El café todavía humeaba en la mesa de Sara cuando Adrián llegó. No hizo preámbulos, no fingió cortesías: se dejó caer en la silla frente a ella con el gesto de un hombre que por primera vez acepta que no controla la partida.
—Mariana lo sabe —dijo, antes siquiera de abrir el menú.
Sara levantó una ceja, como quien escucha algo que ya había anticipado hacía meses.
—¿Y entonces? —su voz no era de sorpresa, sino de constatación—. ¿Pensaste que nunca iba a pasar?
Adrián se pasó las manos por el cabello, exhalando con furia contenida.
—Lo sabía, en teoría. Siempre supe que el riesgo estaba ahí. Pero una cosa es imaginarlo y otra ver los ojos de Mariana... La decepción. La rabia. No fue un estallido. Fue un bisturí.
Sara removió su café lentamente, sin quitarle los ojos de encima.
—Mariana no es tonta. Y tampoco es débil. Si te lo está diciendo de frente, es porque ya tiene claro hasta dónde puede llegar.
Adrián golpeó con los dedos la mesa, una cadencia nerviosa.
—Me dio dos escenarios. Cero contacto con Gala, o que ella se lo diga a Ernesto. Cuarenta y ocho horas.
Sara sonrió con un filo que era más compasión que burla.
—Eso no son dos escenarios, primo. Es una sentencia con fecha. Tú elegiste jugar con fuego. Ahora tienes que decidir si prefieres quedarte con las cenizas de lo que construiste o quemar la casa entera.
Adrián se inclinó hacia ella, con la voz grave.
—Yo amo a Mariana. Amo lo que tenemos. Pero lo que tengo con Gala... no puedo describirlo. Es como si hubiera descubierto otra dimensión de mí mismo.
Sara lo detuvo con la mano levantada.
—Adrián, no me digas que es amor, no me digas que es pasión única. Sé lo que es: es ego. Tú la ves a ella y ella te ve a ti y se reconocen en esa hambre que los demás no entienden. Y eso es adictivo.
Él bajó la mirada, porque sabía que Sara acababa de tocar el hueso vivo de todo.
—¿Y entonces qué hago?
Sara se inclinó hacia adelante, ahora sí con dureza.
—Deja de preguntarle al mundo qué hacer. Decide tú. Como empresario, como hombre, siempre presumes que tomas las decisiones difíciles. Pues aquí tienes la más difícil de todas. ¿Qué pesa más? ¿Tu reputación, tu familia, tu nombre limpio? ¿O esa llama que te hace sentir invencible?
El silencio se quedó flotando entre los dos. Sara bebió un sorbo de café y luego añadió, más bajo:
—Solo te advierto algo: no subestimes a Mariana. Si ella dijo que hablará, hablará. Y cuando lo haga, no va a ser en privado. Va a ser donde más duela.
Adrián se dejó caer contra el respaldo, con los ojos enrojecidos. El león enjaulado, ahora sabiendo que ninguna pared de su jaula era de hierro: todas eran de vidrio.
Gala
Esa misma mañana, Gala no había probado bocado. La ansiedad le recorría el cuerpo como un veneno invisible. En su cabeza se proyectaban todos los escenarios posibles: Mariana enfrentando a Adrián, Ernesto descubriendo el mensaje equivocado, Sara mirando con esos ojos que todo lo saben.
Se mordía el labio, con el celular entre las manos. Al final, marcó.
La llamada sonó, una, dos, tres veces. No hubo respuesta.
La pantalla volvió al silencio.
Y Gala, con el corazón encendido y las manos frías, supo que algo había cambiado para siempre.