El fin de mi universo

Capítulo 1: Vidas pasadas

 

El dolor le impedía pensar con claridad a Fátima Alvarado. Se cubría el rostro y distintas partes del cuerpo, soltaba alaridos a diestra y siniestra, siempre intentando impedir que la sangre siguiera su camino por el largo tajo desde la frente hasta los labios, pasando por todo el pecho ensangrentado. Sus manos temblaban y las piernas le cedieron quedando tirada frente a la puerta de su casa, justo cuando su ex pareja huyó de la escena aferrándose al arma que le había hecho tanto daño a ella. David, su hijo de once años y quien la estaba acompañando, lo único que logró hacer fue correr a la casa para llamar a la policía, aunque lo ocurrido no dejaba de reproducirse en su mente como un bucle sin fin. Un hombre, que había visto en varias ocasiones, llegó y sin siquiera hacer contacto visual apuñaló a su madre reiteradas veces sin detenerse; aunque él le imploraba que se detuviera, hasta quedarse sin voz. Con el cuerpo helado y los dedos temblorosos, logró marcar el número y avisar a la policía del terrible crimen que se desarrolló, de una forma tan natural, y casi placentera, para el agresor. Cuando el niño estuvo a punto de correr hacia su madre, decidió devolverse al teléfono y hacer otra llamada al número que se sabía de memoria, quizás por culpa de su tan marcada costumbre.

Fátima quedó tirada en la acera, mirando al cielo. Todavía era muy temprano y no había nadie que pasara por la calle en ese momento, por lo cual sabía que no tenía sentido el gritar y asustar más a su pobre hijo que sabía ya estaba sufriendo lo suficiente al saberla en aquel estado. Su vista estaba borrosa y teñida de rojo, aun así, dirigió su mirada al cielo gimoteando, pidiendo, e implorando a gritos, a Dios que sus hijos quedaran a salvo cuando ella abandonase el mundo de los vivos.

Estando al borde de la muerte, no pudo evitar recordar cuando su madre la negó en la adolescencia al enterarse de su primer embarazo; eso la había destruido por completo, y empeoró cuando su pareja la abandonó tras saber lo del futuro bebé. Sola y hambrienta tuvo que salir adelante por sí sola, pero conoció a una mujer que se volvería su mejor amiga y apoyo incondicional. Unos años después, se volvió a enamorar; todo era de ensueño y con el tiempo le dio una importante noticia a su novio: iban a ser padres. Aunque ella pensaba lo contrario, la historia se repitió, él simplemente desapareció de su vida como la bruma nocturna.

Dolida y con el corazón roto, lo primero que hizo fue contarle a Daniela, su mejor amiga, quién luego de regañarla le aseguró que siempre estaría ahí para apoyarla a ella y a sus hijos, a quienes les tenía tanto cariño. Fátima decidió tener al bebé, que resultó ser una preciosa niña de nombre Lucinda. Junto a su familia había salido adelante, pero, como las anteriores ocasiones, se había enamorado perdidamente de alguien que no le convenía en lo absoluto. Él era un pandillero que Fátima había encontrado al borde de la muerte en un callejón oscuro en la madrugada, lo curó y cuidó como se cuidaba un animal desamparado y herido; cuando se recuperó le dejó marcharse, aunque él decidió volver. Con el tiempo, juntos se volvieron tan cercanos que llegaron a intimar. Lastimosamente él era un completo infiel y ella, por el bien de sus hijos y su salud mental, terminó la relación sin darle más explicaciones además de darle a conocer que ella estaba enterada sobre todas las veces que les había mentido con respecto a otras mujeres. Eso la había llevado hasta ese momento en el que sabía que iba a morir.

El único crimen que Fátima había cometido era el ser una enamoradiza de primera, por lo cual tendría que pagar con su propia vida.

Pasaban los minutos y ni la policía, o una ambulancia, se dignaban a aparecer. Cuando Fátima se sentía más ida, escuchó unos jadeos ajenos y un grito desgarrador. Al voltear con dificultad y dolor la cabeza, pudo ver a su mejor amiga sudando y con el pijama que ella le había regalado de navidad puesto. Daniela corrió hasta su cuerpo y se lanzó al suelo sin importar los rasguños que podría recibir. Al ver a su mejor amiga moribunda no pudo evitar el llorar y abrazarla, manchándose toda de sangre.

—Fati... Fati... —repitió Daniela, a modo de súplica—, Por favor, quédate conmigo —suplicaba vanamente—, ¡Por nada del mundo te vayas a morir, desgraciada!

Daniela lloraba a lagrima suelta sin poder parar y Fátima la seguía; ambas se sentían el ser más desdichado de la tierra.

—Dani... —susurró—, por favor ayuda a mis hijos, no quiero que queden solos —tosió un poco de sangre, la respiración se hacía cada vez más pesada y no podía evitar soltar pequeños jadeos por el dolor—. Ellos no merecen pasar por esto, por mi culpa han sido infelices desde que nacieron y por mis caprichos ahora perderán a la única persona que tenían. Es tan injusto... —dijo apesadumbrada, mientras intentaba tomar las manos de Daniela; cosa que no lograba pues ya no era capaz de controlar del todo sus miembros.

—¿Quién fue? —preguntó Daniela, ensombrecida, la ira comenzaba a correr por sus venas reemplazando la sangre que, con anterioridad, nutría a su ser con vida, misma que ya no deseaba si Fátima se iba.




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