26. El anuncio
El correo llegó a las 8:03, con asunto sobrio y cuerpo impecable: “Transición de liderazgo – Actualización”. Firmaban Adrián y People, con Ferrer en copia. El texto decía lo que se debía decir: que después de un ciclo exitoso, Adrián aceptaba un nuevo reto profesional en una organización de alcance regional, no competidora, enfocado en estrategia y expansión. Fechas claras: último día hábil, viernes 28; plan de transferencia, adjunto; agradecimientos a todos, especialmente al equipo con el que había construido los últimos años. Cierre medido: “Seguimos colaborando desde otros frentes, con el mismo compromiso”.
Gala lo leyó sin mover un músculo. Volvió al principio, revisó la puntuación —por costumbre más que por manía—, encontró la huella exacta del estilo de Adrián en la respiración del texto y cerró el correo. No había sorpresa total; hacía semanas que olía a movimiento. Lo había visto en sus silencios puestos con regla, en la limpieza quirúrgica de sus agendas, en esa calma que él se daba cuando ya había tomado una decisión. Y, aun así, el golpe era real. No por drama, sino por economía afectiva: habría querido enterarse por él antes de que la línea azul se formara en su bandeja de entrada.
A las 8:09, Ferrer le escribió en corto: “Pasa por mi oficina a las 9:30”. Ella respondió “voy” y volvió a su tabla de pendientes. Subrayó con lápiz dos entregables, ajustó una fecha en el calendario del equipo, respiró hondo. Por costumbre —también esa—, abrió el plan de transición adjunto. Tenía todo lo necesario: responsables, fechas, riesgos conocidos y abiertos. Era el tipo de documento que ambos podían escribir dormidos. Casi se rió: desplazar una pieza sin que cruja la maquinaria. Lo habían hecho juntos mil veces. Esta vez, él era la pieza.
A las 9:30, Ferrer la recibió con el vaso de café casi vacío y esa forma de estar sentado que no es comodidad ni tensión, sino un estado intermedio de disponibilidad. Señaló la silla. Esperó a que se sentara. No hizo preámbulos.
—Es un buen movimiento para él —dijo—. Un tablero más grande, menos operación, más estrategia. Le ofrecieron silla en comités. Lo va a tomar.
Gala asintió. Evitó el “me alegra” automático que se dice por reflejo en estos casos. Optó por la pregunta útil.
—¿Qué necesitas que cubra yo en esta transición?
Ferrer la miró con un matiz de aprobación que en él siempre era una concesión calculada.
—Tu frente, completo —respondió—. Y quiero que te quedes con la relación con Región Norte. Ya confían en ti. No quiero que entre alguien nuevo a aprender ese clima. Adrián lo sugirió, por cierto.
“Lo sugirió.” La frase dio un golpe seco en un lugar blando. No era celos, ni siquiera malestar con Ferrer. Era otra cosa: una especie de punzada por el orden de la noticia, por la composición del gesto. “Sugerir” su nombre sin decírselo primero en corto. Lo registró sin que se le moviera un músculo.
—Tomo Región Norte —dijo—. Necesito a Lucía en back y dos analistas a tiempo completo durante el cierre de Q. El plan de transferencia está claro. Voy a proponer algunos ajustes de fechas.
—Mándamelos hoy —contestó Ferrer—. Y, Gala…
Ella levantó la vista.
—Es tu momento. Usa tu nombre —dijo, con esa parquedad que, en su idioma, equivalía a apostarle.
Salió de la oficina con una certeza simple: no podía confundir alianza con pertenencia. Había construido una dupla que era más robusta que la suma de sus partes. Y, sin embargo, no poseía esa alianza como un derecho. Eso dolía. No en público. En el músculo que uno usa para sostener cosas.
A las 11:00 hubo una reunión rápida de coordinación con el equipo de Adrián. Él llegó puntual, camisa blanca, un nudo de corbata impecable, ese brillo contenido que no era euforia ni nervio, sino el pulso de quien ya está con un pie en el siguiente escalón. Saludó a todos con cordialidad real. Habló del plan. Abrió espacio para dudas. Fue claro sin alardes. Gala tomó la palabra dos veces: una para hacer una pregunta técnica sobre el traspaso de una cuenta sensible, otra para proponer un orden de cierres que evitara fricciones. Sus aportes fueron adoptados sin discusión. Podía haberse quedado callada; eligió estar. Él lo notó con la mirada, no con palabras.
Al terminar, Adrián pidió una sala por diez minutos. Ferrer los dejó. El equipo salió con respeto casi ceremonial, esa intuición de que hay conversaciones que no les pertenecen. Se quedaron frente a frente en una habitación de vidrio que daba al pasillo. Todo visible, nada audible. La transparencia como salvavidas.
—Felicidades —dijo Gala, con la voz tranquila—. Te queda.
Adrián sostuvo la mirada con atención, no con superioridad.
—Gracias —respondió—. Ojalá te lo hubiera podido decir antes. Hay procesos, ya sabes.
—Los sé —contestó—. Igual, me habría gustado enterarme por ti.
No fue un reproche. Fue un dato. Él asintió como quien recibe un golpe justo.
—No podía —dijo—. Y no es contra ti.
—No lo tomé así —mintió a medias.
Silencio corto. Si algo los había hecho potentes, era la capacidad de llegar a la frase exacta sin romper nada. Hoy, esa frase era simple.
—Región Norte es tuya —dijo él—. Lo sugerí porque es lógico, no como… —buscó la palabra— detalle.
Gala sonrió apenas.
—¿Te vas a llevar gente? —preguntó, profesional.
—No —respondió—. No puedo y no quiero. No en esta primera fase.
—Bien —dijo—. Te va a ir bien. Y me va a ir bien.
La última frase la sorprendió. Le resultó extraña y propia a la vez. Adrián la sostuvo un segundo.
—Te va a ir bien —repitió.
Se quedaron de pie, sin moverse, con esa sensación de linde. Él la despegó con su eficiencia habitual: “Tengo otra en cinco”. Ella asintió, “yo también”. Se despidieron sin abrazo, sin mano. No porque se sancionaran, sino porque todo estaba muy a flor como para rozarlo.
El día continuó con su orden: reuniones, correos, ajustes. Gala, por acto reflejo, se refugió en el trabajo bien hecho. En la tarde, envió a Ferrer el plan ajustado de transferencia con un comentario al margen que lo hizo sonreír —“Ajusto por la realidad, no por capricho”—, cerró dos pendientes que llevaban semanas flotando y pidió a Recursos Humanos formalizar el movimiento de Lucía. A las 18:00, recibió un correo de un socio externo con una propuesta de mesa redonda para junio. Antes, ese correo habría sido tema de conversación con Adrián; ahora, lo respondió ella sola, proponiendo un ángulo que la ponía al frente. Lo sintió como poner el pie en un escalón propio.