El fin de mi universo

Capítulo 4: Al borde de la muerte

Erika salió desesperada y muy enfadada de la gran biblioteca de la metrópoli donde guardaban registros de nacimiento y en la que llevaba más de dos semanas buscando algo sobre la enigmática chica que le había quitado el aliento, metido en sus sueños y quien no salía de su mente desde aquél momento en que la deslumbró y desapareció cual fantasma de sus recuerdos.

Caminaba por las calles rebosantes de personas, el calor había aminorado lo suficiente para caminar por las vías públicas sin sentirse asfixiada. Llevaba una blusa de rebaja amarilla y unos desgastados jeans negros: su cabello castaño, el cuál solía llevar suelto por estar un poco más abajo de los hombros, estaba recogido en una coleta media. Además de labial y el rímel, no llevaba casi maquillaje, pues lo consideró una pérdida de tiempo debido a las gafas cuadradas color negro que usaba. Aunque en realidad, no lo necesitaba, pues poseía una gran belleza que escondía tras sus gafas y su despeinado cabello.

Después de tanto caminar, llegó a la universidad. Estaba cursando su último semestre en administración de empresas, y no se podía quejar de que le fuera mal; ya que, aunque no era la mejor estudiante, tampoco se quedaba atrás; era un punto medio. A pesar de todo, debía mantenerse estable, a fin de cuentas, era una becada que, si perdía esa posibilidad, no tenía mucho a lo que aferrarse.

Erika llevaba a esa mujer tatuada con fuego en su mente; donde quiera que iba, la buscaba con la ilusión de que apareciera y le sonriera una vez más. Su mejor amiga, Aline, la interceptó mientras sacaba un libro de su casillero y le preguntó el porqué de su distracción. Aun así, Erika no le prestó atención y tuvo que repetir la pregunta varias veces a medida que la sacudía para recibir respuesta alguna.

—Eri, oye Eri... Erika... escúchame... ¡OYE! ¡Planeta tierra llamando a Erika! —la sacudió nuevamente logrando alejar a Erika tan sólo un poco de la imagen de Lyla llorando, la cual aún permanecía en su mente.

—¿Hmmm? ¿Me hablas Ali? —preguntó confusa; Aline la miraba con preocupación—. Perdóname, he estado un poco ida estas últimas semanas. —se disculpó sosteniéndose el tabique, causando que se levantaran un poco sus gafas. Lo intentaba, realmente intentaba concentrarse en la realidad, pero nada lograba sacar a esa mujer de sus pensamientos.

—Y de eso era lo que te preguntaba, ¿Ha sucedido algo? Me tienes preocupada y sé que eres consciente de ello. —Aline le sonrió a la vez que alzó una ceja y seguido le codea su moreno hombro. Erika rodó los ojos, sabiendo que su mejor amiga jamás cambiaría.

Aline era una mujer bastante guapa: su cabello rojizo era ondulado; sus ojos, vivaces canicas cafés; su nariz, bastante llamativa. Era tan delgada como un lápiz y si no fuera por su lindo rostro, la confundiría con la profesora Margaret por su físico tan parecido. Ella era una mujer trabajadora, que había sabido ganarse la vida junto a su padre. Lamentablemente, éste había perdido la movilidad de la cintura para abajo, tras un accidente que se había llevado a su esposa; Erika sabía que, desde ese trágico suceso, Aline evitaba subirse en autos y motos cada que tenía la oportunidad, por eso siempre se movilizaba en buses o, si la situación lo ameritaba, en su bicicleta.

—Yo... —Erika bajó la cabeza, ¿Qué podía decirle? No quería contarle la verdad porque se burlaría, además de que era demasiado escéptica y no se lo tomaría en serio.

—¿Tú...? —le alentó Aline, pero Erika volvió a bajar la cabeza— ¡Por Dios, Eri! Sabes que odio cuando no terminas las oraciones —replicó, una vez más—, ¿Sabes qué? Creo que deberías organizar tu casillero, por lo que puedo ver, es un chiquero total. —Erika se rió, adoraba cuando su amiga la reprendía como si fuese su madre.

—No es nada, mamá volvió al hospital y no sé cómo decírselo a mis hermanos para que no se alteren. —eso no era del todo falso, ellos estaban preocupados porque su madre aún no volvía y se suponía que Erika les informaría que se quedaría un tiempo en el hospital.

—Supongamos que te creo, porque aún no lo hago del todo. Aunque si no me quieres contar todo, no te presionaré, después de todo si no lo haces es por algo y lo comprendo. —Erika agradeció que Aline fuera tan comprensiva. La abrazó fugazmente y después organizó sus gafas, que por el movimiento habían estado a punto de caerse—Y recuerda que si necesitas ayuda con Olivia y Diego, te puedo ayudar, después de todo los adoro y creo que el sentimiento es recíproco.

Erika asintió levemente y sonrió agradecida de las buenas amistades, por el apoyo que le brindaban en momentos difíciles y los ánimos que le daban para evitar desplomarse en el cansancio.

—Por cierto, Daniel te está buscando, dice que es importante.

—¿Y ahora qué sucedió?

—No sé, pregúntaselo tú. —Erika estuvo a punto de soltar una frase sarcástica, cuando sintió que le quitaron las gafas y perdía la visión. Manos grandes y cálidas, era él.




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