El fin de los vampiros?

Capítulo 7

Médora

 

Habían pasado varios días desde mi llegada al castillo, siguiendo la orden del vampiro de no abandonar la biblioteca en la que me dejó. Un par de veces al día, una joven venía a traerme comida y a limpiar. Me concentré por completo en la tarea, comenzando un diario de estudio. Lo primero que hice fue tomar nota de lo que recordaba de las enseñanzas de mi madre. A partir de mis recuerdos, me sumergí en los libros, buscando información que me permitiera expandir y fortalecer esos conocimientos.

 

La mayoría de los libros estaban escritos en el lenguaje del lugar, que podía entender a pesar de no ser mi lengua natal. Sin saber por qué, consideré la posibilidad de que hubiera alguna conexión entre nuestros mundos, tal vez una correlación mágica entre el idioma de mi lugar de origen y la lengua de este lugar. Aunque la idea me intrigaba, decidí no profundizar en ello, ya que no creía que encontraría respuestas concretas. En lugar de eso, me concentré en la tarea de ampliar mis conocimientos mágicos.

 

Entre los estantes, encontré algunos libros, una pequeña porción, que estaban escritos con símbolos que no podía entender. Sin embargo, los acompañaban dibujos que sugerían que se trataba de tratados de hechicería o algo similar. Aunque no podía descifrar el contenido, me intrigaban y decidí dejarlos para más adelante, cuando pudiera dedicar más tiempo a interpretar esa escritura misteriosa.

 

Con suficientes datos recopilados, decidí que era el momento de comenzar a practicar, aunque lo hacía sin muchas esperanzas, ya que en mi universo la magia no era tangible ni visible. Mi primera elección había sido crear fuego, pero dada la biblioteca llena de libros antiguos, descarté la idea por precaución. En su lugar, opté por experimentar con el agua. Dibujé algunos símbolos en un pergamino sobre el escritorio, coloqué una copa en el centro y pronuncié las palabras, aunque lo hice sin mucha convicción.

 

Por un breve instante, el aire pareció secarse y mi respiración se volvió áspera, pero fue solo por unos momentos y nada ocurrió. Pensé que quizás estaba esperando demasiado, pero no se me ocurría algo más básico para comenzar. Según los libros, crear los elementos era lo más sencillo.

 

En mi mundo, los hechizos de protección eran los que mejor funcionaban, como aquel que nos salvó de la plaga y que, lamentablemente, nos valió la acusación de brujería. Era una lástima que solo funcionara con insectos. Sin embargo, consideré la posibilidad de perfeccionarlo más adelante para repeler también a otros seres. Descansé un momento cuando me trajeron la comida y luego retomé mis intentos.

 

Tenía la impresión de que estos hechizos me agotaban completamente, y abandoné debido al cansancio que oprimía mi cuerpo. Me quedé sentada frente a la copa, ya sin esperanzas, cuando noté que en su interior se había formado una humedad.

 

Salté de alegría al ver que finalmente el hechizo había funcionado. Aunque me llevó bastante tiempo, ese éxito indicaba que iba por buen camino con mis estudios. Tomé el libro en el cual había encontrado la forma de crear agua de la nada y comencé a buscar otros conjuros que pudiera utilizar. La sensación de logro y el avance en el dominio de la magia renovaron mi determinación para continuar explorando las artes místicas.

 

— Buenas noches — una voz masculina me sobresaltó.

 

Era un soldado, un joven de aspecto amable que aparentaba tener mi misma edad. A pesar de su rubio cabello y semblante, sabía que era un vampiro, y en ese momento, me vi enfrentada a la incertidumbre sin saber qué hacer.

 

— Te he traído la cena — comentó dejando una bandeja sobre el escritorio.

 

— Siempre viene una chica... — no pude decirle el nombre porque la encargada de traerme alimentos no me hablaba ni me miraba, aunque varias veces yo había intentado dialogar, pero entendí que probablemente tendría miedo, después de la presentación que había hecho de mí el rey el primer día.

 

— Leila, ella estaba ocupada y me pidió el favor — sonrió amigablemente.

 

— Bueno, gracias — respondí.

 

— Mi nombre es Rean.

 

— Es un placer conocerte, el mío es Médora — contesté con cortesía.

 

— ¿Y cómo van tus estudios?

 

— Ah... — me sorprendió que supiera lo que yo hacía allí, pero tal vez era algo obvio. — Pues bien, gracias.

 

— Hay una anciana que podría ayudarte si lo necesitas.

 

— ¿Una bruja?

 

— No exactamente, pero ella sabe mucho.

 

— No sé...

 

— Te puedo guiar con ella cuando quieras... — sus palabras dispararon en mí una alerta, ya que Erekai había dicho que mataría a cualquiera que se acercara a mí.

 

— Tengo órdenes de no salir, pero te lo agradezco mucho.

 

— El rey se la pasa encerrado en su torre, no se enterará.

 

A pesar de su insistencia y de la sonrisa amable que me dedicó, no podía olvidar que se trataba de un vampiro. Aunque desconocía por completo las implicaciones de eso en este mundo, ya sea por el peligro inherente de su condición o por el riesgo que representaba que el rey se enterara, decidí no poner a prueba mi suerte y mantenerme precavida.

 

— En caso de que lo necesite lo tendré en cuenta, muchas gracias — también le sonreí y esperé educadamente a que se marchase, se notaba renuente, pero finalmente lo hizo.

 

Cuando la puerta se cerró, noté que mi cuerpo se tensó ante la presencia del joven vampiro. Me tomé unos minutos para relajarme antes de empezar a comer.

 

Pronto regresé a mis estudios. Aunque ya estaba obteniendo algunos resultados, el vampiro me había pedido que protegiera el lugar. ¿Cómo lo haría? ¿Cómo comprobaría que ese tipo de hechizos funcionaban? La incertidumbre me llevó a reflexionar sobre cómo poner a prueba la efectividad de los conjuros de protección en este entorno desconocido.




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