El Fantasma Encadenado-Tomo 1

09-El Rebelde Irlandes

Si alguien en el mundo hubiera estado interesado en saber cómo sería el opuesto tácito de Laiyon Luxember no habría tenido más que ir a conocer a Nidius Vandarec.

 

Era el muchacho más original que Dal hubiera visto, y en New York había visto de todo, tenía una larga cabellera rubia atada en una gruesa cola de caballo alzada, uno de sus ojos estaba cubierto pero el otro se mostraba vivaz y juguetón; lo más raro era su traje de goma azul con parches rojos, usaba también una bufanda y un cinto verde.

 

-¡Ok!-exclamo con alegría-vamos al lio, siéntate, tenemos mucho de qué hablar.

 

Le ofreció asiento y allí mismo le sometió a un autentico interrogatorio, Dal pudo ver que era un espíritu muy pasional pues rio encantado por el brillante plan de los niños, se conmovió con las dificultades de Dal para ganarse la confianza de su amigo, se asusto cuando Ana apareció en la historia y rechino los dientes de ira al oír sobre las heridas que le infligiera la carcelero Magicus; cuando iba terminando su relato comenzó a llover y Vandarec se había sumido en un silencio reflexivo.

 

-¿Qué hora es?-miro su reloj-Dios, es tardísimo, ya veo a mi hermana sermoneándome cuando regrese.

-Sí, podrías regresas-dijo el irlandés-o podrías quedarte conmigo un tiempo más y ayudarme en un plan que significaría la libertad de Laiyon.

-¿Qué?, ¿Cómo puedes…?-el otro le calló levantando la mano.

-Todo a su tiempo-se acerco a la puerta y le dio un par de golpes-Dion nos buscara transporte, hasta entonces-bajo la voz-hay que estar más callados, ayúdame a empacar.

-¿Se llama Dion o Diamont?

-Dion es su nombre verdadero, Diamont su nombre de carcelero, ahora que lo sabes ten cuidado al llamarlo en público, ¿ok?, mi bolsa está por acá.

 

Sus pocas cosas estaban desperdigadas por todo el cuarto, en su mayoría eran herramientas, caramelos de menta y, lo más importante, una quincena de destinarios sueltos, enteros pero con diversas señales de maltrato.

 

-¿Qué haces con estas cosas?-pregunto tomando uno.

-Intento destruirlos-contesto-una vez el condenado tiene puesto el destinario está atrapado para siempre, durante los últimos cinco siglos he buscado la forma de destruirlos para liberar a Laiyon.

-Y ya lo conseguiste-dijo esperanzado.

-No, las malditas cosas debieron ser fabricadas por el diablo, los he dinamitado, sumergido en acido, una vez los pase por la cámara de magma de un volcán y hasta el día de hoy no he hecho más que rayarlos.

-Increíble-miro el reloj con renovado respeto-¿pero entonces como piensas liberar a Laiyon?

-No tiene que ver con los destinarios, te lo diré en otro lugar, ¿vendrás conmigo, cierto?

-Sin ninguna duda.

-Lo supe al verte, eres la persona que estábamos esperando.

 

Terminaron de guardar y Diamont volvió, Vandarec se echo encima su capucha con joroba antes de salir, pronto estuvieron fuera del Pub, tres personas con paraguas observando la calle desierta.

 

-¿A dónde se fueron todos?-pregunto Dal.

-Ecto plasma y electricidad no hacen una buena mescla-escucharon truenos a la distancia-pero es un excelente clima para conspirar.

 

El carcelero les llevo por un lado de la calle Dimanen que Dal no conocía, un típico autobús londinense de doble planta esperaba allí pero al abordar supo que no era un autobús típico porque fue como meterse a un congelador, aquello debía estar lleno de fantasmas.

 

-Toma-Vandarec le paso una petaca-bebe a pequeños sorbos, te mantendrá caliente.

-¿A dónde vamos?-la bebida sabia a té negro muy cargado pero le lleno de un calorcito acogedor.

-Gravetown, iremos a visitar a los padres de Laiyon.

 

Eso sí que no lo esperaba, Gravetown era uno de los miles de pueblos fantasma alrededor del mundo que todos sabían que existían pero nadie se tomaba muy en serio, uno de esos lugares donde la gente común llegar por accidente, se va y luego no los vuelven a encontrar ni con radar; lo chistoso con Gravetown era que, a diferencia de la mayoría de los pueblos fantasma, allí nunca había pasado nada, no existía alguna leyenda o tragedia antigua y las innumerables tumbas a las que debía su nombre habían sido pagadas por sus habitantes a viso de decoración.




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