El error que nos volvió a unir

1.Propuesta indecente.

Darren era el único hombre en la tierra que hacía moverle el piso a Carmen, eso él lo sabía. Porque desde que llegaron a esa casa, la del padre de su hermana, ella lo observaba en silencio como si fuera un imán. Él tenía esa pequeña duda acerca de lo que en realidad estaba ocurriendo con esas dos mujeres, porque en sí, no recordaba haber leído en los informes que su hermana tenía una amistad cercana con esa mujer. 

Movió el lapicero entre sus dedos, imaginando todos los escenarios en los que ella no apareciera, pero es que una embarazada no podía verse tan apetecible. Tal vez, podía lograr meterse entre sus piernas una sola vez y ese deseo se iría. Sería lo correcto.

— ¿En qué estás pensando, hijo? ¿En esa mujer llamada Carmen?

— Posiblemente —respondió, moviendo la cabeza con estrés—. ¿Te sientes feliz al saber que Nicole está con nosotros en la casa?

— Muy feliz, mi hija es igual de hermosa que su madre —William se sentó al otro lado del escritorio de su hijo—. Sin embargo, tiene actitudes que me hacen dudar seriamente de ella.

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Imaginé que su madre era conservadora, una mujer pulcra o al menos fue lo que vi durante el tiempo que duramos juntos —se pasó la lengua por los labios—. Me siento confundido.

— A lo mejor, luego de la muerte de su madre, ella cambió, recuerda que ha estado sola y tratando de salir adelante —dijo Darren—. Incluso, los pequeños cambios pueden ser buenos, hay hombres dentro la organización que le están echando el ojo.

— Eso es lo que más me temo actualmente, que no esté a la altura de nada —su padre suspiró—. Sigo sin poder creer que la información que me diste sea cierta, ella no puede estar muerta.

— Lo está, también mi madre —dijo Darren, apretando los puños—. Tu único objetivo actualmente es casarla con alguien…

— Cosa que debes hacer tú, quiero un heredero pronto.

— Ya hablamos de esto, no me gusta nadie de la organización, todas esas mujeres fueron entrenadas para quedarse vacías de la cabeza.

— Si tú lo dices.

Se mantuvo hablando con su padre durante horas, hasta que le llegó un mensaje de texto informándole que Carmen había salido de la casa sola, sin ni siquiera la compañía de su amiga. Recogió todo lo necesario, le dio instrucciones a su secretaria de que no iba a quedarse más tiempo en la oficina y que no iba a regresar hasta el día de mañana. Al menos, tenía una empresa que le servía como fachada, lo suficiente para hacer movimientos ilícitos y que nadie sospechara de él.

Lo más extraño de todo, es que Carmen no llevó a más guardaespaldas, solo al chofer. Le ordenó al conductor que fuera al centro comercial del centro, ya que tenía un montón de cosas por hacer ahí.

Otro mensaje le indicó que ella había entrado a una tienda de mujeres embarazadas. En la entrada lo recibieron asombrados, un hombre como él no se veía todos los días y menos en esa tienda en donde únicamente lo veían mujeres.

— Necesito que saquen a todas las personas de este local —sacó su billetera y le entregó un fajo de dinero—. Menos a la mujer de cabello negro que entró.

— Esto es…

— ¿Muy poco dinero? —preguntó burlón—. Tome, con esto será suficiente.

Le dio más dinero y buscó a Carmen entre los pasillos de la tienda. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, mientras caminaba hacia ella. Los vestidos que se colocaban le hacían ver bien, demasiado para su gusto y ella parecía no darse cuenta de que los hombres de su alrededor la miraban de manera lasciva. Vaya porquería la que tenía que aguantar por ella.

En el momento que la vio dejar el vestido que estaba detallando con sus dedos, se acercó rápidamente, ya que había escuchado a las vendedoras decir que la tienda estaba siendo cerrada por motivo de qué alguien la reservó.

— Puedes seguir viendo todo lo que quieras —la agarró del brazo, antes de que saliera del pasillo—. Fui yo quién mandó a cerrar este sitio para que puedas comprar a gusto.

— ¿Qué dices? —preguntó Carmen, sorprendida—. ¿Me estás siguiendo?

— Saliste sin seguridad de la casa, es claro que me van a informar a dónde sea que vayas —no la soltó—. Puedes comprar lo que gustes, nadie te va a interrumpir.

— No vine a comprar, solo quería salir y ver las cosas de bebés —susurró ella, un poco incómoda—. Esto que estás haciendo no está bien. Además, no traje dinero.

— ¿Por qué sales de la casa sin dinero? ¿Quién en su sano juicio lo hace?

— Una persona que quiere respirar otros aires —se soltó—. Puedes decirles a esas personas que abran las puertas y que dejen entrar a sus clientes, me iré.

— Compra todo lo necesario para el bebé, yo pagaré, puedes estar tranquila —levantó las manos, en señal de amabilidad—. No nos iremos de aquí hasta que tú…

— ¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó Carmen, dando pasos hacia atrás—. No tiene sentido.

— Porque quiero hacerlo. Toma todo lo que quieras, ya te lo dije.

— No, quiero irme ahora a la casa.

— ¿Cómo te irás? —preguntó en un tono burlón—. El chofer que te trajo no está, no tienes dinero y de la única manera que podrás salir de aquí es si lo haces conmigo.

— Darren, mucho están haciendo por mí al dejarme quedar en esa casa que ni siquiera es mía, si no de tu padre —chasqueó la lengua, exasperada—. No quiero deberles nada, me iré lo antes posible, mejor dicho, antes de que nazca mi hijo.

— Tómalo como gustes, puedes comprar todo lo que gustes, no te lo cobraré.

Carmen hundió los hombros, y él supo que había ganado. Se quedó detrás de ella, con los dedos entrelazados en su espalda y mirando la recta guardia de la mujer que se contoneaba delante de él como si nada. Carmen volvió a tomar el vestido que le gustó anteriormente y lo puso sobre su hombro. Darren buscó uno de esos carros para que echara las cosas que iba a tomar.

— Me estás poniendo incómoda —ella rompió el silencio—. Debes tener mucho trabajo acumulado y tu padre lo más seguro tiene que estar muy al pendiente de ti.




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