El timbre sonó justo cuando Adrián terminaba de acomodar las copas sobre la barra de la cocina. El aroma del romero y el ajo, que llevaba más de una hora impregnando el ambiente, se mezclaba con el de las velas que Mariana había encendido estratégicamente por toda la sala. Ella insistía en que la luz cálida hacía que las fotos salieran mejor y que la gente se sintiera más cómoda.
—Seguro son ellos —dijo Mariana, alisando con la mano invisible alguna arruga de su vestido—. Te encargo abrir, yo voy a sacar el pan del horno.
Adrián abrió la puerta y ahí estaban Gala y Ernesto, con sonrisas que parecían arrastrar todo el cansancio de la semana. Gala, con un vestido color vino y una bufanda que apenas colgaba de un hombro, entró con esa energía que siempre llevaba a cualquier lugar. Ernesto, más relajado, le entregó a Adrián una botella de vino tinto.
—Para que lo abras en la segunda ronda —dijo, con ese humor que usaba para no competir con la conversación principal.
En el comedor ya estaban Silvia y Raúl, amigos de años de Mariana, junto con Javier, un colega de Adrián. Las risas y el tintinear de cubiertos se mezclaban con la música suave que salía de una bocina discreta.
La primera hora fue un intercambio de historias sobre el trabajo, anécdotas escolares de los hijos y alguna broma sobre las inevitables idas al supermercado que todos compartían. Gala y Adrián, como siempre, parecían entenderse con miradas rápidas cuando alguno decía algo que se conectaba con temas del trabajo. No necesitaban explicarse demasiado: bastaba un gesto, una frase corta.
—¿Te acuerdas del cliente que quería todo para “ayer”? —preguntó Adrián, mirando a Gala mientras servía vino.
—Sí, y de cómo lo convencimos de que ayer no existía —respondió ella, sonriendo.
Mariana, desde el otro extremo de la mesa, observó esa dinámica con la mezcla habitual de orgullo y curiosidad. Le gustaba que Adrián tuviera gente así en su equipo, aunque a veces se preguntaba si no pasaban demasiadas horas juntos. Ernesto, en cambio, veía en esa conexión un alivio: sabía que a Gala le encantaba su trabajo y que, al estar bien ahí, estaba mejor en casa.
La cena se extendió en varias rondas. Hubo pasta casera, ensalada con nueces y queso de cabra, y un postre de chocolate que Mariana había preparado con esmero. Entre plato y plato, las conversaciones derivaban a viajes soñados, series de televisión y alguna que otra confesión ligera.
En un momento, mientras todos reían por una anécdota de Raúl, Adrián y Gala terminaron comentando, casi en voz baja, sobre un proyecto que tenían en puerta. Ella le pasó el teléfono para mostrarle un esquema que había trabajado esa tarde; él lo revisó con atención, asintiendo y marcando un par de puntos con el dedo. Nadie más en la mesa parecía notar ese pequeño mundo paralelo que construían entre ambos.
—Eso que dices… puede funcionar si lo movemos para el cierre de trimestre —dijo Adrián.
—Exacto lo que pensé —respondió Gala, con la satisfacción de saberse escuchada.
Al final de la velada, los anfitriones sugirieron pasar a la sala para un juego de mesa. Terminaron optando por uno de preguntas y respuestas. Entre bromas, Mariana demostró su agilidad mental, aunque su inseguridad afloró en un par de momentos en que dudó demasiado de sus respuestas. Adrián la animaba con una sonrisa, y ella parecía disfrutar ese apoyo, aunque no siempre lo admitiera.
Gala, competitiva por naturaleza, se tomó el juego más en serio de lo esperado, provocando las risas de Ernesto, que solo estaba ahí por la diversión.
—¿Ves? —le dijo él entre ronda y ronda—. A ti no se te puede invitar a algo sin que lo conviertas en torneo.
—Y bien que me conoces —respondió ella, dándole un golpecito en el brazo.
Cuando la noche empezó a apagarse, algunos invitados se retiraron primero. Gala y Ernesto fueron de los últimos en salir. Mariana les dio un abrazo largo a ambos, y Adrián acompañó a Ernesto hasta el coche para ayudarlo con una caja de botellas que le había regalado.
Ya en la acera, con la brisa fresca de la noche, Adrián y Gala intercambiaron un último comentario sobre el proyecto. No hubo más que eso, pero el momento quedó suspendido unos segundos más de lo necesario, como si ambos supieran que esa conversación seguiría al día siguiente, en la oficina, con la misma naturalidad que hasta ahora.
—Nos vemos mañana —dijo él.
—Mañana —repitió ella, sonriendo mientras se acomodaba la bufanda.
Adrián regresó a la casa y encontró a Mariana recogiendo las copas.
—Fue buena noche —comentó él.
—Sí… muy buena —respondió ella, con una mirada que tenía algo de reflexión.
En otra parte de la ciudad, en el asiento del copiloto, Gala observaba las luces de la calle mientras Ernesto tarareaba una canción en voz baja. Pensó, sin saber bien por qué, en lo fácil que era trabajar con Adrián. Y en lo difícil que sería encontrar a alguien con quien todo fluyera así, incluso sin proponérselo.