El eterno traidor

Capítulo 2

El paraíso se tiñe de un rojo enfermo, como si los olivos supieran lo que el viento calla. El pueblo, apretado entre colinas y rumores, respira con dificultad, asfixiado por deudas que nadie explica y un miedo que crece con cada luna. Clara Moretti, la alcaldesa, camina por la plaza con el peso del mundo en los hombros, su rostro curtido escondiendo un anhelo que no nombra. Enamorada de Il Viandante, el hombre sin nombre cuya belleza y carisma han encendido al pueblo, Clara ve en él no solo un amor imposible, sino una esperanza para salvar lo que queda de su hogar. El pueblo está en bancarrota, las arcas vacías como los ojos de los viejos que murmuran en las tabernas. Pero Clara, con la tenacidad de quien ha sobrevivido a promesas rotas, tiene un plan: vender las villas abandonadas que salpican las colinas, reliquias de piedra que nadie reclama, a precios que tientan a los vivos.

Clara no es ingenua. Revisa archivos polvorientos en el ayuntamiento, buscando herederos de las familias que dejaron esas casas al olvido. Muchas pertenecen a linajes extinguidos, como los Corsini, la familia de Il Viandante, que se desvaneció en una noche sin luna hace siglos, dejando solo blasones rotos y susurros de maldición. Nadie responde a sus cartas, nadie reclama las propiedades. Así que Clara, con el respaldo de Il Viandante y sus planos arquitectónicos que prometen un pueblo renacido, abre las puertas de las villas. Son joyas toscanas, con muros que cantan historias y jardines donde las flores parecen crecer sin permiso. Los compradores llegan como moscas: banqueros de Milán, artistas de París, familias de Nueva York, incluso un excéntrico mexicano que jura haber soñado con estas colinas. El dinero fluye, y por un momento, el pueblo respira.

Entre los recién llegados está Valérie Dubois, una francesa de treinta y pocos años, con una mirada que corta como el vidrio y una mente que desarma enigmas. Valérie llegó a la Toscana huyendo de una vida que se desmoronó en París. Había amado con una pasión que quema, un amor profundo y sincero que le dio sentido a sus días, primero con su esposo, Antoine, y luego con un amante que la traicionó con otra. Pero su vida lleva una sombra más oscura: Antoine, su exesposo, desapareció hace tres años, sin dejar rastro, sin un cuerpo que enterrar. La fiscalía de París, donde Valérie trabajaba como una de sus mejores investigadoras, la despidió tras un caso que tocó hilos que no debía. Ahora, en la Toscana, busca un nuevo comienzo, pero su instinto no descansa. Solicita el apoyo de Clara para comprar una finca contigua a la villa de Il Viandante, una casa de piedra medio derruida que planea restaurar. Clara accede, ansiosa por complacer a su pueblo y a Il Viandante, pero algo en Valérie —su forma de preguntar, de observar— la pone nerviosa.

Valérie no tarda en notar que Il Viandante es más que extraño: es un enigma. Lo ve caminar entre los olivos, deteniéndose a acariciar jazmines que no deberían florecer, o pescando en el Arno con una precisión que parece ensayada. Su belleza, casi sobrenatural, y su carisma, que envuelve como una niebla, le recuerdan a los espías que interrogó en París, hombres que escondían verdades tras sonrisas perfectas. Cuando él la mira, con ojos que prometen secretos, y le habla con palabras que buscan seducir, Valérie siente el peso de su intención.

—No estoy para juegos, le suelta.

Su acento francés afilado como un bisturí, su corazón todavía sangrando por la traición de su amante. Pero su mente de fiscal no puede ignorarlo. Algo en Il Viandante le huele a conspiración, a un hombre que sabe más de lo que dice. ¿Es un espía? ¿Un criminal? ¿O algo peor? Valérie empieza a investigar, anotando sus movimientos desde su finca, espiando las luces que parpadean en su villa a medianoche. Y entonces, una sospecha más oscura la golpea: Il Viandante y Clara, con sus miradas que se cruzan en la plaza, podrían conocerse de antes. Tal vez son socios, fingiendo ser extraños, tejiendo un plan que ella no alcanza a descifrar. Pero en lugar de alejarse, Valérie se acerca más. Una noche, mientras él poda sus rosas negras, le lanza una mirada que dice más de lo que debería:

—Si tienes algo que ocultar, quiero saberlo. Tal vez podamos entendernos.

Quiere ser su cómplice, no por amor, sino por el thrill de descubrir la verdad.

Pero la calma del pueblo es una mentira. Las desapariciones no se detienen. Desde que Il Viandante llegó, cinco mujeres jóvenes —Lucia, Elena, y tres más cuyos nombres se diluyen en el miedo— se han esfumado sin dejar rastro. Con los forasteros llegan más ojos, pero también más caos. Una muchacha alemana, hija de un comprador de Berlín, desaparece una semana después de mudarse a una villa cerca del río. Luego, una joven estadounidense, que vino a pintar los paisajes toscanos, se desvanece tras una caminata nocturna. El pueblo, que antes cerraba los ojos ante sus pérdidas, ahora enfrenta un escrutinio que no puede ignorar. La policía local, superada, pide ayuda a investigadores de Florencia, Berlín e Interpol. Pero los forasteros complican todo: cada país quiere respuestas, cada familia exige justicia, y las pistas se enredan como las raíces de los olivos.

Los entes extraños, que antes eran sombras al anochecer, ahora son una plaga. Los nuevos residentes los ven: figuras sin rostro que merodean los jardines de las villas, con ojos de brasa que se apagan al mirarlas. Un comerciante francés jura que una sombra lo siguió hasta su puerta, sosteniendo algo que gemía como un lamento roto. Los campesinos culpan a Il Viandante. Su villa, la más antigua y cerrada, sigue siendo un misterio. Él la limpia con una obsesión que no explica, podando rosas negras y jazmines que florecen fuera de temporada, como si las flores guardaran sus secretos. Cada mañana, camina por los senderos de olivos, deteniéndose a tocar las hojas con una ternura que desarma. Cada tarde, pesca en el Arno, su caña moviéndose con una precisión que parece un ritual. Y en la plaza, sus palabras —afiladas, perfectas— convencen a un pueblo que lo teme tanto como lo admira. Su candidatura a la alcaldía gana fuerza, impulsada por Clara, que ve en él un salvador, aunque su corazón tiembla cuando él la mira.




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