El escudero youtuber

Desastre & Dignidad

Título del Video en YouTube: "¡ENCONTRÉ UN CABALLERO MEDIEVAL REAL EN MI CASA! (NO ES CLICKBAIT)"
La lluvia azotaba los cristales de la ventana como un recordatorio constante de la indiferencia del mundo exterior. En el interior, la luz azulada de una pantalla de portátil era el único foco en la penumbra del pequeño apartamento, iluminando el rostro demacrado de Harold. A sus veintipocos años, poseía una energía nerviosa que parecía consumir el oxígeno de la habitación. Sus dedos recorrieron con desesperación las estadísticas de su canal de YouTube: 47 suscriptores. Las visualizaciones de su última obra maestra, "TOP 5 VIDEOJUEGOS QUE TE HARÁN LLORAR", se estancaban en un número tan patético que ni siquiera alcanzaba las tres cifras. Sobre la mesa, junto al ratón y los restos de una pizza fría, una torre de facturas sin abrir se cernía sobre él como un acusador mudo.

"Respira, Harold," se susurró a sí mismo, frotándose los ojos. "El algoritmo es solo un heraldo digital de mal humor. Solo necesitas... ¡el video perfecto! Algo tan épico, tan visceralmente real, que..."

Un estruendo sordo, seguido de un crujido de madera que sonó a fractura, irrumpió desde la sala de estar. El corazón le dio un vuelco en el pecho.

"¿Un ratón gigante? ¿Un fantasma? ¿O peor... el casero ha venido a cobrar?"

Con una valentía que le sabía falsa, agarró un bate de béisbol decorativo —un ornamento barato que jamás había blandido en un diamante— y se asomó a la puerta con la cautela de un felino asustado.

Lo que vio allí le hizo soltar el bate. El objeto cayó al suelo de madera con un golpe sordo y hueco, completamente ignorado.

Donde antes yacía su deslucida alfombra de mercadillo, se extendía ahora un círculo de runas humeantes que parecían haber sido grabadas a fuego en el suelo. Y en el centro de aquel patrón arcano, de rodillas y con una mano firmemente aferrada a la empuñadura de una espada larga, había un hombre.

No era un hombre cualquiera. No era un cosplayer entusiasta ni un actor de una serie de bajo presupuesto. Vestía una cota de mallas que refulgía débilmente bajo un gambesón de cuero curtido por el uso. Una capa pesada, embarrada y deshilachada en los bordes, colgaba de sus hombros como un estandarte de batallas pasadas. Tenía el cabello castaño, revuelto y sucio, y una mirada que era un torbellino de incredulidad, confusión y una furia glacial que parecía capaz de helar el mismo aire. Aquel hombre, Edward, olía a hierba mojada, a metal frío y a siglos de historia. No pertenecía a aquel lugar, a aquel tiempo.

Edward alzó la vista. Sus ojos, del color del acero tormentoso, se clavaron en Harold. Su voz, grave y cortante como el filo de un hacha, resonó en la habitación, desafiando el suave golpeteo de la lluvia.

"¿Eres tú, hechicero, el autor de esta afrenta? ¿Dónde me has traído?"

"¿H-hechicero? Yo... yo solo pago el internet," tartamudeó, pero su mirada ya no reflejaba miedo, sino una lucidez repentina y avasalladora. "¡Pero tú! ¿Quién eres y cómo has entrado en mi casa? ¡Voy a llamar a la policía!"

Mientras decía esto, sus ojos buscaban el teléfono móvil sobre la mesa sin apartar la vista de Edward, como si el guerrero fuera a desvanecerse en cualquier momento. Para su sorpresa, Edward, en lugar de desenvainar, levantó lentamente las manos, mostrando sus palmas vacías en un gesto ancestral de paz.

"Un momento, buen hombre. No soy ningún hechicero," dijo con una calma que sonaba a fuerza contenida. "Mi nombre es Sir Edward de la Orden del Grifo. He sido... desplazado hasta aquí por un artefacto de luz y sonido."

"¡Eso es lo que diría un loco... o un ladrón muy creativo!" insistió Harold, aunque su voz perdió parte de su firmeza.

Edward asintió, como si comprendiera la lógica detrás del recelo. "Entiendo tu escepticismo. Para probar mi palabra... observa."

Con un movimiento tan fluido y rápido que Harold ni siquiera pudo pestañear, Edward desenvainó su espada. El sonido del acero saliendo de la vaina fue un susurro mortal y prometedor. Pero en lugar de blandirla como una amenaza, el caballero giró el arma y la ofreció a Harold, sosteniéndola por la fría hoja y presentando la empuñadura, un pomo de metal labrado y cuero desgastado por incontables batallas.

"Examínala," dijo Edward, su voz era una orden serena. "No es una réplica. El acero, el peso, el filo. í."

Hipnotizado, Harold se acercó. Sus dedos, habituados al tacto del plástico y el teclado, se cerraron con timidez alrededor de la empuñadura. Sintió el peso abrumador del arma, la textura áspera del cuero gastado por manos más fuertes que las suyas, el filo perfecto y peligroso que reflejaba la luz de la pantalla. Un éxtasis absoluto se apoderó de él.

"Eres... auténtico," susurró, casi sin aliento. "La armadura, la espada... es más real que el unboxing de la PS5 de Vegett*555. Esto... esto es un hallazgo histórico. ¡O alienígena! ¡O ambas cosas!"

Edward se levantó entonces, con la dignidad de un felino herido, y su mirada escudriñó el entorno con un desprecio apenas disimulado. Recorrió la pantalla plana, el sofá de microfibra con su cojín estratégicamente colocado para ocultar un agujero, y la figurita de Funko de Goku que hacía una mueca desde una repisa. Su expresión fue un poema de desconcierto y disgusto.

"Por los dioses," murmuró con un sarcasmo seco. "¿Es esta la corte del Rey Midas? Todo es dede. .. Un materia raro ¿arcilla? y hay muchas luces cegadoras. Un lugar de pesadilla."

Harold, que ya había recuperado su teléfono y empezaba a grabar, ignoró el comentario. "¡Eh, cuidado con el mueble barato de IKEA!" exclamó cuando Edward, al dar un paso torpe, tropezó con un cable enredado y se agarró a una estantería que se balanceó peligrosamente, haciendo temblar varios libros de texto.

El caballero se irguió de nuevo y clavó su mirada en el ojo de la cámara del teléfono, como si estuviera desafiando a una entidad maligna. "¿Qué artefacto endemoniado es ese? ¿Capturas mi alma con él?"




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