El filo dorado de tus sueños

La mesa de Ileana

Ileana tenía esa habilidad de armar mesas que funcionan como relojes: comida suficiente, vino sin protagonismo, luz cálida y sillas que obligan a cercanía sin apretar. Invitó en jueves, “entre semana para que nadie se desboque”. Llegaron de a poco: primero Sara, con una bolsa de pan de masa madre y su sonrisa de quien ya vio algo; luego Adrián y Mariana, puntuales, con una tarta salada; Gala y Ernesto, diez minutos tarde, riéndose de un problema de estacionamiento que no fue problema. Había dos más del círculo: Romina y su pareja, Tomás, y el novio reciente de Ileana, que se llamaba Bruno y parecía llevar años sabiendo qué cuchillo va con qué queso.

La sala olía a romero y mantequilla. En la mesa, Ileana puso tarjetitas con los nombres, “para que conversen distinto”. A Adrián lo sentó enfrente de Gala, con Mariana junto a él y Ernesto junto a ella. Sara quedó al lado de Ernesto, lo que era una decisión con intención: Sara sabía leer cansancios como otros leen menús.

Brindaron por el año que arrancaba. Las primeras conversaciones fueron fáciles: los foros de Mariana, una anécdota simpática de los hijos de Adrián, la última foto que Ferrer había colgado en el grupo de la oficina donde se veía un pizarrón lleno de flechas. Romina, que nunca se resistía a hablar de trabajo, le preguntó a Gala por el consejo de la semana. Gala respondió con una economía que ya era marca: “Sólido, sin sorpresas”. Mariana añadió: “Y con cierre limpio”, y le sonrió. Adrián, que agarró el hilo, dijo algo sobre cómo “a veces lo mejor es que nadie note el mecanismo”. Entonces entró Sara.

—A mí me gusta notar el mecanismo —dijo, cortando el pan—. A ver, pregunta incómoda pero sin drama: ¿en qué momento el éxito deja de ser compañía y se vuelve ruido en casa?

El silencio se armó un segundo, de esos que no pesan. Ileana, desde la cocina, dijo “Sara, por favor”, pero ya todos estaban sonriendo. Sara sabía hacer eso: afilar sin sangrar.

—Cuando el éxito necesita traductor —respondió Mariana, sin pensarlo demasiado—. Si tengo que explicar por qué me emociona un patrocinio, ya perdí media hora de vida. Prefiero que me pregunten por los riesgos y vamos al grano.

—Entonces el éxito no molesta si hay preguntas buenas —remató Sara—. ¿Desde cuándo no te hacen una pregunta buena en casa, Ernesto?

Ernesto bajó los ojos a su plato, sorprendido de ser el foco, pero no a la defensiva.

—Depende del día —dijo—. Últimamente me las hago yo solo. Me he vuelto buen entrevistador de mí mismo.

Gala le tocó el antebrazo, leve.

—Estoy aquí —dijo—. A veces llego tarde, pero estoy.

Sara asentía, sin juicio. Se volvió hacia Adrián.

—¿Y tú? ¿Eres de los que hacen preguntas buenas? ¿O te gusta más dar respuestas correctas?

Hubo una risa general. Adrián sonrió con ese gesto que usa para poner un marco.

—Me entrené para lo segundo —admitió—. Las preguntas buenas las extraño cuando no están.

—¿En la oficina o en casa? —dijo Sara, inclinándose.

—En ambos lados —respondió, sin pausa.

Mariana lo miró de reojo, con una mezcla de reconocimiento y alerta. No era una bala; era una nota al pie.

La cena avanzó. Ileana sirvió una pasta con salvia, Bruno se lució con un aderezo que todos elogiaron, y Romina contó una historia sobre un proveedor imposible. La mesa se soltó. Sara, como siempre, propuso un juego: tarjetas con preguntas que había escrito en la tarde. “Nada comprometedor —aseguró—, solo para saber si aún nos caemos bien.” Risas. Cada quien tomó una.

A Mariana le tocó: “¿Qué te sorprendió de ti misma este mes?” Respondió rápida: “Que puedo decir que no sin excusas”. Aplausos leves, toques de copa. A Ernesto: “¿Qué dejaste de hacer y te gustaría retomar?” Pensó. “Correr en las mañanas.” Gala intervino: “¡Compra tenis nuevos!”, y él sonrió, pero su sonrisa fue corta. A Adrián: “¿Qué te hizo sentir útil?” Él dijo: “Resolver cosas sin que se note”, y se escuchó a sí mismo. A Gala: “¿Qué conversación te falta?” La miraron. Ella sostuvo la tarjeta un segundo. “Una con Ferrer, para pedirle una línea más clara de prioridades”, dijo. Sara inclinó la cabeza, medio escéptica.

—¿Y una en casa? —susurró, apenas.

Gala no evitó la mirada.

—También —admitió—. Menos gerencial.

Hubo un estallido pequeño de risas. Ernesto respiró por la nariz, como quien agradece el humor que no hiere.

Más tarde, ya servidos los postres, Mariana y Romina se levantaron a ayudar a Ileana en la cocina. Sara encendió una vela y se quedó en la mesa con los hombres. Bruno llevó café. Tomás puso música bajita. Sara aprovechó la dispersión para arrimar dos sillas.

—Me encantan estas mesas porque nos recuerdan que no somos el trabajo —dijo—. Y a veces sí lo somos. Perdón, última de la noche: ¿cuándo fue la última vez que se dieron permiso de estar mal en voz alta?

Tomás bromeó que “ayer, cuando el América perdió”. Risas. Ernesto dijo: “Yo hoy, aquí”, y el giro tomó otro tono. Adrián, que rara vez se declaraba en falta, meditó un segundo.

—No me doy permiso en voz alta —dijo—. Me lo doy en la libreta.

Sara dejó el café y sonrió sin ironía.

—Te creo.

En la cocina, mientras enjuagaban platos, Mariana le habló a Gala en voz baja, sin punzar.

—¿Vas a aceptar el foro de abril?

—Creo que sí —dijo—. Ferrer lo quiere. ¿Tú vas a poder ir?

—Si lo sé con tiempo, sí —respondió—. Me gustaría.

Gala la miró con un alivio parecido al cariño. Se sintió en equipo por un instante, no en bando. Ileana puso una toalla entre las dos, les agradeció, y las empujó de vuelta a la sala. “Déjenme a mí el desastre, para eso tengo novio nuevo”, dijo, y Bruno desde la barra levantó las manos como si fuera un trofeo.

La noche se hizo conversación larga. Adrián y Gala terminaron juntos en la barra, esperando que salieran los cafés. No estaban aislados; estaban en una esquina donde el ruido bajaba medio tono. Hablaron de cosas que no eran la oficina. Libros. Una película vieja que ambos recordaban por motivos distintos. La calle donde creció Adrián, que ya no existe tal como él la conoció. La abuela de Gala, que pelaba manzanas con un cuchillo y les dejaba la piel en espiral perfecta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.