El Expediente del Corazón

Capítulo 2: El Retiro Inesperado

El aire en las montañas era de una pureza asombrosa, helado y perfumado con pino y tierra húmeda. Clara bajó del SUV blindado de SterlingTech, ajustándose el abrigo y sintiendo la diferencia con el asfixiante aire acondicionado de la ciudad. El Centro de Conferencias Picos del Edén se alzaba ante ellos, una estructura de madera y cristal que se integraba con la naturaleza circundante. Lujoso, sí, pero con una quietud que invitaba a la introspección, muy lejos del frenesí de Silicon Valley.
Julian Sterling-Vance ya estaba fuera del vehículo, sus ojos de hielo escudriñando el paisaje con la misma concentración que aplicaba a un balance financiero. Vestía ropa casual de viaje, pero incluso una camisa de lino y un pantalón chino no lograban disipar su aura de empresario implacable. Caminó hacia la entrada principal, sin esperar. Clara, sin embargo, se detuvo un instante, permitiéndose un hondo respiro. Aquel lugar parecía diseñado para desconectar, pero ellos estaban allí para la inmersión total.
Los primeros días en Picos del Edén fueron un intento forzado de replicar la oficina. Julian se encerraba en la sala de conferencias principal, equipada con tecnología de punta, mientras Clara montaba su estación de trabajo auxiliar justo afuera, como un satélite orbitando su planeta. Las comidas se tomaban en silencio o con monosílabos, los paseos por los jardines del centro se limitaban a discutir proyecciones y plazos. El protocolo corporativo era una burbuja que los protegía, pero que empezaba a diluirse con cada hora que pasaban fuera de la formalidad.
Un día, durante una extenuante sesión de lluvias de ideas con el equipo de estrategia, la conexión a internet del centro falló. Era un desastre para Julian, cuya paciencia era inversamente proporcional a la estabilidad de la red. Caminó de un lado a otro de la sala, sus manos frotándose el puente de la nariz, murmurando frases ininteligibles que sonaban a una mezcla de ecuaciones matemáticas y maldiciones. Clara, en lugar de entrar en pánico, se levantó con calma.
—Señor, el equipo de TI del centro ha dicho que la conexión satelital es inestable por la tormenta que se avecina —informó, su voz un bálsamo para la tensión—. He configurado un hotspot seguro con mi teléfono. Tendremos acceso limitado, pero suficiente para los archivos críticos.
Julian se detuvo en seco, mirándola. Había una mezcla de sorpresa y algo parecido al asombro en sus ojos. Clara había anticipado el problema y encontrado una solución sin que él tuviera que exigirla. Era su trabajo, sí, pero verla operar con tanta serenidad en medio del caos de su propia frustración le abrió los ojos a una faceta que no había considerado.
Más tarde, mientras revisaban proyecciones hasta altas horas de la noche, Julian se permitió una carcajada genuina cuando uno de los gráficos proyectó un crecimiento de ingresos tan disparatado que parecía sacado de un cómic. Era un sonido ruidoso, ronco y completamente inesperado, que llenó el silencio de la sala. Clara lo miró, y por primera vez, vio al hombre detrás del CEO, un atisbo de la humanidad que su implacable exterior ocultaba. Se encontró sonriendo también, una sonrisa que él notó y a la que respondió con un ligero asentimiento, una conexión efímera que pasó desapercibida para el resto del equipo.
Pero no todo era trabajo y epifanías. La tensión también se colaba en los silencios. Una tarde, mientras esperaban el ascensor, el espacio reducido los dejó inusualmente cerca. Clara se giró para preguntar algo sobre la cena y su brazo rozó el de Julian. Un chispazo imperceptible, pero ambos sintieron la electricidad. Julian retiró la mano casi de inmediato, un leve rubor asomando en sus pómulos, algo que Clara nunca había visto en él. Ella sintió sus propias mejillas enrojecerse. La puerta del ascensor se abrió con un ding que sonó como un estruendo, rompiendo el hechizo. Ambos entraron en silencio, la atmósfera cargada con una pregunta no formulada, una atracción que aún no se atrevían a nombrar.
El retiro había comenzado a desmantelar la coraza que ambos habían construido. La perfección profesional seguía ahí, pero bajo su superficie, algo nuevo, incierto y peligrosamente atractivo, comenzaba a germinar.




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