Capítulo 3: Grietas en la Armadura

La tercera semana en Picos del Edén se sintió como un campo de batalla. El "Proyecto Fénix", una fusión de escalas monumentales, reveló una falla crítica en la arquitectura de datos de una de las empresas adquiridas. Era un nudo gordiano de incompatibilidad de sistemas y protocolos de seguridad que amenazaba con desbaratar meses de trabajo y la reputación de SterlingTech. Las horas se estiraron hasta la madrugada, impulsadas por café frío y la adrenalina de la desesperación.
Julian Sterling-Vance, por primera vez, no era una estatua inquebrantable. Sus puños se apretaban en la mesa, sus ojos ardían con una frustración apenas contenida. Lo vio golpear suavemente su cabeza contra la pared, una acción tan humana y desesperada que Clara tuvo que reprimir el impulso de acercarse y poner una mano en su hombro. En medio de ese caos, Julian era el estratega principal, el cerebro que debía desentrañar el problema, y la presión era visible en cada línea de su rostro.
Una noche, cuando el resto del equipo se había retirado exhausto a sus habitaciones, Julian y Clara permanecieron en la sala de conferencias, el silencio solo roto por el suave zumbido de los servidores. Julian se levantó y se sirvió un vaso de agua, la espalda hacia Clara.
—Mi abuelo fundó SterlingTech con una idea. Mi padre la hizo crecer. Y yo… yo heredé la carga de no solo mantenerla, sino de expandirla. Se espera que no falle —dijo, su voz sorprendentemente baja, casi un susurro—. Cada decisión, cada error, se multiplica por generaciones. Es un peso que a veces… ahoga.
Clara lo miró, sorprendida por esa rara muestra de vulnerabilidad. Nunca lo había escuchado hablar de su familia, de las expectativas que lo rodeaban. La imagen del CEO implacable se resquebrajaba, revelando al hombre debajo.
—Comprendo lo que dice, señor —respondió Clara, eligiendo sus palabras con cuidado—. No es lo mismo, claro, pero mi madre… ella siempre tuvo grandes planes para mí. Quería que fuera abogada, que tuviera una vida ‘mejor’. Me empujó mucho. A veces siento que aún intento demostrarle algo. Por eso la eficiencia, quizás. Es mi forma de no fallar.
Julian se giró, su mirada fija en ella. Era la primera vez que Clara le revelaba algo tan personal, algo que iba más allá de un currículum o una preferencia de café. Vio la leve melancolía en sus ojos, la fuerza silenciosa detrás de su profesionalismo. Era una pieza más del complejo rompecabezas que era Clara Rivas.
Las noches siguientes, sus conversaciones nocturnas se volvieron un refugio. Después de horas de esquemas y análisis, se quedaban hablando. No de negocios. De libros, de la música que escuchaban en secreto, de sueños de infancia que nunca se cumplieron. Julian confesó su ambición secreta de construir un refugio para animales de alta tecnología, Clara su deseo de viajar y escribir algún día. Compartieron miedos, las soledades de sus vidas exigentes. La distancia entre ellos se acortaba con cada palabra.
La atracción, antes una chispa distante, se había convertido en un fuego latente bajo la superficie. Una tarde, Julian estaba inclinado sobre una pantalla táctil gigante, señalando un error en el código. Clara se acercó para ver mejor, y su mano, al extenderse para tocar un punto en la pantalla, rozó la suya. Un toque fugaz, apenas un susurro, pero la electricidad que los recorrió fue innegable. Ambos retiraron sus manos al instante, como si el contacto les hubiera quemado.
Los ojos de Julian se fijaron en los de Clara, y el tiempo pareció detenerse. En su mirada, Clara vio una mezcla de sorpresa, anhelo y una pregunta silente que ella no se atrevía a responder, pero que sentía en cada fibra de su ser. Él tampoco desvió la vista, la intensidad de su escrutinio la envolvió. Era una mirada que lo decía todo, una confesión sin palabras del terreno peligroso en el que se encontraban. Las grietas en la armadura de Julian y Clara eran ya visibles, y el "Proyecto Fénix" no era lo único al borde del colapso.