El Esposo De Mi Amiga

CAPITULO 7

CAPITULO 7

 

—Hoy no podré ir a trabajar. Se me ha presentado un hombre.

Las cosas que pasan por la cabeza de Isabella

 

 

Hablamos hasta el alba.

Los rayos del sol que se colaban por la ventana a través de las cortinas, nos avisaron que ya había amanecido. Era hora de prepararme para irme a trabajar pero ya para entonces cabeceaba por el sueño. No me sentía en condiciones de salir a laborar insomne como estaba. Lo que se suponía fuera el día de mudanza a mi nuevo apartamento, terminó por ser el día que llamaría a Massiel y le informaría que no iría a trabajar. Me retiré a mi habitación cansada por la inesperada situación en que me veía envuelta y Lucca hizo lo propio, tal vez igualmente aturdido. A pesar de todo eso, mi plan de mudarme seguía en pie y me iría en la tarde de ese mismo día.

Acostada sobre la cama no lograba conciliar el sueño. Me sentía extraña compartiendo bajo el mismo techo que él y a escasos metros de distancia; sin nunca olvidar que un mundo entero nos separaba: Un lazo de matrimonio entre ellos, mi amistad con Verushka, una hospitalidad, el pasado entre nosotros y un futuro incierto.

No recuerdo cuantas horas pasaron.

Caí en un sueño tan profundo que cuando desperté me quedé un rato en la cama en lo que mi cerebro registraba donde estaba y en qué circunstancias. Solo al comprobar que la intempestiva llegada de Lucca fue un hecho real y no un sueño, fue que me sentí verdaderamente despierta. Lo que estaba viviendo no era fantasía ni producto de mi imaginación. Estaba sola en la casa con Lucca Sanpiettri, el esposo de mi amiga.

Lo primero que hice fue tomar el teléfono para llamar a Verushka. Ella debía enterarse de lo que estaba pasando. No sé qué horas serian en Singapur en ese momento pero la llamada no progresó. Opté por dejarle un mensaje privado en sus redes sociales.

Me dirigí a la cocina a preparar desayuno suficiente para los dos. Tal vez el aroma le llegó hasta su habitación porque se apareció pronto en la cocina. Llevaba el torso desnudo y una piyama superimpuesta al bóxer que se asomaba por la cintura. Creo me sonrojé al verlo, al menos eso me pareció porque sentí calor en las mejillas y me puse un tanto nerviosa.

¿Cómo se le ocurre aparecerse así de hermoso ante mí?

Supe disimular bastante bien o al menos eso pensaba.

—Buenos días, Isabella —saludó —. ¡Esto sí que huele bien! —añadió con buen humor y haciendo gestos de estar hambriento.

—Buen día, Lucca. Siéntate, que ya mismo te sirvo el desayuno —respondí.

Eran las tres de la tarde pero nos acabábamos de levantar. Desayunar en lugar del almorzar era lo que correspondía. Terminé de colocarlo todo en la mesa mientras él se maravillaba de mi esmero en que todo estuviera perfecto. Me encargué de que su té estuviera templado, no preparé nada con cebollas y ya había verificado que la temperatura estuviera a setenta grados.

—Estoy maravillado —fue su comentario al verlo todo.

—¿Qué te maravilla? ¿No recuerdas que yo siempre he cocinado? —pregunté.

Era un simple desayuno, nada especial…—razoné.

Él respondió nada pero me dirigió una mirada nostálgica. No supe cómo interpretarlo y deseché insistir en una respuesta. Quizás recordó los desayunos que antes le preparaba pero se limitó a darme las gracias mientras yo buscaba que mi mente se tranquilizara, que no estuviera buscándole motivos a todo, que se concentrara en desayunar y que no anduviera fantaseando con aquel hombre que tenía frente a mí con el torso descubierto y que me desconcertaba de tal manera que me hacía sentir hechizada y torpe. Entonces, el pareció darse cuenta de lo inapropiado de su apariencia y se excusó un momento para luego regresar con una camisa puesta. ¡Mente, ya puedes calmarte! —me ordené.

—Llamé a Verushka esta mañana pero no la he conseguido así que le deje un mensaje en sus redes —le informé.

—Yo igual y con la misma suerte. ¿Dónde me dijiste que la enviaron? ¿Singapur?

—Sí. Pero no sé qué hora es allá en este momento. Tal vez sean las tres de mañana o algo así. De todas formas, sé que pronto se comunicara. ¿Ella sabía que regresarías anoche? —pregunté.

—No lo sabía. Solo le dije que sería pronto, quería darle una sorpresa…

—¡Y el sorprendido fuiste tú! —riposté con una carcajada.

Nos reímos como en los viejos tiempos. El no cesó de alabarme el desayuno que me dijo era la primera vez que lo tenía a aquella horas y que la avena estaba justo como le gustaba. Saboreaba todo con gusto y complacido.

Cuando terminamos me dediqué a limpiar la cocina y él se excusó para darse un baño. No debió decírmelo porque nuevamente mi mente me jugaba trampas a imaginarlo desnudo, a saberlo desnudo a tan solo unos metros de mí. La otra parte de mi mente era más sensata y me echaba un sermón sobre prudencia. También me ordenaba a no esperar más e irme de allí.

Al rato regresó del baño. Tenía el cabello aun mojado y olía a jabón, a limpieza, a piel fresca.

“No vuelvas con lo mismo…”—retumbaba en mi mente. 

Mi equipaje seguía junto a la puerta. Parecía como derramando añoranzas, de saber que se tenía que ir pero al mismo tiempo no querer. Me di cuenta como él lo observaba sembrando en mí una estela de recuerdos de cuando lo abandoné y de igual forma encontró un día mis maletas en la puerta. Entonces, su rostro se tornó sombrío, igual que aquella vez.

—¿En serio piensas marcharte? —preguntó.

—No hay razón para quedarme. Siempre supe que esto sería por un corto tiempo y ya te conté que ahora tengo un lugar donde ir. Además no está bien que estemos aquí solos. ¿Ya hablaste con Verushka?




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