La separación se hizo real. Los correos de medianoche entre Adrián y Gala cesaron. Ahora, los informes llegaban por equipos distintos. Adrián armó el suyo con dos seniors y una analista brillante. La primera semana, todo fue inercia; la segunda, sintió el vacío de ese contrapunto que lo obligaba a ser mejor.
El lunes, en el lobby, vio a Gala presentando su roadmap. No escuchó nada, pero las cabezas asintiendo le confirmaron que el plan era sólido. Subió a su piso y encontró a Ferrer esperándolo.
—Quiero tu piloto internacional en seis semanas —dijo Ferrer—. Y no compitas con Gala. Complementa. Si se pisan, pierdo yo.
Adrián asintió. Complementar. La palabra le supo a poco. Sonrió con precisión, la sonrisa que no delata nada.
Esa tarde, Mariana lo esperaba en la cocina con una libreta negra.
—Me ofrecieron liderar una iniciativa de incubación para mujeres que vuelven al trabajo —dijo ella—. Tres meses piloto. Equipo propio. Presupuesto real. No es un hobby.
Adrián contuvo el impulso de la celebración fácil. Esto era un movimiento.
—¿Cuánto tiempo te va a demandar? —preguntó, práctico.
—Mucho —dijo ella—. Pero es mío. Por mí.
El “por mí” quedó en el aire. Él respiró hondo.
—Entonces hay que hacerlo bien —respondió, impecable.
Mariana lo miró, evaluándolo.
—No quiero aplausos —dijo—. Quiero que no me estorbes.
Esa noche, mientras ella trazaba objetivos, Adrián reordenó su tablero del piloto internacional. Hizo listas. Refinó mensajes. Le escribió a su senior con preguntas que eran instrucciones. Antes de dormir, preparó las loncheras de los niños con un cuidado casi obsesivo. La perfección era su ancla.
El miércoles, Ferrer los sentó a él y a Gala frente a un mapa de mercados.
—Cero fricción, máxima sinergia —dictó—. Si hay overlap, en veinte minutos deciden quién cede.
Gala propuso un reparto por fases, clara y convincente. Adrián escuchó. En lugar de imponer, eligió la pregunta precisa.
—Si tu fase uno retrasa mi ventana con Brasil, ¿qué me das a cambio? —dijo, sin subir el tono.
—Un caso de éxito con métricas que aún nadie tiene —respondió ella—. Cedes una semana, ganas palanca.
Ferrer cerró la discusión. “Háganlo.” Adrián salió con una mezcla de molestia y hambre. La exactitud de Gala seguía ahí. Él, en cambio, se obligó a ser impecable, estratégico, sin atajos visibles. Perfecto.
A media semana, Mariana llegó tarde, con ojeras y brillo en los ojos.
—Encontré una mentora —dijo, dejando la libreta—. Me pidió que deje de presentarme como “la esposa de Adrián”. Dice que me resta puntos.
Él apoyó el vaso, calibrando las palabras.
—Cuando empecé, nadie me regaló nada —dijo, tono neutro.
—Lo sé —respondió ella—. No te estoy pidiendo que me lo regales.
Durante la cena, Adrián habló con los chicos de su proyectos escolares. Rió en el momento exacto. Lavó los platos. Cuando Mariana abrió la laptop, él pasó detrás, rozó su hombro.
—Acuérdate de descansar —dijo, cuidadoso—. Y si te entrevistan, subraya tus métricas; a la prensa no le gusta la narrativa personal en mujeres líderes. Las destruye.
Sonaba a protección. Ella lo miró, a medias agradecida, a medias incómoda. Él la besó en la frente. Un gesto perfecto.
En la oficina, Adrián construyó otra perfección: la de la frontera correcta. Con Gala, mantenía un rigor inatacable. Reuniones con agenda, documentos compartidos con copia a todos, chistes solo sobre el clima. Pero encontraba el modo de alargar cinco minutos después de cada status, lo suficiente para hablar en el lenguaje que los dos dominaban: la excelencia.
—Ese cierre que propusiste no falla —le dijo un jueves, guardando su laptop—. Si te sobra un benchmark, úsalo para que te firmen en la primera llamada.
Gala sonrió con el reconocimiento.
—Anotado —dijo—. Gracias.
Adrián bajó al estacionamiento con la sensación de haber ajustado una pieza de reloj. No había traspasado ninguna línea. El mapa seguía limpio. La euforia era la precisa: la de quien opera con guantes y no deja huellas.
Siguió afinando su vitrina. Donativo discreto. Mentoría abierta. Un café sorpresa a Ferrer con un memo impoluto. Verdades entregadas con el moño exacto. En casa, duplicó las salidas con los chicos y organizó una cena donde Mariana pudiera hablar de su iniciativa. La presentó con palabras medidas, una frase que sonó a orgullo y a dueño: “Mariana está liderando algo extraordinario”. Nadie notó la sombra.
La semana de la decisión silenciosa llegó. Ferrer eligió el enfoque de Gala para un lanzamiento clave. Ella entró al ascensor eufórica; Adrián salió del suyo como si nada. La sonrisa, intacta. Esa tarde, Mariana publicó una entrevista. No lo mencionaba. Él leyó el artículo dos veces. Cerró la pestaña, abrió el documento de Brasil y reescribió tres párrafos con ferocidad. Al terminar, escribió a Gala: “¿Tienes diez minutos para alinear criterios del deck del consejo? Prefiero salir sin ángulos ciegos.” Era irreprochable.