El mensaje de Sara llegó un jueves por la tarde, justo cuando Gala estaba terminando de revisar un informe en la oficina. Era breve, directo, como todo lo que Sara solía decir:
"Hoy en mi casa. Solo tú y yo. Trae vino si quieres, pero tengo suficiente."
Gala leyó el mensaje dos veces, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Sara no era de las que organizaban reuniones improvisadas, y mucho menos de las que pedían exclusividad. Algo en el tono del mensaje le decía que no era una invitación casual, pero Gala decidió no pensarlo demasiado. Después de todo, una noche con Sara siempre era un respiro, aunque a veces también un espejo incómodo.
Al llegar a la casa, la puerta ya estaba entreabierta, y desde la entrada se escuchaba la música suave que Sara siempre ponía en sus reuniones. Gala entró con una botella de vino en la mano, sintiendo el aroma familiar a pan recién horneado y velas aromáticas.
—¡Llegaste! —dijo Sara, apareciendo en la sala con una copa en la mano y una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos—. Pasa, siéntete en tu casa.
Gala dejó la botella en la mesa y se quitó el abrigo, observando cómo Sara se movía con esa mezcla de elegancia y desenfado que siempre la caracterizaba. Había algo en su mirada, una intensidad que Gala no podía descifrar del todo, pero que la hacía sentir expuesta.
La primera copa de vino fue ligera, acompañada de conversaciones triviales sobre el trabajo, las niñas y las últimas noticias del grupo de amigos. Sara, como siempre, tenía una habilidad especial para hacer que cualquier tema pareciera interesante, pero Gala notaba que había algo más detrás de sus palabras, una intención que aún no se revelaba.
—¿Y tú cómo estás? —preguntó Sara de repente, con un tono que parecía casual, pero que llevaba un peso que Gala no pudo ignorar.
—Bien, supongo. Ha sido una semana larga —respondió Gala, evitando la mirada de Sara mientras giraba la copa en su mano.
—¿Solo larga? —insistió Sara, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Porque, no sé, siento que hay algo más.
Gala levantó la vista, encontrándose con los ojos de Sara, que la miraban con una mezcla de curiosidad y preocupación. Por un momento, pensó en desviar la conversación, en cambiar de tema como solía hacer, pero algo en la mirada de Sara la detuvo.
—No sé a qué te refieres —dijo finalmente, con una sonrisa que intentaba ser convincente.
Sara no respondió de inmediato. En cambio, tomó un sorbo de su vino y dejó que el silencio se alargara, como si estuviera esperando que Gala llenara el vacío. Finalmente, dijo:
—Solo espero que no estés haciendo algo que pueda complicarte la vida.
Las palabras cayeron como una piedra en el agua, creando ondas que Gala sintió en todo su cuerpo. No era una acusación, pero tampoco era una simple observación. Era una advertencia, sutil pero clara, que la hizo sentir como si Sara pudiera ver más de lo que estaba dispuesta a admitir.
La segunda copa de vino llegó más rápido que la primera, y con ella, las palabras comenzaron a fluir con más facilidad. Sara, perceptiva como siempre, sabía exactamente qué decir para mantener la conversación en el límite entre lo cómodo y lo incómodo.
—¿Sabes qué es lo que más me asusta de la vida? —dijo Sara, mientras llenaba nuevamente las copas—. Que a veces nos convencemos de que podemos tenerlo todo, y en el proceso, lo perdemos todo.
Gala no respondió de inmediato. Las palabras de Sara resonaban en su mente, como un eco que no podía ignorar. Finalmente, dijo:
—¿Hablas por experiencia?
Sara rió, pero no era una risa alegre. Era una risa amarga, cargada de recuerdos que no necesitaban ser explicados.
—Digamos que he visto suficientes historias para saber cómo terminan.
La tercera copa de vino llegó con confesiones más profundas. Gala, sintiendo el calor del alcohol en su cuerpo, comenzó a bajar la guardia, permitiendo que las palabras salieran sin filtro. Habló de su trabajo, de su ambición, de la sensación de estar atrapada entre lo que quería y lo que tenía. Sara la escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando, pero sin interrumpir.
—A veces siento que estoy viviendo dos vidas —confesó Gala, con la voz cargada de emoción—. Y no sé cuál de las dos es la real.
Sara la miró por un momento, como si estuviera evaluando sus palabras. Finalmente, dijo:
—La real es la que te hace sentir más viva. Pero eso no significa que sea la correcta.
La cuarta copa de vino fue la que desató todo. Gala, sintiendo el peso de las palabras de Sara y el calor del alcohol en su cuerpo, comenzó a hablar con una franqueza que no sabía que tenía.
—¿Qué harías si supieras que estás a punto de cometer el error más grande de tu vida? —preguntó, con la voz temblorosa.
Sara la miró fijamente, dejando la copa en la mesa.
—Depende. ¿Ese error te haría feliz, aunque sea por un momento?
Gala no respondió. No podía. Las palabras de Sara la golpearon con una fuerza que no esperaba, obligándola a enfrentarse a una verdad que había estado evitando. Finalmente, dijo:
—No lo sé.
Sara se inclinó hacia adelante, tomando las manos de Gala entre las suyas.
—Entonces no lo hagas. Porque si no estás segura, significa que no vale la pena.