Médora
Una burbuja de aire me envolvió al entrar en contacto con el agua y muy pronto me sacó a flote, cerca de la orilla del río en el que me encontraba. Para mi mala suerte, estaba desnuda. Al salir, me hallé en medio de un campamento, y quienes estaban allí, observándome atentamente, no eran humanos, esto me sorprendió al punto de no poder moverme ni actuar, pues intuí que el mundo del que mi madre nos había hablado era real.
Estas criaturas se veían pálidas, con pieles un poco verdosas, de pequeños ojos amarillos, y grandes dientes en unas bocas, de labios gruesos, además eran enormes y de cuerpos anchos. Cruzaron entre sí palabras que no pude entender y minutos después un par de ellos se abalanzaron sobre mí, un temblor me recorrió y apreté mis párpados esperando lo peor, pero una voz, que interpreté como femenina, los detuvo.
Se trataba de una mujer de su misma especie, tenía aspecto de autoridad, y les ordenó algo que provocó que me metieran en una pequeña jaula. Me llevaron detrás de unas tiendas, que rodeaban un fuego, y allí me dejaron.
Comenzó a sonar una música como de tambores, luego fue acompañada de grotescas risas y algunos gritos, pero no pude ver lo que hacían, aunque los sonidos que de tanto en tanto me llegaban me indicaba que estaban en algún tipo de celebración.
Mientras me despertaba a mi nueva situación, como prisionera de estos seres, miles de pensamientos pasaban por mi cabeza, nunca llegué a creer que mamá estaba loca, pero sí, alguna vez pensé, que tenía una fantasía muy exacerbada. Ella nos contaba cuentos, hablando de su mundo, sobre su sociedad dividida entre nocturnos y diurnos, a mí de niña me parecía algo maravilloso; no obstante, con el paso de los años, y de las consecuencias que tuvieron en nuestras vidas sus relatos y la práctica de la magia, estas cosas dejaron de parecerme tan fascinantes.
Mi gemela y yo, sufrimos mucho, pues éramos las hijas de Ravenia, la bruja, esto era un gran estigma, por lo que nadie quería amistar con nosotras; si bien, la gente de los lugares en los cuales vivimos, buscaban a mamá para solicitar curas o soluciones, únicamente lo hacían en situaciones extremas, y siempre nos miraban con desconfianza.
Ahora estaba aquí, en el mundo del que ella decía provenir, ¿serían estas criaturas nocturnas o diurnas? Los iluminaba un fuego, así que probablemente eran diurnos, pues no estaban sus ojos adaptados para ver en la oscuridad.
No sé cuándo me dormí, pero desperté en un momento en que movían la gayola para trasladarme, el sol estaba alto en el cielo. Íbamos en una caravana, algunos a pie, otros en carros, como en el que transportaban mi jaula, y también había quienes viajaban sobre unos animales reptiles que no pude identificar, tenían cabezas similares a tortugas; sin embargo, sus cuerpos eran como los de los pollos, pero sin plumas.
Luego de algunas horas de viaje, comencé a sentir el llamado de la madre naturaleza, pero temía atraer la atención de estos seres hacia mí, lo cual no quería, ya que se veían grotescos y agresivos; aunque no sabía que tanto podría aguantar antes de hacerme encima.
Afortunadamente, llegamos a una pequeña aldea; no obstante, no estaba segura de poder llamarla así, pues eran a lo sumo seis cabañas grandes desparramadas en un predio arbolado. Allí apareció la que dirigía a estos seres y cuando me sacaron a los empujones entendí que mandó a sacarme de la jaula. Me hicieron reunirme con otras mujeres, estas se parecían más a mí, aunque no eran humanas, iban desnudas al igual que yo y algunas de ellas tenían signos de maltrato.
Nos llevaron detrás de una de las cabañas y nos obligaron a bañarnos en un pequeño tanque de madera. Allí también tuvimos oportunidad de hacer nuestras necesidades.
— No, por favor — sollozó una de las chicas que se veía más maltratada, sentí pena por ella, pues pensé que tal vez estaba herida. Entonces noté que podía entender su idioma, eso quería decir que podría comunicarme con alguien después de todo.
Nos volvieron a meter en jaulas, pero esta vez, nos colocaron a todas juntas, dentro de una de las cabañas y colgadas del techo. Una vez allí, nos pasaron un tubérculo parecido a una patata, ensartándolo en un palo, vi que las demás lo tomaban, por lo que hice lo mismo.
— ¿Y esto? — Pregunté cuando estábamos solas.
— No es lo más delicioso, pero es nutritivo — susurró a mi lado una muchacha rubia de ojos almendrados. — Debemos estar limpias y bien alimentadas.
— ¿Sabes qué harán con nosotras?
— Tratarán de vendernos a los vampiros.
— ¿Vampiros? — Pregunté extrañada, pues mamá jamás había hablado al respecto, solo mencionaba nocturnos y diurnos.
— Sí, ellos se alimentan de otras especies y si les gustas podrías hasta ser su concubina, y si mueres en el intento no sufrirás, dicen que la mordida del vampiro es muy placentera.
— No quiero morir...
— Es mejor eso que lo que nos esperaría si no nos venden.
— ¿Qué nos harán si no nos venden? — Pregunté atreviéndome a dar un bocado por fin al alimento que nos habían dado, era un poco más desabrido que una patata, pero se dejaba comer.
— No quieres saberlo.
— Y como sabré que eso es lo peor.
— Ellos — comenzó haciendo un gesto con los ojos, señalando hacia la puerta, en clara referencia a nuestros captores, — acostumbran a violar a los muertos, sabes, y se los comen. Pero para llegar a estar muerto primero te hacen muchas cosas malas y dolorosas...
Dejé de comer ante el impacto que me causaron sus palabras, y me arrepentí de haber seguido a mi innata curiosidad, no podía imaginar nada semejante.