—Me acosté con Massiel pero aún te amo.
Las palabras vacías de Alessandro
CAPÍTULO 4
La mañana de trabajo comenzó un tanto alterada con un cliente molesto que exigía ver sin cita uno de nuestros apartamentos de condominio. Esa es una de las grandes desventajas de trabajar con gente de alto poder adquisitivo. Se creen que lo merecen todo, que son semidioses, y que debemos rendirles pleitesía. Pero se equivocan, al menos a mí no logran intimidarme. Hay reglas que cumplir y ellos lo saben. Obtener una propiedad Extravagancia es un lujo y una exclusividad. Los clientes lo saben y si vienen a gritar y exigir han escogido el peor camino.
Massiel estaba metida en un apuro con el cliente que le gritaba y exigía mostrando con esa actitud una total falta de respeto a ella y a la empresa. Por más que yo deteste a Massiel, estoy consciente que el cliente le estaba haciendo pasar un momento desagradable. Intervine para intentar calmar el asunto que al fin de cuentas, es asunto de trabajo y no un favor que quisiera hacerle a la idiota de Massiel.
—No se preocupe, caballero. Hoy mismo haré los arreglos para mostrarle el apartamento. Será un placer —le dije de manera profesional y mostrando un gesto amable.
Al colgar el auricular, Massiel me miró con ojos exorbitados.
—¿Es en serio que lo harás? Esa persona no tiene cita y lo que es peor ¡Hay otras personas en lista esperando por ese apartamento! —.
—No te preocupes. Yo me encargaré —le respondí acortando mis palabras porque trataba de ser breve y hablarle lo menos posible.
Massiel seguía con el tema e insistió.
—Pero no creo que al Sr. Durant le parezca…
No le respondí nada pero las tripas me dieron un vuelco en cuanto la escuché referirse a Alessandro como el Sr. Durant..¡Tanta formalidad para referirse a un hombre con el cual se revolcó en mi cama! Ella pareció adivinarme el pensamiento y no emitió más comentarios.
Esa misma tarde, me dirigí a mostrar el apartamento al cliente. Las calles estaban atestadas de tránsito debido a un accidente vehicular y el paso de la avenida principal estaba cerrado. Corté por una de las calles secundarias que atraviesan la parte norte y llegué justo a tiempo. El cliente malhumorado de esa mañana se había transformado en un caballero simpático y amable. Iba vestido impecable, con zapatos lustrosos y acompañado de una chica joven. Se alegró al verme llegar y felicitó mi puntualidad sin imaginar los contratiempos que pasé para llegar a tiempo. Nos saludamos y me presentó a la joven como su hija Darlenne. De allí pasamos al elevador que nos llevaría a la posible compra.
El apartamento era un lujo y su céntrica localización una de sus mejores características. Quedé impresionada con los espacios y su modernidad. De momento, me pareció un lugar perfecto para mí y me hubiera encantado no materializar la venta para poder quedármelo. Fue un pensamiento que me cruzó fugaz por la mente pero me agradó.
El caballero se mostró complacido. Su semblante reflejaba la buena impresión que el lugar le causaba. Observaba curioso y con entusiasmo. Eso echaba por tierra la pequeña ilusión que me hice. Su joven hija, sin embargo, no lucía el mismo entusiasmo. Me imaginé que sería una de esas niñas consentidas de papá que le encuentran faltas a todo.
—Me interesa —me informó al final de la visita —Estoy listo para adquirirlo —añadió.
Tal vez fue una de las ventas que me causó menos alegría. Mostrar propiedades no era oficialmente parte de mi trabajo pero de vez en cuando me tocaba hacerlo. Por lo general, me desvivía por lograr un buen efecto con el comprador, que amén de tocarme una buena comisión, también me añadía en el campo de experiencia. Esta vez, por el contrario, no me causó alegría. Ver una vivienda disponible, cuando las circunstancias lo están echando a uno a la calle, es como ver agua en el desierto, un oasis que resultaba espejismo.
El regreso a la oficina fue otro cantar.
Allí estaba Alessandro de frente a Massiel. Me di cuenta que terminaron de abrupto la conversación en cuanto me vieron llegar. Ambos lucían tensos, como si la conversación no fuera agradable. Los ignoré porque a pesar de que aun sentía dolor por lo ocurrido, otras cosas más urgentes me ocupaban la mente.
Los saludé por cortesía y me dirigí a mi escritorio ignorando la escena que acababa de presenciar y enfocándome en mi trabajo. Luego de una presentación de una propiedad, las directrices son preparar un informe con los detalles. A eso me disponía cuando Alessandro - igual de atractivo cuando lo detesto como cuando lo amo - me indicó que la venta no procedía. Me tomó por sorpresa. Me explicó que el caballero lo acababa de llamar para indicarle que a su hija no le había gustado y que muy a su pesar, no iba a adquirirlo.
Fue en ese momento que volvió a surgir en mí la idea de mudarme allí, quedármelo aunque fuera temporalmente. Otra vez me surgió la ilusión y el alivio de solucionar el gran dilema que confrontaba en aquel momento. Era mi escape de Alessandro y la huida para no reencontrarme con Lucca. Todo me encajaba perfecto, se me acomodaron de golpe las estrellas y el universo entero.
—Me temo que eso no podrá ser, Isabella —soltó Alessandro al instante en que le compartí mi deseo.
—¿Por qué no? Eres aun mi esposo, debes velar por mi bienestar…
—No es tan simple como decirte que sí y listo. Hay muchos asuntos que arreglar antes y además tú ya tienes un hogar…
En ocasiones como esas, se me olvidaba que era mi jefe y me daban ganas de abofetearlo allí mismo, frente a Massiel, frente a todos…