El filo dorado de tus sueños

La distancia que no se siente

La oficina había cambiado. Gala y Adrián, que antes compartían ideas y comentarios con una fluidez casi natural, ahora parecían moverse en líneas paralelas. Las conversaciones eran breves, estrictamente profesionales, y los momentos de complicidad se habían reducido a miradas fugaces que ninguno de los dos se atrevía a sostener por mucho tiempo.

Gala lo notaba, pero no decía nada. Había decidido que era lo mejor. Después del mensaje que Adrián le había enviado durante el viaje, algo dentro de ella había cambiado. No era solo la culpa, aunque estaba ahí, como un peso constante en su pecho. Era también el miedo. Miedo de cruzar una línea que no tendría vuelta atrás, miedo de perder lo que había construido con Ernesto, miedo de perderse a sí misma.

Adrián, por su parte, había tomado una decisión similar. Había prometido no volver a enviar mensajes ambiguos, no buscar excusas para estar cerca de Gala. Pero cada vez que la veía, cada vez que escuchaba su voz o sentía su presencia en la misma sala, esa promesa se tambaleaba. Había algo en ella que lo atraía de una manera que no podía explicar, algo que lo hacía sentir vivo de una forma que no había sentido en años.

El primer encuentro fuera de la oficina llegó más rápido de lo que ambos esperaban. Sara, con su estilo relajado y su casa acogedora, había organizado una cena para “los de siempre”. Entre ellos, por supuesto, estaban Adrián y Mariana.

—No podemos faltar —dijo Ernesto, mientras Gala se arreglaba frente al espejo.
—Lo sé —respondió ella, ajustando los pendientes con una expresión que intentaba ser neutral.

Cuando llegaron, la casa de Sara estaba llena de risas y conversaciones animadas. La mesa estaba decorada con velas y flores, y el aroma de la comida llenaba el aire. Gala y Ernesto saludaron a los demás invitados, incluyendo a Adrián y Mariana, que ya estaban allí. Sus miradas se cruzaron brevemente, pero ninguno dijo nada.

Durante la cena, las conversaciones giraron en torno a temas triviales: viajes, trabajo, anécdotas de los hijos. Pero debajo de la superficie, la tensión entre Gala y Adrián era palpable. Cada vez que uno de ellos hablaba, el otro lo escuchaba con más atención de la necesaria. Cada vez que sus miradas se cruzaban, había un silencio que ninguno podía ignorar.

Mariana, sentada junto a Adrián, notaba la rigidez en su postura, la forma en que evitaba mirar a Gala directamente. No dijo nada, pero su intuición le decía que algo estaba pasando. Ernesto, por su parte, parecía ajeno a todo, riendo y conversando con los demás como si nada fuera diferente.

Esa noche, de vuelta en casa, Gala y Ernesto tuvieron una conversación que había estado pendiente durante semanas.

—¿Te divertiste? —preguntó Ernesto, mientras se quitaba los zapatos.
—Sí, estuvo bien —respondió Gala, aunque su tono no era convincente.

Ernesto la miró por un momento, como si intentara descifrar lo que estaba pensando. Finalmente, dijo:
—Siento que últimamente estás distante.

Gala sintió un nudo en el estómago. Sabía que él tenía razón, pero no sabía cómo explicarlo sin revelar más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Es el trabajo. Ha sido mucho últimamente.

—¿Es solo eso? —preguntó Ernesto, su voz cargada de preocupación.

Gala lo miró a los ojos, sintiendo la culpa arder en su pecho. Quería decirle que sí, que todo estaba bien, pero las palabras no salían. En cambio, se acercó a él y lo abrazó, buscando la intimidad que les daba siempre ese alivio y cambiaba sus miedos, como si el éxtasis pusiera barrer con él, todo lo que no decían, como si ese gesto pudiera borrar la distancia que se había formado entre ellos.

Adrián había decidido que era hora de enfocarse en su matrimonio. Mariana era una mujer inteligente, hermosa, y había estado a su lado en los momentos más difíciles de su vida. No podía permitirse perderla, no solo por lo que significaba para él, sino también por lo que representaba para su imagen. Ser un hombre intachable era parte de su ambición, y su relación con Mariana era una pieza clave en ese rompecabezas.

Esa semana, Adrián organizó una cena en casa, invitando a algunos amigos cercanos, incluyendo a Sara e Ileana. Quería mostrarle a Mariana que estaba comprometido con su relación, que estaba dispuesto a hacer un esfuerzo por reconectarse con ella.

Durante la cena, Adrián se mostró atento, asegurándose de que Mariana estuviera cómoda y participando activamente en las conversaciones. Pero cada vez que Gala hablaba, sentía que su atención se desviaba, como si su mente tuviera voluntad propia. Mariana lo notó, aunque no dijo nada. En cambio, se concentró en mantener la conversación fluida, como si ignorar la tensión pudiera hacerla desaparecer.

Esa noche, después de que los invitados se habían ido, Mariana decidió enfrentar a Adrián.

—¿Qué está pasando? —preguntó, mientras se sentaba en el borde de la cama.

Adrián, que estaba desabrochándose la camisa, se detuvo y la miró.
—¿A qué te refieres?

—A ti. A nosotros. Siento que algo ha cambiado, y no sé qué es.

Adrián suspiró, sintiendo el peso de la culpa en su pecho. Quería decirle que todo estaba bien, que no había nada de qué preocuparse, pero sabía que no sería honesto.
—He estado distraído. El trabajo ha sido mucho últimamente.




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