El Espectro en el Cobertizo

XXIV - EL ESCONDITE

Un trivial panorama lo perjudicaba todo...

A lo mejor, entre diversos llamados hacia el descampado, las fuerzas de guardabosques no desearan participar de una búsqueda que asemejaba a una broma.

Sin embargo, tras el último llamado por parte de Jeff y los consternados gritos de ayuda del muchacho malherido, las patrullas se aproximarían desde el horizonte.

Ante el inminente peligro, me deslicé fuera del altillo y, al observar el descenso de los peldaños constaté la escopeta apuntándome.

La explosión del disparo impactó en mi hombro. Más tanto, me recluí en un escondrijo detrás de un armario.

– Dicen que solo hay que leer un poco para saber cómo enfrentar a un Vampiro. Pero yo lo llevo en la sangre –

Clamó el astuto hombre que no quitaba los ojos sobre la salpicadura de sangre que había dejado contra la pared de boiseries.

Pude advertir desde la penumbra como el hombre había preparado todo el escenario a su favor. Recorridos extensos de sal, quizás para alejar espíritus malignos, ajos recortados como si se hubiera puesto a desparramar pétalos de flores por doquier.

– Oscar, mi suegro, me entrenó bien por si se presentaba la ocasión, pero siempre tuve mucho aprecio por la historia – Permanecía hablando el hombre.

Y, era innecesario responder a su monólogo. Admiraba su esfuerzo. Me pasaría toda la noche en esta batalla, pero me estorbaba la llegada del amanecer...

Aunque lo creas justificable, nunca oses atrapar a un peligroso animal entre la espada y la pared.

Cuando uno ya ha muerto no teme a las nuevas heridas.

El proyectil de la carabina se soltó de pronto, por sí solo. Mi hueco en el cráneo se regeneraba gradualmente y avizoré por última vez todas las alternativas.

Antiguamente, se decía que el ajo ahuyentaba a los seres malignos. Pero... ¿En qué radica la maldad? Si la propia naturaleza nos invita a cazar para alimentarnos. El ajo era un pequeño sermón de fanáticos religiosos que buscaban contrarrestar lo incomprensible.

Novelas y cinematografía describía a los cazadores como la fuerza cortés, pero la realidad era un tanto diferente.

Luchaban por la vida de los inocentes en contra de lo desconocido. Y, eso les daba garantía para mutilar tanto a hombres, como mujeres y niños por alguna hipócrita conclusión que poseyeran mi virtud. La plaga del chupasangre.

– Sal de allí, criatura del averno – Exclamó el hombre aquél, con suficiente osadía.

El amanecer se avecinaba, haciendo inevitable demostrar mi verdadera ira.

Y, a lo mejor, él se imaginaría portando una corona de laureles por arrancarme el cráneo y compartirlo con fanáticos en la vieja academia de cazadores de vampiros. Quizás lo hiciera, incluso, para recuperar a su mujer e hija con un halo heroíco. Pero el hombre desconocía de qué era yo capaz y, más aún con la presencia crepuscular.

Confiado, accedió al altillo y apuntó su arma de fuego hacia el pasillo que llevaba al armario.

– ¡Jeff! ¡Jeff! ¡Suéltame! Esto es creepy –

El muchacho había despertado del desmayo y, por si fuera poco, el hombre le había atado a la silla en caso que despertase con los ojos amarillentos.

– Silencio chico –

– ¿Q... Qué sucede? – Uno al otro se gritaban en diálogo y yo contemplaba como, poco a poco, se alumbraban los alrededores.

– No tienes escape, sabandija –

Y, tan pronto sucedía lo inevitable, el muchacho empalado pudo alertar, desde el descampado, como se acercaban automóviles varios y, en el fondo horizontal como se abría una pequeña luciérnaga en forma de circunferencia.

– ¡¡¡HISSSSSS!!! –

 

Su devastador y agudo rugido me vaticinaba lo peor. Ya no quedaba más tiempo.



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En el texto hay: misterio, gore, sobrenaturales

Editado: 19.10.2022

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