El avión despegó con suavidad, dejando atrás la ciudad que ambos conocían tan bien. Gala miraba por la ventana, observando cómo las luces se desvanecían mientras el cielo se teñía de un azul profundo. Adrián, sentado a su lado, hojeaba unos documentos, aunque su atención parecía dividida. Había algo en el aire, una tensión que ninguno de los dos mencionaba, pero que ambos sentían.
—¿Lista para impresionar al cliente? —preguntó Adrián, rompiendo el silencio.
—Siempre —respondió Gala, con una sonrisa que mezclaba confianza y nerviosismo.
Adrián asintió, devolviéndole la sonrisa. Había algo en ella que siempre lo sorprendía, una mezcla de determinación y vulnerabilidad que la hacía única. Y aunque intentaba mantener las cosas estrictamente profesionales, no podía evitar sentirse atraído por esa energía.
Esa noche, después de una jornada intensa de reuniones, Adrián y Gala se encontraron en el restaurante del hotel. Era un lugar elegante, con luces tenues y música suave que creaba un ambiente íntimo. Ambos estaban cansados, pero satisfechos con los avances del día.
—Creo que estamos en una buena posición para cerrar el trato —dijo Gala, mientras tomaba un sorbo de vino.
—Sin duda. Tu presentación fue impecable —respondió Adrián, levantando su copa en un gesto de reconocimiento.
El vino fluía con facilidad, y con él, las palabras. La conversación, que al principio giraba en torno al trabajo, comenzó a volverse más personal. Hablaron de sus trayectorias, de los sacrificios que habían hecho para llegar a donde estaban, y de los sueños que aún querían alcanzar.
—A veces siento que nunca es suficiente —confesó Gala, mirando su copa como si buscara respuestas en el líquido rojo.
—Eso es lo que nos hace diferentes —dijo Adrián, con una intensidad que la hizo levantar la vista—. No nos conformamos. Siempre queremos más.
Sus miradas se encontraron, y por un momento, el resto del restaurante desapareció. Había algo en esos ojos, en la forma en que se miraban, que decía más de lo que las palabras podían expresar. Gala sintió un cosquilleo en el pecho, una electricidad que se extendía hasta su estómago y más abajo, como una descarga que la hacía contener la respiración.
Adrián apartó la mirada primero, rompiendo el hechizo.
—Deberíamos pedir la cuenta —dijo, su voz más baja de lo habitual.
De vuelta en sus habitaciones, Gala se quitó los tacones y se dejó caer en la cama, exhausta pero incapaz de dormir. Su mente seguía repasando la cena, las palabras de Adrián, la forma en que la había mirado. Había algo en él que la desarmaba, que la hacía sentir viva de una manera que no podía explicar.
Mientras tanto, en la habitación contigua, Adrián estaba sentado en el borde de la cama, con el teléfono en la mano. Había algo que quería decirle a Gala, algo que no podía guardar para sí mismo. Después de unos segundos de duda, escribió un mensaje:
"A veces pienso que no es solo el trabajo lo que me motiva cuando estoy contigo."
Lo envió antes de que pudiera arrepentirse. Y en el instante en que lo hizo, sintió una oleada de adrenalina, seguida de una culpa que lo golpeó como un puño en el estómago. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué había cruzado esa línea?
El teléfono de Gala vibró en la mesita de noche. Al leer el mensaje, sintió cómo su corazón se aceleraba. Las palabras de Adrián eran ambiguas, pero el subtexto era claro. No era solo el trabajo lo que los unía, y ambos lo sabían. Gala sintió una mezcla de emociones: sorpresa, emoción, y una culpa que se mezclaba con el deseo.
No respondió de inmediato. En cambio, se quedó mirando el mensaje, como si pudiera desentrañar todos los significados ocultos en esas palabras. Finalmente, escribió una respuesta:
"¿Qué quieres decir con eso?"
Pero antes de enviarla, su teléfono vibró de nuevo. Era otro mensaje de Adrián:
"Olvídalo. No debí enviarlo. Buenas noches."
Gala sintió una punzada en el pecho, como si algo se hubiera roto antes de siquiera empezar. Cerró los ojos y dejó el teléfono a un lado, intentando ignorar la sensación de vacío que la invadía.
En su habitación, Adrián se recostó en la cama, mirando el techo. La culpa lo consumía, pero no podía negar lo que sentía. Había algo en Gala que lo atraía de una manera que no podía controlar, algo que iba más allá de lo físico. Era su ambición, su energía, la forma en que lo desafiaba y lo hacía sentir vivo.
Pero también estaba Mariana. Su esposa, la mujer que había estado a su lado en los momentos más difíciles, que lo conocía mejor que nadie. Adrián sabía que no podía traicionarla, no solo por ella, sino por lo que él representaba. Quería ser un hombre intachable, alguien que pudiera mirar a sus hijos a los ojos sin sentir vergüenza.
Esa noche, mientras intentaba dormir, Adrián tomó una decisión. Tenía que alejarse de Gala, al menos emocionalmente. No podía permitirse cruzar esa línea, por más que lo deseara. Porque, al final, su ambición no solo era profesional; también era personal. Y ser un hombre íntegro era parte de esa ambición.
Gala y Adrián pasaron el resto del viaje evitando cualquier conversación que no fuera estrictamente profesional. Pero la tensión entre ellos era palpable, como un hilo invisible que los unía, incluso cuando intentaban ignorarlo. Ambos sabían que algo había cambiado, que el mensaje de Adrián había abierto una puerta que ninguno de los dos estaba listo para cruzar.