El final del todo.

¿Huida?

Meikeito seguía intentando escapar del bosque. La luna aún brillaba sobre su cabeza. Gracias a Ronel las sombras quedaron atrás. La mala noticia era que el lindero seguía estando muy lejos. Cada paso que daba era un martirio, no sabía cuándo lo alcanzarían. Recordó a la sintrah y también a la sombra que los atacó. Se preguntó sí se volvería a encontrar con alguna.

El viento agitaba las hojas negras, llenando el bosque con su rumor suave y el crujido de la madera. Las joyas en sus muñecas estaban hechas con la resina endurecida que segregan los zeltos al ser cortados. No es una tarea fácil, así que el tosikinto es uno de los materiales más raros.

El ahkinei intentaba pensar en cualquier cosa para no recordar los terribles eventos que acababa de precenciar. No hasta que saliera del bosque al menos.

Desde lo profundo de la maleza le llegaban aullidos de lobos y de vez en cuando también los chillidos de algunas aves que no identificó. No pudo evitar preguntarse cuál sería la peor forma de morir.

Su mente lo llevó a bagar por su infancia, allá lejos en ciudad Sei. No había sido muy larga y tampoco tuvo muchos amigos de su edad. Los ahkinei viven alrededor de 30 años. Así que tienen que crecer rápido. Aún así, él lo hizo aún más que el resto.

A los cuatro años fue aceptado en la academia cuando el resto ya contaba los seis. Se graduó un año después, para entonces los únicos amigos que tenía eran profesores y libros. Los adolescentes eran estúpidos así que nunca le molestó. Hasta que tuvo que ir a ciudad Zin y formar un equipo, eso si que fue complicado. A pesar de toda su habilidad y entrenamiento, no había muchas personas que quisieran unirse a él.

El crujido de una rama sacó al hechicero de su pasado y lo puso alerta. Miró a su alrededor sin dejar de avanzar. Una prueba de que estaba agotado. Todo el bosque estaba negro como boca de lobo; además las sombras no hacen ruido, mucho menos pisarían una rama seca. Sin pensar en eso siguió andando, buscando con la mirada una mancha aún más negra en la obscuridad reinante.

Sus pasos eran apresurados y vacilantes y su respiración agitada. No se parecía en nada al ahkinei del círculo que había llegado esa misma noche, apenas unas horas atrás. Mientras llevaba su atención de un lado a otro buscando algún peligro pensó en Gah. No tenía energía y los hechizos apenas los recordaba. No podía comunicarse con su dios, aún así, le invocó. No formuló ningún ritual ni nada complicado. Simplemente pronunció su nombre y una plegaria.

—Gah. —Dijo en un susurro y con la voz ronca—. Protegeme. Ayúdame a salir de este bosque.

Justo entonces escuchó pasos a su derecha. Eran lentos y pesados, y sonaban huecos. Meikeito giró lentamente, no sabía con que se encontraría. Desde la oscuridad le devolvieron la mirada unos ojos amarillos; el hechicero se quedó paralizado de miedo...

 




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