El enigma

Capítulo 20: La revelación

El anciano se sentó en su sillón con el brandi en la mano, y esperando que la charla fuera interesante. No quería desvelar el final de la fábula así de repente, preferiría que fuera todo fluido y no abrupto.

Llamó al mayordomo, y le dijo que se sentara con ellos, podría interesarla mucho. La sonrisa de este delató que ya sabía el final.

“Abuelo”, dijo su nieta mayor, “Al final la fábula no tiene sentido parece que no tiene un final, o al menos, que no nos has contado el final”

“Hija mía, como la vida misma, eses es una de las lecciones que se puede extraer de esta fábula.”

“Abuelo, ¿entonces hay más de una? ¿Te puedo decir yo más cosas?”, dijo la pequeña.

“Claro hija, dime que piensas tú. Abuelo, yo creo que el poder te hace malo y que tienes que procurar que esto o pase”.

El abuelo hizo una mueca, más que una sonrisa de medio lado, y le confirmó lo que ella decía. Le dijo que cuando te crees estar por encima del bien y del mal, es cuando aparece la maldad, porque crees que eres invulnerable y eso para los seres humanos es malo.

Le explicó que siempre, por muy importante que seas, siempre tienes que responder ante alguien y por eso siempre hay que hacer las cosas pensándolas, y que si lo haces por capricho o por beneficio propio terminarás pagando por ello.

El mayordomo seguía con atención la conversación, y como siempre, en un segundo plano, sonreía.

“Abuelo, pero aún así me sigue faltando algo en ente cuento”. “¿y si yo te dijera que no es un cuento, ni siquiera una fábula?”.

Todos abrieron los ojos, menos la hermana del anciano, a ella sólo se le derramó la enésima lágrima por el lado derecho de su cara y se le paró en la comisura de los labios. Ella no quería oír el final de todo, sabía lo que había al final.

Casi al unísono preguntaron las dos niñas si eso era una historia real. El abuelo les preguntó que ellas que creían, que si era posible o no.

La mayor no sabía que contestar, eso de los poderes mágicos no sabía muy bien que creer, aunque, sabía, que había determinados fármacos que potenciaban determinadas cosas y hace unos siglos atrás, se podría confundir con magia.

La pequeña le dijo al abuelo que quizás podría ser verdad, ya que él les dijo que era una fábula y ellos ni lo dudaron por un momento, pero casi todo lo que les había contado era posible que hubiera sucedido.

El anciano miró a su mayordomo. “Tu que piensas de todo esto, ¿Cuál es tu opinión?”. Las nietas se miraron y no entendían el porque de esa pregunta al mayordomo. Él no había escuchado la historia, ¿Cómo podría opinar?

Al mayordomo se le cambió el semblante y dijo, “creo que es la hora, ambas han dicho la realidad”. Como siempre el mayordomo, escueto en sus palabras, pero preciso y enigmático.

“Amigo mío, como siempre sabio en tus palabras, y acertado en tus valoraciones. Es la hora del fin de la historia.”

El anciano cogió el mando de la televisión, y tecleando una secuencia de números y signos, desplegó otro mando diferente. Ese tenía un detector biométrico, el cual, acercó a su ojo derecho y pulso la única tecla que tenía.

De pronto un crujido resonó y un lado de la librería se desplazó y se escondió detrás de la chimenea. “Seguidme” dijo, se abrió un pasadizo que dio paso a unas escaleras que bajaban, Pasaron todos, encendió la luz y bajaron dos plantas. Allí había una puerta de esas que se utilizan como cortafuegos. Al lado una pantalla con el símbolo de una mano. ¿por qué tanta seguridad? Se preguntaban. Todos estaban expectantes, menos la hermana del anciano, parecía que era la única que sabía lo que allí había. El anciano puso su mano izquierda y salió otra pantalla en ella el mayordomo puso su mano derecha. Todos se asombraron. La puerta con un suave e imperceptible clic se abrió. Entraron toso y una vez dentro cerró la puerta y encendió la luz. Se abrió un sótano de unos trescientos metros cuadrados, diáfano, con sistemas de seguridad de todo tipo, rociadores, extractores de humos, extintores de mano, etc. A lo largo de las paredes una infinidad de urnas de metacrilato, con temperatura constante y circuitos de infrarrojos. Fueron hasta el final de la sala y había cuatro maniquíes en cuatro urnas. Ponían, “padre del primero”, “Hermano del primero”, “El primero” y “Amigo y defensor del primero”. Los dos de la derecha eran armaduras normales de la edad media con el escudo de armas de la familia, el tercer maniquí era una armadura templaria, dos espadas cortas y finas a cada uno de los lados y un estilete en la cintura. El cuatro, un traje negro como la noche, con un turbante del mismo color.

De regreso fueron viendo distintos trajes de hombre de distintas épocas, tratados de magia, grimorios, pócimas y otras cosas curiosas. Al inicio de la sala, en la zona más nueva, estaba la hija del anciano arrodillada frente a una urna.

Era la urna de su madre, al lado el du su hermano. Un vestido de fiesta color champan impregnado de un rojo sangre. Al lado el de un niño con la camisa blanca teñida de rojo.

“¿Esto era de mama y hermano?” Las lagrimas le brotaron al anciano. “La única vez que baje la guardia y lo pague caro. También fue la primera y única vez que actué por venganza personal.” En ese momento la fortaleza del anciano se derrumbó y la obsesión por la seguridad de los suyos tomo sentido. “Solo me quedabas tú y te protegí de todos y de todo. Disculpa a este anciano por haber sido tan mal padre, pero solo supe hacerlo así.” Después de un rato se recompusieron, y el anciano tocó un botón. Del suelo salió un pedestal con una urna pequeña, en ese momento el anciano desnudó su torso y lo mostró por primera vez a su familia. Estaba lleno de cicatrices, pero una era especial, tenía tatuada una rosa roja, debajo de la clavícula. De pronto todos entendieron lo que el anciano había hecho contándole esa historia, había transmitido el saber y los recuerdos de su familia, de la de todos. En la parte interior del brazo una runa dorada. De pronto la urna se iluminó y un palito empezó a flotar y se dirigió hacia el relevo generacional del anciano, su nieta pequeña. El mayordomo sonrió y el anciano lloró de nuevo. “Hija, esta es la historia de tu familia, buenos y malos momentos, desgracias y alegrías, todo esta aquí, ahora te toca a ti escribir el siguiente capítulo de la fábula”.




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