El Espectro en el Cobertizo

XXX - EL ESPECTRO DE SAINT MARTIN

Recobrando un siniestro tono, los nefastos acontecimientos procedían a alumbrarse con la llegada del amanecer y, la macabra sonrisa del supuesto cazador de vampiros, repentinamente, se encendía. Como si la luz propia proviniera bajo la suela de su borcego.

Los hombres presentes contemplaban sin palabras el horror y, a medida el melenudo retrocedía con sublime frialdad, volteaba el rostro hacia la misteriosa cabaña.

Mi esbirro se convertía en una antorcha humana que gritaba con locura y, con una fuerza de voluntad sorprendente, se erguía para huir hacia el interior del cobertizo.

– ¡Disparen! –

Gritó uno de los oficiales y las descargas suscitaban entre rugidos incomprensibles y lejanos aullidos de lobos.

Siquiera la abominación pudo alcanzar la oscuridad que los proyectiles troceaban su endeble cuerpo en llamas. Cada segundo le imposibilitaba, incluso, correr.

Y, en medio del descontrol, el melenudo tomó el cristo redentor de madera y lo enterró en la espalda de la criatura.

En cuestión de segundos, su achicharrado cuerpo se convirtió en cenizas y la abrumadora situación cesó por completo.

Entretanto, los rayos solares comenzaban a atravesar las ventanas de la cabaña. Mi iris, en la mitad de mi cráneo uniforme, se encendía con sumo vigor.

Uno de los tres oficiales se sorprendió al alertar movimiento junto a la escalera. Procedía a palpar mi aliento, a medida que los otros dos aún discutían con Jeff.

– ¡No le toquen! –

– Quítate del camino y suelta esa cosa. No lo repito más –

Mi ojo solo podía observar hacia el muchacho atado que, lívido, me contemplaba y balbuceaba:

– Muy creepy.... Muy... creepy –

Tan pronto sentí el tacto del oficial, sabía que la oportunidad sería única.

Para constatar si yo seguía con vida, el hombre se había quitado el guante y me brindaba una oportunidad única e irrepetible.

– ¡Esto es repugnante! – Vociferó, acercando los dedos a mi cráneo destrozado.

Y, en cuestión de segundos, me hallaba mordisqueando sus dedos.

El alarido de dolor desvío la mirada de los otros, al tiempo que Jeff se doblegaba para atacarme con su estaca.

Pero era demasiado tarde...

– ¡Es un monstruo! –

Gritaron desde el interior de la cabaña. El melenudo, con el sobretodo de cuero, procedía a comunicarse por su radio.

– Estaban en lo correcto. El chupasangres del Bar Saint Martin está aquí –



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En el texto hay: misterio, gore, sobrenaturales

Editado: 19.10.2022

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