cayeron todos al unísono, parecía más un castigo divino que un ataque por lo bien ejecutado. Sin mucha dilación la explanada se llenó de una especie de beduinos, con chilabas, y turbantes que ocultaban también la boca en negro, uno de ellos que llevaba la cara tatuada con tres raros símbolos, se adelantó.
“No temáis, le dijo, somos los guardianes de la caja, las leyendas anunciaban que un día vendrían tres forasteros, que cada uno blandiría un tipo de arma diferente, cada uno de una edad, cada uno con una habilidad. Los tres iguales por fuera, distintos por dentro. Necesitarían nuestra ayuda para que no cayera en manos del mal la caja, y dando cumplimiento a las leyendas aquí estáis”.
Los tres templarios no podían por más que estar agradecidos, pero a la vez muy sorprendidos.
Se sentaron todos, y se pusieron a hablar con los que parecían que eran los que mandaban en ese grupo de protectores. Les dijeron que desde ese momento no estarían solos, que llevarían una gran responsabilidad e incluso dirían que una maldición. Que deberían estar muy seguros de lo que iban a hacer que si no lo estaban mejor dejarla allí hasta que vinieran a buscarla otros elegidos. También le explico que siempre estaría uno de ellos cerca por si necesitaban su ayuda, que si querían podría escoger a uno de ellos para su servicio, o como guardaespaldas o si querían solo estarían como una sombra a su alrededor.
Ellos sorprendidos por tanto agasajos, incluso veneración parecía que era, quedaron estupefactos, no sabían que decir, ni que gesto hacer, solo pudieron decir que, si podían pasar la noche allí y pensar en sus palabras, era una decisión importante y que no se podría tomar a la ligera. El beduino tatuado con una ligera inclinación de cabeza con su mano derecha en el pecho, se despidió, hizo un gesto y desaparecieron los demás, el volvió su cabeza y dijo “dormir tranquilos nosotros vigilamos para que no pase nada, mañana tomareis la decisión”.
Al día siguiente se levantaron, rezaron y antes de buscar su desayuno, olieron te recién hecho y unos pastelillos de almendra y miel. “No puede ser”. Miraron hacia detrás y allí estaba el beduino con el desayuno preparado. Parecía magia, pero no era así, solo dedicación y responsabilidad le explicó el viejo beduino.
“Ahora es necesaria vuestra respuesta” dijo con voz grave y solemne.
Los templarios, casi al unísono, dijeron que aceptaban la responsabilidad. El viejo los llevo a través de una grieta de la pared a una cámara que no sabían de ella nadie, desde fuera parecía una grieta más de las ruinas. Dentro, en un pedestal, una caja de unos cuarenta centímetros, le daba unos rayos de la nueva mañana, la sala estaba a oscuras, casi no se podía ver si no fuera por la iluminación sobre la caja.
“leed, buscad en vuestro interior y después abrir la caja. Quizás encontréis vuestra respuesta allí, o encontréis más preguntas”, cuando los templarios miraron hacia el sonido de la voz del viejo, ya había desaparecido, estaban solos ellos tres con la caja. Ninguno parecía querer tocar la caja, ni siquiera abrirla.
La caja tenía unas inscripciones en los lados, en cada cara de ella había una inscripción. Runas nórdicas, un idioma indescifrable, con el paso de los tiempos parecía el idioma que se le atribuyo a los elfos, árabe y arameo, o eso parecía, ya que esta cara estaba muy deteriorada.
القوة والحياة والحكمة
El joven leyo en arabe y dijo “Fuerza, Vida, Sabiduria”.
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Editado: 13.07.2022