El Espectro en el Cobertizo

IV - EL CIERVO

La luz solar no me permitía salir a cazar y, en el cobertizo, solo se alertaban herramientas varias y la pesada mesada de mármol que hubiese arañado tiempo atrás. La curiosa ausencia de la puerta de ingreso tornaría el espacio intolerable para cualquier hombre, pero no se trataba de mi caso. Montones de paja se reservaban al fondo. Quizás para algún animal y, de solo pensarlo, ya me rugía el estómago.

Como un espejismo se formalizaba en mi imaginación, la esencia licuosa bordeando la hierba y las raíces de los árboles. Tan pronto prescindía de la fantasía, un ciervo rebramaba atrayendo mi atención.

Mágicamente parecía que me aguardara en la entrada al galpón y, corajudo, me observaba. Miraba hacia la propia nocturnidad que me rodeaba. Veía hacia mi escondrijo y, probablemente hacia mi mismo.

Tan pronto parecía dispuesto a ingresar a su fatídico destino, sentí como mis encias superiores se hallaban tensas. Obligado, por naturaleza, separé mis labios. No obstante, el animal, como si portase mayor razocinio que el resto de su especie, avanzó el cuello por donde colgaba la bufanda de Bell, tironeó y la sustrajo de su sostén.

 – ¡Nooo! –

Exclamé con apetencia, dispuesto a alcanzar el trofeo. Más tanto, opté por abandonar toda violencia suscitada al presentir el perpetuo reflejo del día dispuesto a rozar mi pálida piel.

Libre brincaba el ciervo aquél, con inocencia y portaba la bufanda bordeada en torno al cuello. Casi como si el azar le hubiera marcado para convertirse en mi siguiente presa.

 – Pequeño bastardo –

Murmuré, con desprecio, añorando la crucial llegada de la luna.

Y, mentalmente, maquinaba. ¿Cómo era que un animal se alejara tanto de su entorno? ¿Cómo se adentraría libremente hacia el cobertizo? ¿Cómo podía, incluso, hurtarme lo que más apreciaba?

Y entre dispares artesanías de madera pude reconocerle.

Aquél adorado símbolo por los vivos que les ofrece esperanza y buena voluntad. ‹Acaso este vil animal, avanzó atraído por este superficial tesoro de los hombres? ¿Acaso se disponía a entregarse a mi merced? ¿A mi sed? Solo para... ¿Incordiarme?

 – ¡Tú le has marcado con la bufanda de Belladona! ¡Y no se si eso te conciba como un objeto de milagro o de maldición! –

Grité, como desalmado, en dónde nadie parecía oírme. Más tanto los animales que siquiera me comprendían.

Y allí me encontraba, solo, intercambiando palabras con un objeto de madera. Al final, opté por dormirme sobre la paja tendida, para engañar a la sed y aguardar la preciada llegada de la luna.

Lo que se hallaba entre las artesanías, no era nada más y nada menos que un Cristo Redentor.



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En el texto hay: misterio, gore, sobrenaturales

Editado: 19.10.2022

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