La dirección del Centro de Conferencias Picos del Edén, en un intento por aliviar la presión del "Proyecto Fénix", organizó una "Noche de Recreación" para todos los equipos presentes. No era una gala, pero sí una invitación a soltar el rigor corporativo. Julian, para sorpresa de Clara, aceptó la sugerencia de su asistente de participar. La vio aparecer en la recepción, no con su habitual traje de negocios, sino con un vestido de cóctel azul marino que realzaba sus ojos y el tono de su piel. Su cabello suelto caía en suaves ondas, y las gafas habían sido reemplazadas por una sutileza en el maquillaje que acentuaba sus rasgos. Por un instante, la respiración de Julian se detuvo. Clara Rivas era, simplemente, hermosa.
Clara, a su vez, sintió el impacto de ver a Julian fuera de su impecable armadura de traje. Vestía una camisa de lino de color carbón y pantalones oscuros que, aunque seguían siendo elegantes, le daban un aire sorprendentemente accesible. Había una ligereza en sus hombros que nunca había notado en la oficina. La rigidez de sus movimientos había cedido a una fluidez relajada.
Se encontraron junto a la barra de bebidas, casi por inercia. Julian, con un whisky en la mano, y Clara, sosteniendo una copa de vino blanco.
—El equipo lo necesitaba. Un respiro —comentó Julian, su voz más suave que de costumbre.
—Y nosotros también, señor —respondió Clara, con una pequeña sonrisa. El "señor" sonó extrañamente anacrónico en ese ambiente.
La conversación fluyó sin esfuerzo. Descubrieron que ambos compartían un gusto por la historia antigua, un interés oculto en la arquitectura gótica y una particular afición por los documentales de ciencia ficción de bajo presupuesto. Julian, el magnate tecnológico, revelaba un lado de nerd encantador que a Clara le pareció irresistiblemente humano. Clara, la eficiente secretaria, se transformó en una mujer de humor sutil y una curiosidad insaciable. Las horas pasaron sin que se dieran cuenta.
La música del salón, una suave melodía de jazz, invitó a la gente a la pista de baile. Julian, sorprendiendo incluso a Clara, extendió una mano.
—¿Me concedes este baile, Clara?
El nombre, sin el "señor", sonó dulce y personal. Clara tomó su mano, la piel de Julian estaba cálida y firme. Se movieron al compás de la música, al principio con una distancia educada, pero a medida que la melodía los envolvía, la distancia se acortó. La mano de Julian en su cintura se sintió natural, protectora. La cercanía, una mezcla de olores a loción aftershave y el suave perfume de su piel, era embriagadora. Sus miradas se cruzaron, y en el silencio de ese momento, la intimidad era casi abrumadora. El mundo exterior se desvaneció, dejando solo a Julian y Clara en un pequeño universo propio.
Después del baile, salieron al balcón, el aire frío y la luz de la luna un contrapunto a la calidez que sentían entre ellos. Las estrellas brillaban con una intensidad impresionante en el cielo de las montañas.
—Es increíble, ¿verdad? —dijo Clara, su voz apenas un susurro.
Julian asintió, pero sus ojos no estaban en las estrellas. Estaban fijos en ella, en su rostro iluminado por la luna, en la curva de sus labios. Dio un paso más cerca, su aliento rozando la mejilla de Clara. Ella levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de él, llenos de una pregunta, de un deseo. El mundo se redujo al espacio entre ellos, a la promesa no dicha en sus miradas. Los ojos de Julian bajaron a sus labios, y se inclinó.
Estaba a milímetros. El aliento de Julian, cálido y dulce, se mezclaba con el de Clara. Ella cerró los ojos, preparándose para el impacto, el cruce de la línea.
Pero justo en ese instante, el agudo y familiar tono de un teléfono rompió el hechizo. El de Julian. Él se irguió abruptamente, la expresión de su rostro volviendo a la máscara de profesionalismo.
—Sterling-Vance —respondió, su voz de nuevo en el tono de CEO. Se alejó unos pasos, el rostro tenso mientras escuchaba. Era una llamada de emergencia del equipo legal sobre una cláusula en el contrato del "Proyecto Fénix".
Clara abrió los ojos, su corazón martilleando contra sus costillas. El momento se había desvanecido tan rápido como había llegado. Ambos estaban agitados, conscientes de lo cerca que estuvieron de cruzar una línea que podría cambiarlo todo. La Noche Inolvidable había terminado, dejando un rastro de tensión, de deseo no consumado, y la clara conciencia de que la burbuja de la oficina no podría contener por mucho más tiempo lo que estaba creciendo entre ellos.