El error que nos volvió a unir

9. Pequeño engendro del mal.

«Damon estiró el brazo buscando el cuerpo de Carmen en la cama, le parecía extraño el no verla a su lado como en cada mañana, pero el olor a comida llegó a sus fosas nasales. Ese apartamento tenía todo de ellos, miró a su lado, una fotografía en la que ambos estaban sonriendo y del otro extremo otra foto de los dos, sin embargo, era de vacaciones, ella fue la única mujer que pudo lograr que durante todos esos años él decidiera tomarse unas vacaciones merecidas. 

— Buenos días —Carmen arrastró el carrito de comida—. Espero que te guste.

— ¿Desde hace cuánto estás levantada? —preguntó Damon, sentándose en la cama—. Se ve delicioso.

— Me levanté un poco temprano, para preparar todo, ya que dijiste que no nos veríamos en unos días —acercó el carrito un poco más—. No sé si te guste todo esto.

— Descuida, se ve delicioso —Damon tomó un poco de fruta—. Esto no es miel, ¿qué es?

— Es una receta que me dijo mi abuela, no te lo diré —se sentó a su lado en la cama—. ¿Por cuánto tiempo estarás fuera?

— Unos pocos días, a lo mucho una semana —probó otro platillo—. Supongo que saldrás con Natacha.

— Ella me dijo que quiere viajar, lo haremos antes de la boda —vio que ella se notaba nerviosa—. Temo que en algún momento se den cuenta de lo que tenemos.

— No hay sentimientos de por medio, teníamos un trato y eso es todo —dijo Damon, restándole importancia al asunto—. Además, tampoco tenemos de qué preocuparnos, porque las demás personas simplemente viven en su mundo.

— Tu familia tiene mucho peso en esta ciudad, lo más seguro es que todos ellos sepan que tenemos algo —Carmen puso un mechón de su cabello detrás de la oreja—. A decir verdad, esto se está saliendo de control y sería bueno eso de que nos alejemos por un tiempo.

— ¿Ya te quieres alejar de mí? —Damon la agarró del brazo, apretándolo un poco—. Escucha…

— Me estás lastimando… —susurró Carmen, asustada.

— Lo siento, no sé por qué lo hice.

— Trata de controlarte, no me gusta cuando me aprietan los brazos de ese modo —susurró ella, desviando la mirada—. No lo dije porque quería alejarme de ti, es que simplemente pasamos todos los días aquí, mi ropa está aquí en su mayoría y también la tuya. En lugar de parecer una casa de amantes, parece ser una casa de esposos.

— Tú quisiste decorar todo…

— Por el simple hecho de que tú me lo permitiste —ella le dio un poco de comida para que hiciera silencio—. Te recuerdo, que tú pagaste todo.

— Bueno, las fotos y el cambio que has hecho en este lugar no se ve tan mal —dijo Damon, cambiando de tema—. Haremos eso, nadie se tiene por qué enterar de lo que tenemos. ¿Estamos?»

Damon miró la foto de la pequeña vida que su hermano Volkan creó hace tres años. Mirar a ese niño era como ver a satanás. Literalmente, no podía entender cómo alguien podía tener una copia exacta. 

Cuando su hermano Kiral le mostró las fotos de Jedward y las comparó con las de Volkan, se dio cuenta de que la pobre mujer que le tocó como esposa debía estar metida en un loquero.

Era uno de esos días en los que él estaba mirando todo con ojo crítico, un bebé una sería bueno para su vida y menos cuando tenía que tratar con personas peligrosas.

— Esto aquí parece una guardería —dijo Damon, pateando los juguetes—. ¿Y el niño?

— Está en la oficina de Frederick, molestando —dijo Volkan, chasqueando la lengua—. ¿Por qué estás aquí?

— Viendo este teatro que tienes aquí, eso es todo —se encogió de hombros, y caminó hasta el ventanal—. Creo que está todo bien contigo.

— Tengo un hijo de tres años que solo está para sacarme canas verdes —su hermano sonaba desesperado—. Nicole me dijo que debía cuidarlo, yo solo quiero lanzarlo desde este piso.

— Es un niño, no puede hablar de ese modo —se burló de su hermano—. Kiral me dijo que es como verte a ti; solo que una versión más chiquita y potente.

— Kiral nunca lo ha visto en persona…

— Nuestro hermano busca la manera de saber muchas cosas, nada del otro mundo —espantó las palabras—. Han pasado tres años desde que estuviste con esa mujer, ¿seguro que todo está bien?

— Sí, Nicole está conmigo, es lo que importa.

— Hablas como si en realidad quisieras a esa mujer más de la cuenta —se giró hacia él—. Ni siquiera porque te engañé con esos documentos del divorcio.

— Es una pena que tú estés de lado del odio antes que el amor…

— ¿Qué amor dices? —Damon rio—. Dijiste eso cuando estabas con Natacha y las cosas no resultaron bien, pasas medio año con una impostora y dices que la amas.

— Es que todo es complicado, no es fácil para mí decir de la noche a la mañana que me gusta alguien y menos cuando por años pensé que era estéril.

— Tienes un punto, por esa razón te daré el voto de confianza que tanto quieres —bromeó—. Tu esposa es hermosa, sin lugar a dudas supiste buscar bien entre las mujeres.

— ¿Eso quiere decir?

— Que si en verdad la quieres, no la dejes ir, porque no es fácil para nadie perdonar y más ella que pasó años escapando de ti por culpa de un error médico —le recordó—. Escucha, posiblemente en estos momentos las cosas estén saliéndote bien, pero en algún momento de tu vida tendrás que verle la cara a Natacha.

— Y tú estarás ahí para ayudarme, es por eso que te permití venir a hablar conmigo —Volkan se levantó de su asiento—. Esto tiene que quedarse en secreto. Nadie lo puede saber.

— ¿Qué quieres?

— Una demanda millonaria por todo el dinero que Carme y Natacha me robaron en su escapada —Damon se tensó al escuchar ese nombre—. De ese modo, cuando pisen el país, la policía dará con ellas.

— ¿Y si no se han ido?

— No son estúpidas, saben bien que nuestro padre las buscará a dónde sea, que las dos robaron mucho dinero y que engañaron a Nicole en el pasado para sus trucos —Volkan metió las manos en los bolsillos del pantalón—. Quiero que se queden sin nada.




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